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Luis Felipe Utrera-Molina
Blog generaldavila.com
Si
yo fuera un hombre verdaderamente libre, proclamaría, sin temor a ser tachado
de fascista o cavernícola y ser excluido de la impostada corrección
política, que el origen de la gravísima situación a la que se ha llegado en
Cataluña está en los vicios del llamado “consenso constitucional” de
la transición que posibilitaron la nefasta redacción del artículo 2 de la
Constitución y el modelo de organización territorial del Estado reflejado en el
Título VIII de la Carta Magna.
Si
yo fuese un español libre y no temiera ser condenado ad perpetuam al exilio interior por los cansinos voceros de la
impostada moderación y la componenda, pediría la supresión del Estatuto de
autonomía en aquellas comunidades o regiones en las que no estuviera
suficientemente garantizada la lealtad a España y a su unidad territorial.
Porque la descentralización administrativa debe servir para acercar el Estado a
los ciudadanos y no para alejar a éstos de su nación, crear naciones
inexistentes y centrifugar para siempre el Estado nacional.
Si
yo fuese libre y no esperara las represalias de sectarios e intolerantes y el
azoramiento de los blanditos, exigiría que se respetase mi derecho
constitucional a utilizar la lengua española en todo el territorio nacional, a
dirigirme a todos los tribunales y administraciones autonómicas y municipales
en español y a que se me conteste en dicha lengua oficial común de todos los
españoles. En definitiva, a sentirme igual de español en todos los rincones de
mi patria.
Si
yo fuera verdaderamente libre o tuviera una Constitución como la de la
República Federal Alemana, exigiría la inmediata ilegalización de todos
aquellos partidos políticos y organizaciones que propugnen la secesión e
inciten al odio a España y a sus instituciones y señalaría con el dedo acusatorio
a todos los políticos y gobernantes que desde hace cuarenta años han mirado
para otro lado por intereses electorales cortoplacistas, mientras los genios de
la disgregación urdían cuidadosamente sus planes para destruir nuestra vieja y
gloriosa unidad mediante la manipulación de la historia común y el
adoctrinamiento de los niños en las escuelas.
Si
hubiera en España políticos libres que no vivieran atenazados por el cálculo
electoral, reclamarían sin complejos la reasunción por el Estado de las competencias
de educación y seguridad en todo el territorio nacional y establecerían un plan
de choque para españolizar a todos los ciudadanos españoles, porque
hoy más que nunca es vital que todos conozcan la verdad de nuestra doliente y
gloriosa historia, con sus luces y sus sombras y puedan sentir el legítimo
orgullo de ser español. Hora es ya de destapar las mentiras que durante décadas
han difundido impunemente los nacionalistas vascos, catalanes, gallegos,
valencianos y baleares para extirpar de niños y mayores el sentimiento de
pertenencia a la nación española.
Si
España no viviese bajo el imperio de la corrección política, podríamos
reivindicar sin complejos aquella frase escrita por José Antonio Primo de
Rivera hace 83 años advirtiendo que “sin la presencia de la fe en un
destino común, todo se disuelve en comarcas nativas, en sabores y colores
locales”
Pero
de nada sirve mortificarnos lamentando los errores del pasado sin proponer
soluciones de futuro. España hace tiempo que renunció a una empresa colectiva
reafirmando su condición de nación más antigua de Europa y al tiempo, de
referente cultural, histórico y evangelizador para Hispanoamérica. Aquí
seguimos rumiando las leyendas negras inventadas por Antonio Pérez y Guillermo
de Orange y se cuentan por miles los estúpidos que califican de genocidas a los
conquistadores españoles para guasa de nuestros vecinos franceses que, para más
inri, disfrutan cada vez más de nuestra fiesta nacional mientras nosotros no
somos capaces de protegerla de los ataques de tanto descerebrado. Aquí seguimos
subvencionando películas ordinarias y sectarias sobre la guerra civil y
ridiculizando a los héroes de Baler, en lugar de llevar al cine epopeyas como
la de Blas de Lezo, Hernán Cortés, Guzmán del Bueno o Moscardó, conocidas en el
mundo entero menos aquí, porque el patriotismo, de ser una noble virtud se ha
convertido en rancio baldón propio de carcas o fachas. Y, por supuesto,
seguimos bajo la estúpida engañifa de la multiculturalidad renunciando a la
reivindicación de las raíces cristianas de nuestra civilización.
España
está huérfana de referentes del patriotismo, porque merced a la saña de unos y
a la cobardía de otros, se está borrando la huella de insignes intelectuales
españoles que, como Ramiro de Maeztu, Unamuno, Ortega o Marañón se mostraron en
abierta rebeldía contra la decadencia de una España que navegaba sin rumbo a la
deriva de su propia destrucción. Una España a la que amaban porque no les
gustaba, con afán de perfección.
Si
en España triunfa algún día la verdad sobre la mentira, y se abre paso la
verdadera libertad, reflexiones como éstas se escucharán y debatirán sin
complejos en unas Cortes convertidas hoy, por diputados de la izquierda radical
y de los partidos separatistas, en un patio de Monipodio en el que se
miente con contumacia, se insulta impunemente a España, y se falta
clamorosamente el respeto a quienes pagamos con nuestro esfuerzo diario un
sueldo que no merecen cobrar, ni ellos, ni quienes con su cobardía han colocado
a nuestra patria a los pies de los caballos.