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Por María del Pilar Amparo Pérez García (Pituca)
Pregunta: ¿Cuáles fueron los motivos que le llevaron a usted a ser falangista y seguidor de José Antonio Primo de Rivera?
Respuesta: El tiempo es una dimensión infinita y compleja. Hay referencias que parecen actuales y situaciones de presente que parecen encarnadas en el futuro. Yo creo que a los nueve años escuché por primera vez el himno falangista. Me lo recitó un vecino de mi casa, cuyo padre iba a ser asesinado prontamente: se llamaba Enrique Morante Villegas. Me enseñó los primeros compases del Cara al Sol y he de confesar ahora, después de tanto tiempo, que aquellas notas me resultaron mágicas, que me llenaron por completo, inundando mi alma de un aroma que ni siquiera había presentido. Fue por tanto el aroma poético que tuvo la Falange en sus principios, su desprendimiento, su generosidad y su inconmensurable amor a España lo me hizo inscribirme por completo, aunque yo no tenía edad suficiente para unirme a aquél grupo de gente joven que respiraba ya la posibilidad de un nuevo amanecer para España.
Puede decirse que yo me enamoré de la Falange. Lo he confesado en diversas ocasiones, en actos públicos y en manifestaciones privadas y el amor nos llena por completo y ocupa las últimas partículas de nuestro corazón. El líder de la Falange José Antonio Primo de Rivera aparecía ante mí como un caudillo legendario, ignorante aún de la trascendencia histórica que había de tener su figura.
P: Han pasado 75 años desde el fusilamiento en la prisión de Alicante de José Antonio, ¿usted no cree que muchas de sus políticas son aplicables totalmente, hoy en día?
R: Hay que tener en cuenta que la doctrina de la Falange tuvo una génesis muy breve, un espacio muy corto donde fue imposible su maduración. Tres años son un periodo histórico demasiado breve para consolidar las bases de una doctrina. Hubo pues, más entusiasmo y ardor que rigor intelectual, pero luego los hombres que se incorporaron a la Falange -muchos de ellos con un talento extraordinario-, empezaron a aportar las notas que harían posible un pentagrama lleno de luces y de nuevos sonidos.
Si uno examina ahora la primera proclamación falangista, comprueba que la parte más esencial, es decir, la forma de encararse con la vida y de ejercer sin retórica ni lirismos el sentido del patriotismo, estaba vivo en las primeras proclamaciones doctrinales falangistas. Es decir, lo que se refiere a la concepción de España como realidad metafísica y unitaria por encima de bandas, de grupos o de tierras, está hoy tan presente como lo estuvo el día en que se proclamó el ideario falangista. Habría mucho que decir sobre la validez de aquellos principios en el mundo actual, sobre todo, insisto, en la capacidad intelectual de concebir la eterna metafísica de España. Un amor a la Patria que no era puramente sensitivo sino adornado por los estímulos de la perfección. Los que “aman a España porque no les gusta” la aman física y sensualmente. Nosotros la amamos con una voluntad de perfección. Son palabras textuales de José Antonio. España estuvo siempre presente en la raíz del pensamiento joseantoniano y por ello ante la actual España, derrotada en sus bases espirituales, deshecha en sus principios, olvidadiza de su singular historia, es difícil que se pueda crear un ambiente de opinión semejante al que José Antonio propugnaba. Pero su validez es indudable. Se puede afirmar que lo esencial no ha perdido su valor ni su vigencia histórica y que puede otra vez encender la llama de los corazones más jóvenes, la reflexión de los maduros y algo más de la nostalgia de los mayores.
P: ¿Cuál cree usted que fue la aportación de los falangistas a España en el siglo XX?
