Pío Moa
P. ¿Qué aporta su libro “La guerra civil y los problemas de la democracia”? ¿Qué trae de nuevo?
R. Lo que trae de nuevo es lo que el título indica: un enfoque de los problemas de la democracia en España en la actualidad y en relación con aquella guerra.
P. Ud critica severamente la transición y suele calificar la democracia actual de enferma, o bananera…
R. El problema de fondo es que ni en la derecha ni en la izquierda ha existido un pensamiento democrático, y sigue sin existir. Las izquierdas y los separatistas volvieron adonde solían cuando la guerra, con sus mitos irrisorios y en el fondo guerracivilista. Les han dado juego esos mitos porque la derecha renunció desde el primer momento a las ideas. Una tradición de la derecha política española es su nulidad intelectual y su ignorancia histórica, que pretende pasar por virtud: “Miremos al futuro”, dice, con lo cual priva a los españoles de su historia, cediéndola al “Himalaya de falsedades” izquierdistas y separatistas, que ya denunciaban Besteiro, Marañón y otros. Y un pueblo que olvida su pasado, decía Santayana, corre el peligro de repetirlo. Digamos que tenemos una democracia sin demócratas.
P. Eso suena a contrasentido.
R. Lo es en la práctica, como el fracaso de la república por falta de republicanos. Y por eso el régimen actual está pudriéndose y pudriendo al país, literalmente. La transición se hizo de forma chapucera, empezando por la Constitución, y sin otra idea que la de “homologarse a Europa”, como si cada país europeo, y desde luego España, no tuviera sus particularidades políticas, además de su historia y su cultura. Todos los políticos se llenan la boca con la palabra “democracia”, pero la usan como una palabra mágica para justificarse, dándole cualquier significado porque no significa lo mismo en boca de Podemos, del PP, del PSOE o los separatistas. Esa falta de cultura democrática es lo que termina identificando a la democracia con la corrupción, con la vulneración constante de la Constitución, con la colaboración y recompensa a la ETA por sus asesinatos, con la ley totalitaria y prochekista llamada de memoria histórica, con la continua provocación separatista, con las leyes de género, etc. etc. En definitiva, se está destruyendo aceleradamente el estado de derecho, algo gravísimo, y uno se pregunta: ¿cómo es que ocurren estas cosas y se dan por correctas o no suscitan denuncia y resistencia? Porque ni en la izquierda ni en la derecha existen un pensamiento o una cultura democrática. En la república había mucha miseria, pero peor que la miseria fueron los odios cultivados a conciencia por la izquierda y los separatistas. Y ahora están en las mismas, con la colaboración de la llamada derecha.
P. No obstante, podrían acusarle de que las ideas que ud expone en el libro tampoco son muy democráticas, no van con las ideas corrientes.
R. Ciertamente el asunto hay que enfocarlo desde la raíz, desde el poder, y el libro incluye un ensayo sobre estas cuestiones. Lleva mucho tiempo de moda entre intelectuales oponerse al “poder”, en general, haciéndose un poco los ácratas, aunque cobren de él. El poder es connatural a cualquier sociedad humana, desde una nación a una asociación de vecinos. Es connatural porque la sociedad humana está muy individualizada, al revés que las sociedades animales regidas por el instinto, como las de las hormigas. En la humana pulula intereses, sentimientos, grupos afines o partidos muy diversos y opuestos. Esto podría desembocar en una lucha de todos contra todos, y el poder, con sus leyes, surge de modo espontáneo e inevitable para evitarlo. Si la ley cae por tierra, y es lo que ocurrió en la república, la guerra civil se vuelve probable. El poder mantiene el orden social, pero evidentemente puede ser un poder tiránico o aproximadamente justo. Tanto la democracia como cualquier otra forma de poder puede volverse tiránico, en efecto, y por no entender esto es por lo que en España está degenerando. La democracia es una forma de poder históricamente muy reciente. Etimológicamente, quiere decir “poder del pueblo”, pero es evidente que el pueblo no puede ejercer el poder, pues por su naturaleza el poder es siempre minoritario u oligárquico y se ejerce sobre el pueblo, con mayor o menor consentimiento de este. Teniendo en cuenta, además, que el pueblo no tiene unos intereses únicos y homogéneos, no es un rebaño de vacas, sino que en él hay una enorme multiplicidad de intereses, como decía. Al olvidar estas evidencia elementales, la teorización sobre el poder y sus formas se vuelve arbitraria y origina mil de discusiones bizantinas. Como aquí no puedo desarrollar todo el argumento, diremos que la democracia representativa es una forma muy moderna de poder, que tiene en todos los países muchos problemas y posibilidades de degenerar, y que por no tener eso en cuenta, por falta de pensamiento serio al respecto, está degenerando gravemente en España.
P. Volvamos a la guerra civil: ¿trae su libro alguna novedad importante?
R. No. La primera parte es un análisis crítico, sucinto, de los distintos enfoques con que se ha tratado, y la parte final se compone de críticas precisas a diversos autores como Juliá, Viñas, Preston, Beevor y otros. Examino los distintos enfoques y aproximaciones de los historiadores, y resumo la marcha militar y política de la guerra de forma claramente inteligible. Ya he dicho a menudo que la guerra civil está suficientemente aclarada en el campo intelectual: por qué estalló, quiénes la comenzaron, qué intereses se jugaban en ella, cuál fue su efecto internacional, etc. Por supuesto, quedan muchas cuestiones por estudiar, pero todas ellas secundarias. Y, por supuesto también, está aclarada en el plano intelectual, pero no en el popular, donde persisten los mitos más grotescos, creados por políticos, historiadores e intelectuales básicamente corruptos. Porque la falsedad sistemática, aquella de la que hablaba Besteiro, es también corrupción, y peor que la económica. Por eso, a estas alturas es absurdo publicar el enésimo libro sobre el tema, si no se enfoca en relación con la actualidad, como aquí hago.