Honorio Feito
La hipocresía es uno de los mayores defectos de los españoles. El Diccionario de la RAE la define perfectamente y existen, además, un buen puñado de sinónimos para evitar su reiterada alusión. La hipocresía, acompañada de la demagogia, traza la cartografía de esta España envilecida por la partitocracia, que utiliza como argumento una falacia para salir indemne de comprometidas situaciones y evitar el banquillo a los implicados.
La hipocresía, y la demagogia, son patrimonio de los españoles que cada día se desayunan con un escándalo. Y ya no sorprende a nadie la sucesión de lamentables alborotos de la vida pública, que van desde la financiación ilegal de los partidos políticos hasta los negocios con dobles contabilidades de la vida privada, pasando por las subvenciones no controladas por Hacienda, el tráfico de influencias, y cualquier otro menester que procure dinero negro, libre del control de las autoridades, o sea, de ellos mismos.
No hay estamento profesional, público o privado, que no se vea envuelto en la sospecha; ni acción humana pertrechada en esta “vieja piel de toro” que no se ponga en tela de juicio. Y, ante este desolador panorama, mientras crece el descrédito, existe una vía alternativa que utiliza argumentos para justificar lo que, en principio, parece injustificable o, al menos, muy difícil de justificar.
El cruce de declaraciones entre los implicados en estos delitos produce un efecto letal en la esperanza, y los españoles, que no ven solución a tanto despropósito, se abandonan al abatimiento, esperando que la Divina Providencia actúe.
La única realidad es que, mientras pagamos los servicios a precio de lujo, recibimos atenciones de tercera categoría, en un evidente descenso de la calidad de vida en general de nuestra sociedad, mientras intentan engañarnos con las excelencias de otros modelos de gestión; pagamos los recibos más caros cada mes, pero los sueldos están congelados por efectos de la crisis; la crisis es el justificante de los incapaces para esconder su nefasta gestión; muchos siguen viviendo del crédito, y llenan restaurantes y espectáculos en una aplicación del viejo axioma pan para hoy, hambre para mañana; pero otros muchos apenas tienen ingresos, según los balances oficiales, y saben que el pan para hoy es escaso y el hambre de mañana más que seguro…
¿Y no pasa nada? España, definitivamente, está sometida a la hipocresía y a la demagogia.