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Enrique de Diego
Con profunda emoción y gran gozo, ofrezco a los lectores de Rambla Libre, la entrevista concedida, a través de cuestionario, por el prior del Valle de los Caídos, fray Santiago Cantera. En estos tiempos relativistas, las declaraciones del prior, con honda espiritualidad benedictina, son un ejemplo de confianza en la gracia de Dios y de apasionado amor al misterio de la Cruz. La Providencia, que a veces prueba más a quienes más aman a Cristo para mostrarles su debilidad humana, les premia con la fortaleza de Dios.
El abad es el padre de la comunidad; de hecho, ése es el significado etimológico de la palabra. Según San Benito, hace las veces de Cristo en la comunidad, estando al frente de ella como padre de todos los monjes. La Regla de San Benito establece toda una serie de pautas para que administre correctamente la comunidad, tanto en el plano material y en el organizativo como en el espiritual, teniendo en cuenta que tiene almas a su cargo, por las que habrá de dar cuentas ante Dios. En mi caso, no soy abad, sino prior administrador, supliendo el cargo hasta que se determine un nombramiento.
El día a día de la comunidad es tranquilo y nos centramos en nuestra vida monástica ordinaria y en nuestras obligaciones cotidianas, tanto en las generales de un benedictino (culto litúrgico y oración personal, trabajo, lectio divina), como en las propias que tenemos asumidas aquí en consonancia con ellas: atención pastoral en la Basílica, Escolanía, Hospedería, etc. En los recreos comunitarios a veces hablamos de los asuntos que nos asaltan, pero tratamos de vivirlos desde la perspectiva del cuidado que la Providencia divina ejerce sobre nosotros y con la mirada puesta hacia lo sobrenatural, y así nos mantenemos en paz.
Hubo un tiempo atrás en que sí me dolieron y mucho, pero han sido una enseñanza espiritual para mí. Efectivamente, me han acercado más al misterio de la Cruz y a confiar absolutamente en la gracia de Dios. Ahora, gracias a Dios, estoy tranquilo y en paz, contento de actuar conforme a mi conciencia y además en cumplimiento de lo que es de Derecho. La experiencia del año 2018 que ha terminado, con toda la dureza que me tocó vivir cuando comenzaron los ataques personales entre enero y marzo, me ha hecho tomar conciencia de mi debilidad y de que toda la fuerza la tenía que obtener de Dios, poniéndome de lleno en sus manos. El dolor por las ofensas y ataques recibidos me hizo abrazarme a Cristo en la Cruz y ofrecerle ese dolor, unirme a Él y pedirle el perdón para los que me insultaban y me calumniaban. He aprendido a desprenderme de la fama y a no buscar las honras humanas (esos “puntillos de honra” que decía Santa Teresa). He aprendido el camino de la humildad que pasa por las humillaciones, como nos enseña San Benito. La lectura de la vida y de la obra de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de Jesús me ha hecho un gran bien, así como los retiros espirituales que he hecho este año valiéndome de esa lectura, de la oración y la meditación, y de las comunidades religiosas que me han acogido. He aprendido de San Juan de la Cruz el valor de lo que contestó al Señor cuando Éste le dijo, al final de su vida, qué quería que le diera: “Quiero, Señor, que me deis trabajos que padecer por Vos y que sea yo menospreciado y tenido en poco”. Y me ha calado lo que dice Santa Teresa sobre la verdadera y la falsa honra: “La verdadera honra no es mentirosa, sino que dice verdad, teniendo en poco lo que es poco y en nada lo que es nada, pues todo es nada, y menos que nada lo que se acaba y no contenta a Dios”. Ahora ya me río incluso de los disparates que dicen de mí en ciertos medios de comunicación y de la ignorancia que tristemente reflejan. Y puedo decir desde el corazón que no guardo rencor a ninguno de los que me atacan. Me da pena que algunos sufran amargura en su interior con tanto odio como llevan dentro.
El lema de la Orden benedictina es “Pax”, Paz. Los abades benedictinos de Cluny potenciaron en la Edad Media instituciones como la “tregua de Dios” y la “paz de Dios” para apaciguar las violencias de la sociedad feudal. Y San Odilón de Cluny instituyó la memoria de los Fieles Difuntos. Nosotros aquí oramos por todos los Caídos en la guerra de 1936-1939, tanto del bando nacional como del bando republicano, y pedimos a Dios que ellos gocen ya de la dicha eterna y que su recuerdo fomente la paz entre los españoles. No somos nosotros precisamente quienes deseamos alterar la paz de España. Para nosotros, tanto unos caídos como otros gozan de dignidad, merecen respeto y que se les deje en paz. No somos nosotros quienes tenemos que juzgarlos, sino Dios misericordioso.
