Eso les pasa por franceses, por Hugues

HUGHES

La Gaceta

En la crisis francesa es curioso observar la apelación a los padres, a las familias. Las autoridades, solemnes y republicanas, se dirigen, impotentes, al padre, figura en muchos casos ausente. «Hagan algo con sus hijos». ¿Y entre medias? ¿Qué hay entre el Estado y el último recurso de la familia? Debería haber una instancia común a la que apelar, el civismo republicano o la solidaridad nacional. Pero en este caso es una casilla vacía, no parece que tenga efecto. Habría otra posibilidad: dirigirse a los líderes ‘comunitarios’, a los portavoces, si los hubiere, de las comunidades identitarias que pudieran tener cierta autoridad sobre los jóvenes. Pero esto sería reconocer una derrota, que el comunitarismo se impone al republicanismo. Identidades fortalecidas, islas en el mar de la ciudadanía común.

Es divertido ver cómo en España se considera a esos jóvenes violentos herederos de una tradición revolucionaria. Eso no lo decían de los Chalecos Amarillos ni de los antivacunas, pero aunque ahora lo digan no van más allá: ¿qué revolución proponen? ¿Qué sistema, gobierno o alternativa defienden? Detallarlo les exigiría dar más explicaciones. Pero al regalar a los violentos un atributo tan francés niegan rotundamente el problema. Estarían destrozando Francia por pura francesidad. ¡Eso les pasa por franceses! vienen a decir.

Otros culpan al racismo estructural o a la pobreza, sospechosos habituales. La eterna no-integración. Quienes argumentan una y otra cosa, fácilmente localizables en nuestro espectro político, buscan así causas autóctonas. Otros, más profundos y también más coquetos, sin miedo a parecer afrancesados, declaran con cierta abstracción intelectualista la derrota de la República, ideal político del español. ¿Ha perdido la Republique? Pero ¿por qué? ¿por quién?

Tampoco tenemos claro que el republicanismo francés estuviera ya luchando esta batalla. Quizás sea, simplemente, la mezcolanza entre una formalidad republicana y el virus de la multiculturalidad, que penetró con padrinos anglosajones y liberales. Lo multicultural es lo que sigue al discurso globalista. Una de sus consecuencias.

Por eso: decir que la República sale derrotada elude dos cosas. Una, antes mencionada, es la victoria previa del multiculturalismo que la contamina ya de Black Lives Matter. La otra es que la República saldría derrotada porque antes sucumbió otra cosa: la nación francesa. Cuando jóvenes ciudadanos odian a su país se está manifestando algo anterior. Los valores republicanos son importantes pero son expresión de algo común. Es un régimen, una forma de gobierno, un sistema de leyes y valores pero que parte de algo previo, cultural, histórico y espiritual que está relacionado con la nación. La república es expresión de la nación francesa, que es su suelo. Lo edáfico (con perdón). No se rechazan esos valores en sí mismos, sino por lo anterior.

El modelo multicultural consagra a la vez la acogida al que llega y su inmediata separación en guetos. El liberalismo globalista  del que Macron es mero mandado ha producido en Francia dos realidades coincidentes: la integración (perpetua, inacabable) del otro, y, a la vez, la separación radical en guetos. Ven, pero aléjate, que es un discurso elitista que se blinda y se hace incuestionable con la acusación de racismo, lo que vuelve a confirmar el buen estado de la alianza entre el dinero (su ideología liberal) y la nueva izquierda: cualquier crítica al modelo de inmigración masiva y transnacional es considerado racista, y moviliza el antirracismo y el antifascismo, de modo que el progresismo actual salta como un resorte en cuanto alguien señala las consecuencias del liberalismo acultural disfrazado de multicultural.

Al final, los que vienen y los que ya estaban se parecen bastante. Esa frase de Ledesma: «Sólo los ricos pueden permitirse el lujo de no tener patria», la dijo de otro modo un francés, Peguy: «La patria es lo que les queda a aquellos a quienes se lo han quitado todo». No es descartable que unos la lleven consigo allá donde vayan, ni que otros, cuando empiezan a empobrecerse, se agarren a ella como a un amuleto que invoca seguridades y fuerzas simbólicas y familiares.


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