R: El llamado Movimiento Nacional no hubiera logrado consistencia histórica sin la aportación de las ideas falangistas. La configuración del Estado, el respeto al sentido de su milenaria unidad y todo lo que representaba el marco histórico de España fue enriquecido y modernizado por la doctrina falangista. Las obras sociales que se emprendieron en la segunda mitad del s. XX tuvieron su autoría en la doctrina falangista. El principio de la justicia social se lo arrebatamos al marxismo y no sólo por vestir la camisa azul y proletaria, sino por sentirnos íntimamente ligados a los menos pudientes “nuestra causa estará siempre unida a la de los humildes y poco pudientes”. Y así lo fue, porque la mayoría del contingente falangista o pertenecía a la clase media o era extraído de las clases obreras más recalcitrantes en su perfil ideológico.
Cabe citar, como ejemplo, la aportación de Manuel Mateo y la de otros que, habiéndose iniciado como militantes de la izquierda, pasaron convencidos a engrosar las filas de la Falange y lo hicieron con absoluto heroísmo y total entrega de sus propias vidas en holocausto de causa suprema de España. Lo social no se entiende sin la presencia de la Falange. Ese sentido dio perfil y contenido a todas las realizaciones, al avance gigantesco de la Seguridad Social, al impulso de las nuevas viviendas, al establecimiento de los nuevos regadíos, es decir, todo el impulso revolucionario de la Falange se hace notar en obras que todavía persisten en el tiempo.
P: ¿Por qué piensa que José Antonio está ocultado totalmente a la juventud actual?
R: Porque la actual mediocridad de la clase política española teme aún la resurrección de una figura que no tiene parangón en la historia de España. La lección de la vida y sobre todo de la muerte de José Antonio es tan escalofriante que si cualquiera de nosotros se pone a pensar lo que fueron los minutos anteriores a su fusilamiento, queda emocionadamente sorprendido. ¿Es posible que un hombre con treinta y tres años, en la flor de la vida, se enfrente con tanta gallardía a un pelotón de ejecución? ¿Es posible que se puedan redactar cartas sin tachaduras ni correcciones veinticuatro horas antes de su sacrificio? No hay lección más escalofriante de temple, de dignidad y valor como la que dio José Antonio.
Hay, entre las cartas que escribe, una dirigida a Rafael Sánchez Mazas que tengo siempre presente: “Te confieso que me horripila morir fulminado por el trallazo de las balas, bajo el sol triste de los fusilamientos, frente a caras desconocidas y describiendo una macabra pirueta. Quisiera haber muerto despacio, en casa y cama propias, rodeado de caras familiares y respirando un aroma religioso de sacramentos y recomendaciones del alma, es decir, con todo el rito y la ternura de la muerte tradicional.”. Creo que la sola meditación de lo que éstas palabras contienen, nos dan la medida de lo que pudo entonces y ahora representar para España la figura de José Antonio.
P: José Antonio, capitán de juventudes, poeta, amante de la patria, ¿qué le puede decir a la juventud española sobre la figura de José Antonio?
R: Que no ha habido en nuestra historia una figura semejante a él. Su prestancia personal, su valor sin declamaciones retóricas, el rigor de su palabra, la profundidad con que miraba a su destino, todo era tan fuera de lo corriente, que tanto en la política de entonces como la de ahora causa asombro y hace de la reflexión una meditación apasionada. Es decir mucho hablar de José Antonio como poeta y sin embargo lo fue y a fondo.
Desde su primer soneto que empieza diciendo “hemos bebido el sol disuelto el vino” hasta su última entrega de la vida a su causa, que era la razón de los hombres que le habían acompañado en el peregrinaje por una España desabrida, sin memoria y sin ambición. José Antonio fue poeta en el ejercicio de su vida personal. No era un amante del rayo de luna, pero sí alimentaba su pecho de un sol de futuro. Amaba lo difícil y quería “que la vida le fuese difícil antes y después del triunfo”. José Antonio no tuvo repliegues ideológicos que confundieran la rectitud de sus pensamientos, siguió adelante obedeciendo su intuición y sobre todo su inconmensurable amor a una patria que él quería “difícil y erecta”.
P: ¿Cree usted que es una casualidad que José Antonio y Francisco Franco muriesen el mismo día, 20 de noviembre? ¿O se puede entender como una señal o símbolo?
