España, de Seat a la amnistía.

Por Irene González.

Vozpopuli

Una de las conversaciones recurrentes con mis compañeros de la Facultad de Derecho era a qué dedicaríamos nuestro primer sueldo. El orgullo de pagar algo simbólico e importante con algo que te ha costado años de duro estudio. A los 18 años me saqué el carnet de conducir en Madrid, por ese anhelo desde la preadolescencia de ser libre e independiente para ir a todas partes cuando quisiese. El coche siempre fue eso para los jóvenes. Era, además, la llegada de la vida adulta, la hora de disfrutarla y sufrirla. Tener mi propio coche sin depender de turnos para usar el de mi madre representaba todo eso para mí. El destino final de aquella primera nómina fue la entrada de un SEAT IBIZA en plena crisis del 2010 y con la ayuda de mis padres. Para los jóvenes que están ahora en la Universidad, previo paso de una peregrinación de másters esperando que la acumulación de títulos tenga algún valor o sentido, coquetear con la idea de comprarse un coche con su primer sueldo es algo lejano. Ahora será implanteable si desaparecen los coches buenos, pero asequibles a jóvenes y familias como eran los SEAT.

Ahora será implanteable si desaparecen los coches buenos, pero asequibles a jóvenes y familias como eran los SEAT.
Dentro de los planes de privatización y desmantelamiento de la industria estratégica española, en 1986 Felipe González vendió a la alemana Volkswagen SEAT por 480 millones de euros. El Estado socialista necesitaba fondos por la inasumible situación de la economía y por la corrupción galopante y sistémica de una impune y endiosada clase dirigente socialista, que los medios del régimen llamaban la beautiful people. Esta semana el Grupo Volkswagen ha anunciado la desaparición de SEAT y su sustitución por CUPRA, la marca deportiva dentro de la compañía, debido a la falta de proyectos de la primera y dentro del plan de nueva movilidad. A casi 45.000 € la unidad, la nueva movilidad consistirá en no poder comprarte coche o lo que es peor, sólo poder comprarte un Dacia Sandero.

En 1950 el Instituto de la Industria de España creaba S.E.A.T (Sociedad Española de Automóviles de Turismo) con base en Martorell, en Barcelona. Para alguien de mi generación resulta extraño descubrir que existió un Instituto público que no era un chiringuito, ni un desagüe socialista de recursos públicos, sino que contribuyó a la creación y prosperidad de una clase media que tenía trabajo y producía bienes de calidad a los que podía acceder con sus salario. Hay que condenar a Franco por fomentar y proteger la industria siderúrgica en el País Vasco y la automovilística en Cataluña (SEAT). Tenía que pagar sus apoyos en la guerra, entre otras cuestiones. Pero mientras, en Extremadura u otras regiones, sólo crecía un futuro árido, de subsistencia y emigración al Norte para buscar trabajo, donde los españoles serían despreciados, marginados y hacinados en viviendas deplorables en su propio país, por esa burguesía racista que tuvo la mayor época de auge económico con la España autonómica de la Constitución.

En esta realidad de ruinas morales, políticas y económicas en la que se hunde España, se aprecian escollos de una nación que ha de soportar a un delincuente como Puigdemont
No se trata de mostrar nostalgia por lo no vivido de una generación que prosperó y que soñaba con salir adelante. Ahora la nueva generación no tiene sueños, sólo deseos inmediatos y problemas psicológicos en medio de confusiones de género sin sexo. La desaparición de la marca SEAT debería llevarnos a una reflexión sobre qué es la política de Estado y lo urgente para España. Debería ser un plan sobre sectores estratégicos, como la industria y la energía, que priorice la prosperidad y protección de los españoles de forma duradera y no la de los dirigentes de los partidos. Una política de Estado es eso y no las borjitasemperadas de Feijóo que se reducen a pactar con el PSOE para mantener cuota de poder en el hongo parásito de la nación que es este sistema corrupto, más que normalizado, reivindicado.

En esta realidad de ruinas morales, políticas y económicas en la que se hunde España, se aprecian escollos de una nación que ha de soportar a un delincuente como Puigdemont, que exige una amnistía para quienes cometieron los crímenes del golpe de Estado en 2017 y llevaron a este país al precipicio de un conflicto civil violento en Cataluña. Aunque el sorayismo ocultó las imágenes, no olvidamos.

La amnistía es reconocer como cierto el relato psicótico de opresión sufrida por los que no se han bajado de un coche oficial en décadas. Ningún secesionista con un SEAT. La democracia de partidos del ´78 no ha oprimido a Cataluña ni al País Vasco, sino a los españoles permitiendo un marco de impunidad para sus enemigos dejándonos indefensos ante sus abusos. La mayor industria de España y casi la única que ha podido prosperar en estos 45 años de democracia liberal ha sido el negocio de atacar y debilitar España.

La gran empresa española es la corrupción generada para parasitar una nación en un sistema que lo abarca todo. Hasta el fútbol. El Barcelona ha comprado árbitros durante décadas sin la denuncia de nadie, porque muchos esperaban las migajas. Medios, funcionarios o la oposición tienen la misma actitud con el poder, con los socialistas. La amnistía al golpe de Estado siempre empezará por la amnistía de la traición y la corrupción del propio sistema.


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