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Sertorio
El
proyecto de la nueva ley de la Memoria Histórica es un fascinante ejemplo del
endurecimiento de las “democracias” occidentales y del curioso
maridaje entre la plutocracia liberal y la academia postmarxista. No es ningún
secreto que, en los últimos años, el establishment trata de aplicar la ley de
la mordaza y evitar que la menor nota discordante suene en unos medios de
comunicación que controla en régimen de monopolio. En todos los países de
Europa se persigue y silencia a quien se niega a discurrir siguiendo los
cánones de la biempensancia, que cada vez son más. En el Este, la corrección
política ha naufragado de manera miserable; pero peor aún es que en Estados
Unidos, el gendarme de Occidente, Trump haya desquiciado la calma alciónica de
la oligarquía mundial. Si bien es cierto que los funcionarios boicotean de
manera sistemática al presidente de los Estados Unidos, que desde que accedió a
la Casa Blanca no ha hecho sino desdecirse de todas sus promesas, el ejemplo de
la victoria del pueblo norteamericano sobre su plutocracia, desbancando por
sorpresa a la candidata del régimen, ha hecho que suenen todas las alarmas en
el imperio.
Está
cada vez más claro que un porcentaje importante de la gente ya no acepta los
dogmas del régimen ni se cree sus mitos. No hay forma de disimular la
naturaleza oligárquica de las “democracias” occidentales, su
servilismo ante los poderes financieros, su absoluta indiferencia ante las
necesidades de la gente, su desprecio de lo nacional, su desvergonzada
corrupción y su falta de alternativas políticas y sociales: todos los partidos
son el mismo partido; el ciudadano no elige una opción política, sino un grupo
de gestores frente a otro, que sólo se diferencian por su pertenencia a una
fracción distinta del mismo aparato de poder. Baste con recordar la
sorprendente unidad de todos los políticos a la hora de apoyar al oligarca
Macron frente a Marine Le Pensamiento, el año pasado, en las presidenciales
francesas. Desde la derecha conservadora y rancia hasta los estalinistas de
guardia, sin olvidar a las iglesias y a las mezquitas, todos los beneficiarios
de régimen se unieron para aplastar a una candidata que no contaba con un solo
medio de comunicación de masas en su favor y cuyo presupuesto de campaña era
risible comparado con el de su adversario, al que le llovieron los millones del
cielo, pese a ser un desconocido y el autor del mayor recorte de derechos
sociales de la historia reciente de Francia. Fue en esa campaña cuando el
presidente Hollande impuso la censura de prensa para evitar que se difundieran
datos desfavorables al candidato del Sistema, mientras se cubría de insultos y
denuestos a Marine Le Pen en todos los medios de masas. Pese a todo, la
candidata nacional francesa obtuvo más del treinta por ciento de los votos
frente al favorito de Bruselas y de los bancos. Es decir, hay una parte
importantísima de la población europea que no traga, que se niega a cerrar los
ojos y a ver la realidad virtual que les ofrece un Sistema que hace tiempo que
dejó de preocuparse tanto por la gente como por lo que es cierto y lo que no.
Esta
triste constatación de que los pueblos se niegan a dejarse anestesiar, pese al
abundante despliegue de somníferos informativos y culturales, ha llevado a la
plutocracia mundial a indagar en las causas del fenómeno. Sin duda, el
principal es que las redes han abierto una serie de vías de información de muy
difícil control y que muchas visiones alternativas de la realidad pueden ser
encontradas con sólo apretar un botón. Se accede así a otro mundo que tiene el
atractivo de ser más real que el que nos ofrece los edulcorados, autocensurados
y “correctos” autómatas de la prensa oficial. Cuando se publica una
noticia en la edición digital de un periódico, nos interesan más los
comentarios de la gente que el texto del papagayo a sueldo. ¿Por qué? Porque
todos los periódicos y todas las televisiones dicen lo mismo, todas presentan
las mismas imágenes, los mismos comentarios y las mismas admoniciones. Como
todos los monopolios, aburren.
Este
fracaso de la prensa oficial obliga a tomar medidas contra quienes no piensan
lo que se debe y, encima, tienen la insolencia de publicarlo. No es nada
extraño que se empiece a “concienciar” a la gente con alertas sobre fake
news e “intoxicaciones rusas” (informativas y no de vodka, que son
las únicas reales de las que podemos culpar a Moscú). El espectro de libertad
de pensamiento dentro de Occidente se reduce cada vez más y los agentes de la
persecución no sólo son los poderes públicos; asociaciones de todo tipo:
radicales de izquierda, okupas y presuntos “defensores” de los
derechos humanos, tan activos como bien subvencionados, forman la vanguardia
multicolor de la corrección política, cuyo fin es imponer la ley de la mordaza
al disidente mediante boicots, persecuciones judiciales, acosos salvajes o,
incluso, la agresión física y las amenazas de muerte. Hemos llegado a un
extremo en el que sólo se puede ser liberal de izquierdas, todo lo que esté a
la derecha de esa posición le convierte a uno en una suerte de delincuente
intelectual y en objeto de las iras de los colectivos izquierda extrema, a
cuyas acciones ninguna autoridad pone coto. Para eso son los dobermanns del
Sistema, su partida de la porra, sus SA.
