El hombre de los sueños imaginarios, por Honorio Feito

Honorio Feito

Boletín FNFF nº 151

Una de las escenas sublimes, de las muchas que tiene esta joya cinematográfica que es Los Diez Mandamientos, sumerge al espectador en un estado de angustia, de desagradable emoción, cuando Moisés es presentado al faraón encadenado y mugriento. Él, que había sido uno de los elegidos para ceñirse el sejemty, la corona de la unificación del Alto y del Bajo Egipto. El momento cumbre de la escena es cuando, tras una aclaración sobre si será él quien se ponga al frente de la rebelión de los esclavos judíos contra su faraón, éste ordenó a los escribas «que el nombre de Moisés sea borrado de todo libro y tablas, que sea borrado de pilones y obeliscos; que el nombre de Moisés no sea oído ni hablado; que sea borrado de la memoria de los hombres por todos los tiempos».

Pedro Sánchez se debió de impresionar con esta escena porque, apenas ceñirse la poltrona de la Moncloa, que no es el trono de la Monarquía española que mandó en el mundo durante siglos, ha tomado buena nota de aquellas palabras del cinematográfico faraón Seti, y ha ordenado a sus escribas anotar, en lo que respecta al Caudillo, que su nombre sea borrado de la Historia (esto incluye estatuas ecuestres, terrestres, obeliscos, pilones, pilares y en cualquiera otra representación que un mortal encuentre en su devenir diario, sin reparar gastos ni esfuerzos; sin tregua ni descanso. Y con énfasis especial si se trata del complejo de la Cruz del Valle de los Caídos, el arquitectónico monumento levantado precisamente por Franco para honrar a los españoles -todos- caídos en la última contienda civil). Aunque en su delirio egocéntrico, él mismo cree que pasará a la Historia como el hombre que sacó el cadáver de Francisco Franco de su descanso eterno en la Basílica de Cuelgamuros. El hombre de los sueños imaginarios. Pobre bagaje para quien pretende cruzar el río de la muerte y extender su nombre en el más allá.

Ante la Historia quiere comparecer este soñador reclamando un lugar preferente. Aquí la Historia, aquí Sánchez, el que sacó el cadáver del Caudillo Franco después de cuarenta años del Valle de los Caídos. Y crecido en su osadía, y satisfecho en su fechoría, Sánchez se mira como la bruja del cuento en el espejito mágico de su Moncloa para creerse que está en otro palacio de más elevado rango.

Manipular o intervenir los eslabones de la Historia, con el ánimo de que nadie pueda conocer algunos hechos o periodos, es como hacer juegos malabares donde lo tangible y lo intangible se mezclan sin provecho de quien lo ejercita. Si quien lanza al aire las pelotitas no distingue entre un huevo y un tomate, y encima no es muy diestro en el ejercicio, el resultado puede ser más desastroso aún.

La obra de Francisco Franco es indisoluble de la realidad de la España contemporánea. Un hito que ni Sánchez ni los Sánchez que le han precedido, alcanzarán. Porque la España de hoy, aunque sometida a la tiranía o al capricho de los parásitos que solo piensan en destruirla, es una proyección de la que Franco dejó al término de su mandato, aunque encontremos grandes diferencias, que las hay obviamente. Este juego partitocrático, que expone lo peor de cada casa, donde la corrupción y el despilfarro sin límite presiden el día a día; esa inacción funcionarial donde hasta para poner una denuncia ante los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado necesitas una cita previa; esa espantada ante la adversidad de una pandemia, cuyos devastadores efectos se presumían antes, incluso, de su irrupción desestimada por las del 8M, sin atender los mínimos servicios ante la avalancha de muertes, sin ofrecer alguna, aunque mínima solución, para afrontar el reto sanitario; mercadeando y distrayendo dinero público en oscuros tugurios de no se sabe dónde para comprar mascarillas y/o trajes EPI que nuestros empresarios podrían haber abastecido sin demora; y sin más solución que el secuestro de toda una nación, con las medidas de confinamiento sobre las que, al parecer, nadie ha pedido explicaciones.

La amenaza de las infecciones espontáneas se controlan y reducen gracias a la red sanitaria que heredamos, aunque también ha sufrido el paso devastador del componente partitocrático, distrayendo dinero para otros menesteres; En la España de hoy, continuidad de la heredada en 1975 pero radicalmente abatida en tantos referentes por el voraz egoísmo de cuantos succionan sin aportar riqueza alguna, echan el cierre cada día 215 establecimientos, sin que salga, de  esa colección de incapaces que ocupan los cargos de las altas instituciones del Estado, una solución para evitar las consecuencias que este desengaño acarrea, sobre todo entre los jóvenes que aspiran a un trabajo. Pero lejos de aprender con humildad, se vienen arriba y presumen ante la infamia de dar lecciones a quienes han levantado pequeños imperios empresariales.

Ese cúmulo de necedades no habría sido posible desarrollarlo en una nación cuya arquitectura económica, social y política no tuviera la energía de aquella España de 1975, que figuraba entre las primeras ocho o nueve potencias industriales del mundo; con una renta per cápita como nunca se había tenido en España y con el desarrollo de unos mecanismos socio-laborales que protegían al obrero y blindaban su seguridad y su bienestar, en el marco de progreso económico y empresarial. La clase media, en definitiva, que El Caudillo creó y desarrolló para sostén de una España decidida a incorporarse a ese club en plena decadencia que son las democracias occidentales, hoy entregadas al globalismo que tanto defienden los líderes de los partidos mayoritarios y otros enganchados a su tren de cola.

Sánchez es sólo un producto de marketing pseudoprogresista, que juega a tirar las bolas al aire como hacen los malabares de un circo, o de un semáforo, ya que también sus ministras han amariconado la esencia auténtica del circo de siempre. Sepultar mediáticamente a Franco, su obra, lo que representa en la Historia, a cuantos queremos mantener vivo su legado es proyectar la figura del Caudillo más allá en el tiempo. La obra y la personalidad del Generalísimo es indisoluble de la realidad de España y Sánchez lo sabe. Él mismo cree que la Historia lo recordará por la vejación que cometió cuando mandó tomar militarmente la Basílica, profanando un lugar de culto, secuestrando a la comunidad religiosa y disponiendo una performance impropia de un personaje mentalmente sano.

Si todo lo que queda de su paso por la Moncloa es la “hazaña” del traslado del cadáver de Franco, la Historia le reservará un lugar en la morada de los incapaces.


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