R: No creo en las casualidades y me parece realmente una señal del destino esta coincidencia verdaderamente notable por lo significativa y por lo trágica. Franco en definitiva no hizo nada más que con sus posibilidades, que no fueron omnímodas, interpretar y servir la doctrina de la Falange. Franco llegó a decir algo que hemos olvidado muchos “Creo en España porque creo en la Falange”. Esta frase apenas sí se ha hecho notar, por lo valiente y atrevida que resulta en el contexto histórico en el que nos movemos.
Es pues, una señal, un símbolo. La figura de Franco y de José Antonio no pueden quedar abismalmente separadas sino unidas en un mismo propósito aunque los procedimientos y los estilos fueran muy diferentes. José Antonio como hombre civil tenía su estilo propio, inconfundible y muy personal. Franco era un militar y toda su existencia respondió siempre a las constantes que la vida de la milicia exigían, pero en el norte de estas dos vidas lucía una luz esplendorosa que eran la gloria y la ventura de España.
P: ¿Qué opinión le merece la figura del Caudillo, Francisco Franco? ¿Es cierto que usted en los últimos momentos de Franco le llegó a decir que Juan Carlos le iba a traicionar?
R: Tuve la suerte de servir a Franco durante un largo periodo de mi vida. Lo hice como jefe provincial del Movimiento de Málaga, como gobernador civil de Ciudad Real, con el mismo grado en Burgos y finalmente durante nueve años en Sevilla. Posteriormente en el Ministerio del Trabajo, en el Ministerio de la Vivienda y como final de mi vida en la Secretaría General del Movimiento.
Tuve, por tanto, la suerte de conocer a Franco en varias de sus etapas. La primera, vigorosa y enérgica y dotada de una maravillosa y prudente claridad. La segunda, cargado ya con mayores responsabilidades, ejerciendo quizá con mayor inteligencia y sobre todo, dueño de una visión del porvenir de Europa y del mundo.
Franco no quiso ser nunca nada parecido a un superhombre. Él encontraba el puesto de su vida como una plataforma de servicio a España. El sólo tuvo un ideal, el servicio a su Patria. Yo le conocí en su última etapa cuando ya iba a terminar mi mandato como Ministro Secretario General del Movimiento.
Tuve dos largas conversaciones con él y he de confesar, ahora que han pasado tantos años, que lo que sentía al reunirme con él era una emoción estremecedora. En primer término porque mis noticias no podían ser gratas y tenían que referirle como veía yo el panorama de España en aquel momento, cuáles eran los peligros que nos acechaban y cuál era el destino de nuestro pueblo al que habría de señalar rutas diferentes. Le dije, y no me arrepiento de ello, que se equivocaba si él estimaba que Juan Carlos I iba a ser su continuador. Le dije con palabras textuales: “Cuando reine este Rey volverán los partidos políticos y el riesgo de desmembración nacional se producirá a buen seguro”. Franco reaccionó vivamente: “Lo que dice Vd. es muy grave”. Yo le contesté: Claro que es muy grave pero es muy cierto, lo de atado y bien atado no se mantendrá en el tiempo”. Franco me miró de forma escrutadora, penetrante y en sus ojos había un brillo distinto y nuevo: “Eso que Vd. me ha dicho, -volvió a repetir- es muy grave y no es posible”. Yo le respondí: “Desgraciadamente es cierto, pero en cualquier caso, tenga la seguridad de que yo siempre le seré tan fiel como leal”. Franco entonces se emocionó y ante mí, que no era nada, brillaron unas lágrimas que nunca podré olvidar.
P: ¿Añadiría algún consejo a los españoles, dado el grave momento que atraviesa España, con peligro en su unidad, libertad e independencia como Nación soberana?
R: Sí. Añadiría tan solo unas palabras: si quieren mantener un mínimo de dignidad, no pueden renunciar a una patria unida aunque esta realidad histórica estuviera distorsionada por un pluralismo negativo. España unida y grande, fue nuestro sueño y tiene que ser ahora en el final de nuestra vida una realidad confortadora de nuestro maltrecho corazón.
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