Todos los días se ofrece una intención de Misa por el eterno descanso de sus almas y por la paz entre los españoles. Además, el 3 de noviembre se ofrecen todas las intenciones por ellos en la Misa conventual. Y al encomendar a los difuntos en el rezo de Vísperas por la tarde, están ellos presentes también. Además, los monjes rezamos por ellos en privado y encomendamos el bien de España a los beatos sepultados en la Basílica.
Tiene tres dimensiones fundamentales: una, la espiritual, como he señalado: orar por las almas de los caídos de ambos bandos en la guerra y por la paz y el bien de España. La segunda, es la de hermanamiento entre todos los caídos, con la presencia de restos mortales de caídos en uno y en otro bando. Y la tercera, fue la idea del Centro de Estudios Sociales, para el estudio de la realidad socioeconómica española y con el objetivo de alcanzar, desde la inspiración de la Doctrina Social de la Iglesia, un futuro de paz y de justicia social en España que evitara que una guerra como la del 36 volviera a producirse. La Comunidad benedictina vive de lleno las dos primeras realidades y, desde que el gobierno dejó de cumplir su obligación de sostener económicamente el Centro de Estudios Sociales en los años 80, en este último terreno hacemos lo que podemos con pequeñas actividades: conferencias, jornadas, publicaciones…
La verdad es que fue un proceso largo y sería prolijo contarlo, porque la vocación brotó en mí a los 12 años pero no vi todo con claridad hasta los 29 e ingresé a los 30, después de una experiencia de años que me llevó por el estudio de una carrera universitaria, el Doctorado, un tiempo como docente de Universidad y el servicio militar como alférez de Infantería, contando incluso con un período de noviazgo. La vida monástica me cautivó desde los 12 años, pero el paso final fue a raíz de unos ejercicios espirituales ignacianos de mes y de una prueba en la cartuja de Miraflores de Burgos. En aquellos ejercicios vi clara la llamada de Dios a entregarle de lleno mi vida, amándole por Sí mismo, queriendo hacer partícipes de su amor infinito a todos los hombres a través de la oración y llevando ante Él las necesidades de todos los hombres, y ofreciéndole todo mi amor en reparación por todos aquellos que no le aman y para que Él derramara su perdón sobre todos ellos a través de mi vida entregada a Él.
La verdad es que no. Yo aspiraba a una vida más oculta y escondida a los ojos del mundo. Pero he descubierto la realidad que decía un abad francés: cuando un monje hace su profesión, firma una carta en blanco y Dios la va rellenando día a día.
Ante todo, de una confianza absoluta en Dios, robustecida en la oración y en la lectura espiritual. En segundo lugar, como monje y como historiador, esa confianza se me confirma por el conocimiento de la acción de la Providencia divina en la Historia. En tercer lugar, por el respaldo de tantísima gente que nos alienta con su apoyo y su oración y que en estos momentos ha crecido mucho, tanto en España como en el extranjero. Y en cuarto lugar, los chavales de la Escolanía transmiten una alegría contagiosa que anima a vivir y a esforzarse.
De algún modo sí, como vengo diciendo. La lectura de Santa Teresa me ha hecho y me está haciendo mucho bien al alma. Y este poema suyo lo he meditado y rezado mucho durante este año.
Con alegría. No lo hemos buscado nosotros, pero nos alegramos de que la gente se acerque al Valle de los Caídos y lo pueda conocer de primera mano. También hemos notado ese aumento en las Misas. Y muchas personas que venían con prejuicios, se van cambiadas al conocer la realidad y nuestra labor aquí. En la parte del monasterio, el trasiego de visitas no altera nuestra vida ordinaria.
Es un lugar abierto a quienes quieran pasar unos días aquí y se les ofrece la posibilidad de asistir a nuestros oficios si lo desean. Cada cierto tiempo ofrecemos además tandas de ejercicios espirituales impartidos por monjes de la Comunidad. Disponemos también de algunas habitaciones para varones que quieran pasar unos días compartiendo la vida monástica.
En el refectorio leemos con frecuencia historias martiriales durante las comidas o las cenas y nos suscitan admiración y estímulo, sobre todo ante las adversidades que nos toca padecer. Pero, como es lógico, los mártires benedictinos nos llegan muy de cerca. Desde su beatificación, celebramos litúrgicamente el 25 de septiembre la memoria de los 4 mártires del “Montserratico” de Madrid por pertenecer a la Abadía de Silos y, por lo tanto, a nuestra Congregación de Solesmes. Siempre he encontrado una devoción notable a los mártires benedictinos en nuestra Comunidad y una admiración especial hacia el impresionante testimonio martirial de la Comunidad de El Pueyo. La oración a la intercesión de todos ellos y su recuerdo nos alienta para sobrellevar las dificultades vividas en el Valle. Con su testimonio martirial, la Iglesia española supo estar a la altura de las circunstancias en 1936: la Iglesia española de hoy no debe olvidarlo.
