José Utrera Molina
Abogado
ABC ha tenido siempre la espléndida generosidad de acoger las líneas de mis sentimientos. Estoy próximo a cumplir 90 años y he sido testigo de los complejos y difíciles avatares de la vida de España. Cuando se inició nuestra guerra civil apenas contaba 10 años, pero puedo afirmar sin ningún asomo de pedantería que aquellas primeras fechas escandalosamente dolorosas repercutieron a edad muy temprana y tal vez impropia en un corazón como el mío que aún no había conocido el terror. Acostumbraba a reunirme con chicos mayores que yo, y cuatro de ellos murieron en el frente heroicamente. Yo no los he olvidado, pero aquellas muertes y aquel furor fratricida dejaron siempre en mi alma una huella imborrable. En mi propia familia hubo hermanos que combatieron en un bando y otros en el contrario. Honré siempre la memoria de aquellas dos partes atravesadas por el dolor. Formé parte -y de ello ni me arrepiento ni me olvido- de las organizaciones falangistas que pregonaban la patria, el pan y la justicia. Conocí a fondo el drama de una y otra España y en mis discursos tempranos no figuró nunca la salpicadura salvaje del odio ni la mancha imborrable del rencor. Durante toda mi vida, en mi etapa de gobernador civil de Ciudad Real, de Burgos y de Sevilla conocí a fondo la estructura del régimen en el que tuve el honor de servir a España. Insisto en que este hecho vital para mí ha constituido no una mancha, sino un antídoto frente al olvido. Repasando mis intervenciones públicas como gobernador o como ministro, jamás hubo en ellas ningún atisbo de resentimiento y de rencor, sino de todo lo contrario.
Prediqué siempre la reconciliación y afirmé que ojalá llegase el día en que pudieran abrazarse aquellos que mataron y aquellos que sufrieron el escarnio y la muerte. La transición política tuvo un efecto positivo para la vida española, al menos en la intención de los que intervinieron de forma activa con el afán de culminar por fin una reconciliación que de hecho estaba instalada en la mayor parte de los españoles.
Vivo todavía atento a los avatares de la política española, tratando de buscar en la esperanza el antídoto contra el desánimo. No quiero pensar en las consecuencias que podrían producirse si volvemos a dejar que nuestra patria se envuelva de nuevo en el odio que rompió hace ochenta años el alma de los españoles. Pero advierto con preocupación la aparición de síntomas alarmantes que me devuelven al sufrimiento de una infancia perdida y que atraviesan como una lanza mi alma dolorida. ¿Será posible que volvamos otra vez a ocupar un espacio histórico cainita? ¿Será posible que las banderas del rencor y del odio campeen sobre las tierras españolas? ¿Será posible que los españoles no seamos capaces de ponernos de acuerdo para evitar las terribles consecuencias de un nuevo frente popular que bajo el disfraz inagotable del progreso propugna la liquidación de la esencia de España, de sus Fuerzas Armadas, de las tradiciones y de las banderas que construyeron nuestro horizonte de concordia y de paz?
Aún queda tiempo para evitar la tragedia de la definitiva liquidación de la esencia de España.; aún es posible evitar su ruptura definitiva; aún es posible impedir las lágrimas que están al acecho para brotar en nuestra retina y romper nuestro corazón.
En el umbral de los 90 años, apenas si puedo hacer nada, pero en esa línea roja que marca la proximidad de un final lógico, que no me asusta, debo proclamar mi profunda preocupación ante el peligroso abismo que se abre en el horizonte cercano de mi patria. Preferiría mil veces morir antes que contemplar en lo que se puede convertir España por el terrible acoso de los que no han sabido comprenderla y la incompetencia de quienes no han sabido defenderla. Lejos está el amanecer que yo asumí junto a las letras de mi himno, junto al vuelo de mi bandera, pero espero que, al final, un trozo de esta tela y un pedazo del aliento servido cubran una parte de vergüenza que martillea sin cesar el corazón de muchos españoles. Estas letras si son un grito de alerta. Algunos españoles, antes que yo, anticiparon la desdicha que podría producir. Pero aún me afilio y me agarro a la voluntad de Dios, que no puede dejar a España desamparada.