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Aquilino Duque
Cuando
por ley de vida, España se incorporó a todos los efectos y con todas sus
consecuencias a la democracia parlamentaria y entró una vez más, como hubiera
dicho Fernando VII, por “la senda constitucional”, no había que ser
zahorí para ver que volvíamos a las andadas y, lo que era peor, que La Nicolasa,
o sea, la Constitución del 78, tenía vicios ocultos que le iban a salir muy
caros a la nación española. El tortuoso trazado de esa senda a lo largo de
cuatro decenios ha estado incluso a punto de hacerme vulnerable a esa pedagogía
política que nos exige avergonzarnos de nuestra historia; mi rechazo se reduce
a la de los últimos cuarenta años de “volver a empezar” – título
significativo de cierta película -, de volver a las andadas. Otra película de esa nueva época fue la
titulada algo así como Mujeres al borde del ataque de nervios. Estaba yo en
Ginebra cuando se estrenó y fui a verla, un poco por patriotismo y otro poco
porque ya me la habían ponderado en España. Salí de la sala avergonzado de que
esa fuera la imagen que la gente tuviera de España. También en Ginebra, en un
almuerzo en el Consulado General se me ocurrió terciar en una conversación de
señoritos satisfechos de la democracia para decir que la España de Felipe
González estaba mejor vista en Europa
que la España de Felipe II. Hubo quien
me pidió explicaciones y yo las di del modo más diplomático posible, pero todas
las explicaciones habrían sobrado si en lugar de “la España de Felipe
González” hubiera dicho “la España de Almodóvar”. Y ya que miento a González, diré, y no es la
primera vez, que de todos los Presidentes
el único que alguna vez demostró su patriotismo, o lo intentó por lo
menos, fue él cuando, al iniciar su primer mandato, habló de su propósito de
“devolvernos el orgullo de ser españoles”, cosa que el director de El
País no tardó en afearle.
En
el año de 1989, siendo Ministro de Cultura Jorge Semprún, viajaron a Ginebra
los cuadros del Prado en mejores condiciones de lo que lo hicieron medio siglo
antes, en 1939. Se trataba de conmemorar el cincuentenario de la evacuación de
las obras por el derrotado Gobierno rojo y su recuperación por el triunfante
Gobierno nacional, que montó una exposición cuyos comisarios fueron el pintor
Sotomayor, uno de los mejores retratistas del Generalísimo, y Muguruza, el
arquitecto del Valle de los Caídos. Esta
exposición de 1989 era reproducción exacta de la de 1939 hasta el punto de que
había una “Sala imperial” o “Sala del Imperio” -no recuerdo
bien – en la que junto a los tapices de La conquista de Túnez por Carlos V, aparecían
los retratos de los principales reyes de la Casa de Austria. Fue una suerte que en aquel año de 1989
hubiera en España un Gobierno socialista y en él uno de los escasos ministros
de Cultura a la altura de su cargo, porque no estoy muy seguro de que aquella
conmemoración con total respeto de la historia real hubiera sido posible con un
Gobierno de la acomplejada derecha vergonzante…o del socialismo rencoroso que
lo derribó.
Dado
que, según Jünger, lo que caracteriza a España es su capacidad de reacción, descubro
en este agorero fin de verano de 2017 un libro titulado Imperiofobia y Leyenda
Negra. Su autora, Elena Roca Barea, es profesora
de Instituto en Alhaurín de la Torre. Lo
que más llama la atención es la originalidad y la valentía del enfoque con el
que estudia y rebate, con destreza polémica y amena prosa, siglos de propaganda panfletaria sobre los cuatro grandes Imperios
de Occidente, a saber, el romano, el español, el norteamericano y el ruso. Mucho es lo que se ha progresado en el buen
sentido como para que el libro de María Elvira no sea ahora una piedra de
escándalo, sino la piedra angular de una reacción saludable. En su estudio comparado de los cuatro
imperios desarrolla una filosofía de la historia y maneja las ideas más sólidas
de nuestro tiempo. Y una de ellas tal vez sea la de que en las motivaciones de
la imperiofobia y la leyenda negra no hay más remedio que pensar en la
“envidia mimética” de René Girard.
Se lamenta Elena Roca de que los prejuicios y las calumnias contra la
España en la que no se ponía el sol se sigan aplicando a la España encerrada en
la corraleta de los PIGS. Y es que en esa Europa de siempre la “envidia mimética”
ha dado paso al “desprecio mimético”.
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