En
España, el recorte de libertades viene en aumento desde los años noventa. En
algunos casos es tan violento y arbitrario que ni los propios tribunales
todavía lo pueden admitir. La Ley de Memoria Histórica que ahora se prepara es
una señal de que se aproximan tiempos de persecución y que las tribunas que aún
disienten de los dogmas del mundialismo tienen los días contados. Al igual que
en 1984, los autores de esta norma (la fracción más radicalizada del PSOE, que
quiere competir con Podemos para ver quién es más rojo) van a imponer una
especie de Ministerio de la Verdad que establecerá una historia oficial de
España; es decir, que nuestros progres van a editar un versión cañí de la
Enciclopedia Soviética en la que sus académicos adictos, los Reig–Tapia, Viñas
y compañía, nos impongan sin discusión posible su idea de la Guerra Civil y del
Franquismo. Por supuesto, quien no esté de acuerdo con estos mandarines y
exprese opiniones en sentido contrario será multado o irá la cárcel y su obra
será destruida. ¡Así se las gastan los defensores de las libertades!
Es
bastante chusco que quienes defienden el relativismo en casi todas las
disciplinas humanísticas, sean tan dogmáticos en lo que a la Historia se
refiere. Y no a toda la Historia, sino a la que va de 1936 a 1978. Por
supuesto, para hacer la persecución aceptable, se echa mano de las víctimas de
la represión franquista, cuya memoria hay que defender. Por lo visto, las
víctimas de la represión republicana, unas 66.000, no merecen ni memoria ni
respeto ni dignidad. Están bien matadas. Se lo merecían. Ese espíritu hace que
toda la izquierda apoye activamente esta ley, desde los etarras de Bildu hasta
sus colegas parlamentarios de Ciudadanos, con la valiosa ayuda por omisión de
la izquierda vergonzante del PP, que espera que escupir sobre las tumbas de sus
abuelos le proporcione más votos.
Esta
ley tiene además otras virtudes: si el franquismo es el epítome del mal y de la
perversidad absoluta, los que se opusieron a él con las armas –desde el maquis
hasta ETA, GRAPO y FRAP– fueron unos héroes de la democracia, unos resistentes.
Eso quiere decir que Argala o Eva Forest y los valientes gudaris que pusieron
la bomba en la cafetería Rolando (trece muertos: un policía más otros doce,
entre camareros y gente que tomaba allí el café), son beneméritos de este
régimen y su memoria debe ser honrada, ya que sufrieron persecución y cárcel
bajo el franquismo. Por supuesto, al aprobar esta ley, la monarquía de Felipe
VI se hace solidaria de las checas, de las fosas de Paracuellos y del martirio
de miles de religiosos. Todo aquello se realizó con un fin honorable: salvar a
España de Franco. Además, sus ejecutores hace tiempo que han sido
rehabilitados: los dirigentes de la represión republicana como Companys, Largo
Caballero, Santiago Carrillo, Líster y compañía disfrutan hoy de honores
públicos, monumentos y calles dedicadas, señal indudable de que la España
democrática aprueba sus acciones y se proclama heredera legítima de las checas
y los paseos. Esta ley justifica a ETA, la hace “buena” –por lo menos
hasta el 6 de diciembre de 1978– y permite una legítima negociación entre demócratas
sin exigir estúpidos arrepentimientos que sólo estorban la llegada de la paz. Ahora,
por fin, hay un lazo que puede unir a ETA con todas nuestras fuerzas
parlamentarias: el antifranquismo.
Por
supuesto, ya no puede hablarse de reconciliación, concepto que fue útil para
desalojar del poder pacíficamente a los franquistas pero que ahora no tiene
vigencia alguna. La guerra civil recomenzó en 2004 y parece que sí la han
ganado los buenos. Desgraciadamente, la democracia española no pudo inaugurar
su andadura libertadora con una catártica matanza de “fascistas”,
como fue el caso de Italia y Francia entre 1944 y 1945. Por eso, la nueva Ley
de Memoria Histórica se dedica a la magia negra, a la profanación de tumbas: va
a hacer acopio de ese legendario valor que tanto han acreditado nuestros
demócratas para profanar las tumbas de Franco y José Antonio y realizar una
serie de rituales de vudú con los pocos monumentos a los caídos que aún quedan
en pie. La macumba necrófaga se extenderá incluso a enterramientos
particulares. Lo que no se ganó en el campo de batalla se ganará en los
camposantos. El que no se consuela es porque no quiere. La profanación marxista
del Valle de los Caídos será el cartel electoral con el que el PP se presentará
ante sus electores: el símbolo de sus siete años de gobierno.
Y
vendrán cosas peores. Sin duda. Los rusos no hacen más que intoxicarnos y hay
que frenar la deriva nacionalista española. La vasca y catalana no, por
supuesto, que son nacionalismos buenos. Dentro de meses, un historiador acusado
de apología del franquismo será condenado a más años de cárcel que los líderes
de la Generalidad en rebelión contra el Estado o que un pistolero de extrema
izquierda. Y para él no habrá beneficios penitenciarios, seguro. Esto es sólo
el principio. Pero van listos: no nos callarán. Tendrán que restablecer el paseo.