Es más fuerte nuestro amor que vuestro odio

Luis Felipe Utrera-Molina

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Mi
padre solía decir que el odio era una pasión aniquiladora de las almas a las
que atrapaba, una triste forma de autodestrucción involuntaria que responde a
los instintos más primarios del ser humano.

Nos
alertó siempre contra sus perniciosos efectos y nos enseñó a combatir el odio
con amor, y a la mentira con la verdad.

No
deja de ser un timbre de honor ser objetivo de quienes representan la ideología
más criminal y totalitaria que ha conocido la historia, con más de cien
millones de muertos sobre sus espaldas. Hay que reconocer que en algo parecen
haber mejorado con los años, pues hace ochenta años yo no viviría para escribir
esto. Y escribo “parecen” porque allí donde tienen el poder, como en Venezuela,
han resucitado las siniestras checas y han terminado por secuestrar y asesinar
la libertad de toda una nación.

Resulta
tan patético como insólito –creo que es la primera vez en la historia- el
intento de socialistas y comunistas de criminalizar el último adiós a mi padre
por el mero hecho de que se le despidiese como lo que siempre fue, hasta el
final: falangista. Acaso a alguno le remuerda la conciencia haber cambiado
tanto de camisa que no soporte contemplar el honorable adiós a un hombre que
supo morir sin cambiar de bandera. Por eso cada uno de nosotros quisimos poner
sobre su pecho esas cinco rosas que marcaron toda su existencia, por eso le
vestimos con su camisa azul y su bandera, nuestra bandera -esa de la que
reniegan quienes ahora nos denuncian- fue su último sudario.

Cuestiones
jurídicas al margen –no sólo demuestran un total desconocimiento del Código penal
y de la Constitución sino también del propio engendro de ley memorialista que
han aprobado- lo último que un hombre cabal haría sería dejar a sus invitados a
merced de los buitres carroñeros. Quienes quisieron despedir a mi padre
vistiendo su camisa azul y entonando las bellas estrofas del cara al sol, no
sólo le honraron a él, sino también a todos nosotros y también a los muchos
miles de españoles que vieron en él un limpio ejemplo de conducta y de servicio
a los demás.

En
un día lejano del año 1972, en pleno régimen franquista, fue enterrado con la
bandera anarquista de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) Melchor
Rodríguez en el cementerio de San Justo. Junto a algunos cargos públicos y ex
ministros de Franco, sus camaradas anarquistas comenzaron a cantar: “Negras
tormentas agitan a los aires”, las primeras estrofas de ‘A las
barricadas’. La Policía Armada y las autoridades escucharon el himno anarquista
hasta el final en riguroso silencio como muestra de respeto. Eran caballeros.

Hoy,
en pleno régimen “de libertades”, los que no pueden ocultar su espíritu
totalitario y liberticida nos denuncian por dar a nuestro padre la despedida
que él siempre quiso y nos dejó escrito en su preciosa carta de despedida:

Quiero ser enterrado con mi camisa azul. No
es un gesto romántico sino la postrera confirmación de que muero fiel al ideal
que ha llenado mi vida. (…) “Quiero pedir perdón a cuantos ofendí en mi vida y
reiterar mi creencia en Cristo y mi fe en España, cuya bandera ha de ser mi
sudario
”.

Ellos
no lo saben, papá, pero nuestro amor es mucho más fuerte que su odio. Tú has
cumplido tu promesa, con honor y con ventura. Y nosotros no nos vamos a
esconder, pero no responderemos con odio, sino con amor y con firmeza, con el
inmenso orgullo de llevar tu apellido y la cabeza bien alta frente a la vileza
y a la cobardía.

Tu hijo Luis
Felipe.


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