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Pío Moa
La Gaceta
Gregorio
Marañón definió a la república –que él tanto había ayudado a traer—y al Frente
Popular, con dos palabras: “estupidez y canallería”. El propio Azaña, partícipe
ciego en aquella orgía de necedad, no estaba con todo tan ciego que no
entendiera la clase de fechorías que podían esperarse de aquel personal:
“política incompetente, tabernaria, de amigachos, de codicia y botín sin
ninguna idea alta”. Podría extenderme en juicios parecidos, porque son de lo
más clarificadores ante la fraudulenta loa que dedican a la república, abierta
o implícitamente, todos los partidos y medios manipuladores actuales,
convirtiendo la política española en un fraude generalizado, del que la
corrupción económica es solo una parte, y no la más dañina. Lo que hizo Franco,
históricamente, fue derrotar al criminal régimen del Frente Popular,
inaugurando, entre otras cosas, el período de paz y prosperidad más prolongado
que haya vivido España en siglos, y que continúa, aunque cada vez más en
peligro por la turbia actividad de los “estúpidos y canallas” de ahora.
Pues
los mismos justificados dicterios de Marañón pueden definir a los
partidos de la actual clase política. La lista de sus fechorías contra la
integridad de España y contra la democracia es muy larga, y la penúltima que
vienen intentado es la exhumación de los restos de Franco del Valle de los
Caídos. Una de las manías de estos estúpidos canallas fue, en la república y la
guerra, el incendio y destrucción de monumentos artísticos, obras religiosas y
bibliotecas antiguas y modernas, testigos de la historia de España. El Valle de
los Caídos no solo es “una maravilla”, como ha reconocido Paul Preston, es sin
duda el monumento nacional –aparte de religioso– más importante y
estéticamente logrado del siglo XX en cualquier país del mundo. Algo,
lógicamente, intolerable para los bellacos que han hecho del embuste y la
calumnia una de las grandes industrias del país, industria de la que viven y
que creen legitimar proclamándose a gritos “demócratas”, lo que nunca han sido,
sino más bien parásitos de la democracia.
Se
dice que Franco no pensaba ser enterrado allí; quizá sea cierto, pero tampoco
tiene importancia. Oficialmente fue una decisión de Juan Carlos y fue una
decisión muy justa, entre otras bastante menos justas y menos acertadas que
tomó. El Valle de los Caídos no solo representa la victoria sobre la
estupidez y la canallería, también la reconciliación nacional, ya lograda en
los años 40, como pudo comprobar el maquis a su costa. Representa, como dije,
la paz y la reconstrucción de un país con sus propias fuerzas, sin deber nada a
la intervención de Usa, deuda contraída por el resto de Europa occidental. Nada
más justo que la inhumación de Franco allí.
Cualquier
persona con dos dedos de frente y con un mínimo de decencia ha de reconocer
forzosamente estos hechos, porque son la evidencia misma. Para
rechazarlos es precisa una dosis muy elevada de esa estupidez y canallería que
llevó a España a la guerra civil y que vuelve a distinguir a nuestra clase
política. Seguramente algún o algunos partidos preferirán abstenerse o utilizar
argucias evasivas que faciliten las maniobras contra el Valle de los Caídos y
contra la memoria de Franco. Esto los envilece más aún, según el viejo dicho de
que el auxiliar del verdugo es más despreciable que el verdugo mismo.
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