Sí, he estado en comunicación, porque es mi superior directo. Desde España le llegan a veces informaciones parciales o incompletas, que a la distancia del problema no le permiten conocer bien la cuestión. Por eso he tenido que precisarle en ocasiones la evolución de los hechos y la trascendencia de los mismos, encontrando en él la cercanía del afecto y de la oración.
Efectivamente, todavía no se nos ha pasado la cantidad que deberíamos percibir del año 2018 para el cumplimiento de los fines de la Fundación de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, cuya beneficiaria y encargada de eso es la Abadía. Ya el año 2017 hubo algún retraso notable. Según parece y se nos comunica por parte del Consejo de Administración de Patrimonio Nacional (CAPN), que ejerce de forma delegada y provisional el patronato de la Fundación (la Fundación no es estatal ni pertenece a Patrimonio Nacional), los retrasos se deben propiamente a una puesta en marcha más correcta del régimen de la Fundación, tal como marcó el Tribunal de Cuentas a Patrimonio Nacional hace unos años. El quid de la cuestión está en que nosotros hemos presentado un presupuesto que ahora se nos pide retocar y, en consecuencia, hemos pedido al CAPN unas instrucciones escritas al respecto (no nos han hecho ningún requerimiento, como se ha dicho). Si además de eso hay por detrás una represalia por parte del gobierno, no lo sé. Lo cierto, en cualquier caso, es que todo lo que se ingresa en el Valle debería ir destinado a los fines de la Fundación.
En los últimos días, hay muchas personas que están enviando donativos a una cuenta corriente destinada a este fin y que aparece en la página web de nuestra Abadía (www.valledeloscaidos.es), dentro del apartado “Vive el Valle”. Ciertamente, la cantidad librada por Patrimonio Nacional y que lleva congelada desde 2009, no es suficiente para cubrir el gasto de los fines de la Fundación de la Santa Cruz del Valle de los Caídos que la Abadía tiene encomendados y que, año tras año, venimos tratando de cumplir fielmente. La Escolanía, que es una institución cultural de prestigio internacional y con rasgos que la hacen única en el mundo, constituye una gran parte del gasto.
Además de un historiador notable, fue un gran literato: su estilo, quizá en parte recargado para nuestros gustos de hoy, es de una riqueza literaria sobresaliente. Tenía además una gran facilidad para la oratoria. Ejerció una influencia considerable sobre muchas personas a las que impartió su docencia, cursos, conferencias… Tal vez esa capacidad intelectual y de comunicación no se correspondió con una facilidad para el cargo que le tocó ejercer como abad de esta Comunidad, pero hay que tener en cuenta que nuestra Abadía arrancó desde el primer día con problemas y dificultades serios en la relación con las autoridades públicas, algo que es poco conocido fuera de aquí, y que repercutían en la vida de los monjes y podían superar a cualquiera.
La vocación benedictina, como vocación monástica que es, ofrece la permanencia de lo inmutable, de lo estable, de lo perenne, para un mundo que cambia a toda prisa y que se hunde en la incertidumbre y en el relativismo. ¿Cuál es ese valor de lo perenne y que constituye la esencia misma de la vida monástica? La búsqueda de Dios, el “quaerere Deum”, la primacía de Dios sobre todas las cosas. El monje benedictino busca a Dios, encontrando en Jesucristo el centro de sus amores, su modelo y su ideal. En Cristo, el monje descubre al Dios redentor y el modelo del hombre perfecto. La vocación benedictina ofrece así, al hombre y a la mujer de hoy, la vocación misma del ser humano, que es su retorno a Dios, de quien se había apartado por el pecado. La vida benedictina es una vida regulada, de equilibrio, de sabia compenetración entre la realidad espiritual y la realidad material del hombre, entre la oración y el trabajo, entre el hombre y la Creación, bajo la mirada amorosa del Dios Creador y Salvador. Aquellos que la descubran, habrán de penetrar en su conocimiento por medio de la oración, del trato íntimo con Dios, de la lectura espiritual y de la meditación de la Regla de San Benito. Ello les llevará a enamorarse de esta preciosa vocación y del mismo Dios, que es quien llama y la concede.