Estado de la Nación, por Eduardo García Serrano

Eduardo García Serrano

Una Nación sin alma. Una Nación sin memoria, que data su épica en un código constitucional y en un trampantojo democrático en el que el Poder Judicial es rehén, con Síndrome de Estocolmo, de los poderes políticos del Estado que, periódicamente, echan a pies el reparto de las togas y de las magistraturas en el Estado Mayor de la Justicia.

Una Nación que se niega a sí misma, que ningunea su integridad territorial y que se concede el ridículo lujo moral, socapa de tolerante relativismo, de escupir sobre las gestas de su Historia. Una Nación rendida que proclama su claudicación ante el mundo no atreviéndose a preguntar por Gibraltar (¿qué hay de lo mío?) en la Cumbre de la OTAN, no vaya a ser que se irrite nuestro amigo y aliado británico.

Un pueblo sin conciencia nacional que alimenta con sus impuestos y su entusiasmo a una clase política rapaz que le saquea implacablemente y que le conduce, inexorablemente, a la esclavitud de la pobreza y de la ignorancia, y a vegetar agradecido en el subsidio mientras pide la vez en las colas del hambre.

Una Nación sin sistema inmunológico contra el separatismo, al que abriga, mima y financia porque para sus legisladores la voluntad irrenunciable de unos pocos de destruir a la Patria es también una expresión democrática que merece respeto y tolerancia. Una Nación que blinda con derechos al okupa y desampara al propietario avasallado. Una Nación que recibe con los brazos abiertos a los inmigrantes ilegales, que los pertercha y los avitualla generosamente sine die mientras le niega el pan y la sal a las viudas de los españoles y a sus compatriotas huérfanos de trabajo que lo han perdido todo menos, eso sí, el derecho a votar y la obligación de pagar impuestos.

Una Nación que convierte a sus soldados en bomberos, en socorristas y en una suerte de Chicas de la Cruz Roja, y que les impide vigilar nuestras fronteras para hacer de centinelas de fronteras lejanas y ajenas…

Ese es el Estado de la Nación. Lo demás es cháchara y farfulla política, periodística y parlamentaria para revestir el trampantojo democrático una vez al año. O cuando toque.    

 


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