Fallecimiento de don Carlos Indart Guembe. Delegado en la provincia de Guipúzcoa

Nos llega de Guipúzcoa la triste noticia de la muerte de nuestro delegado en dicha Provincia, Carlos Indart  Guembe. Defensor incansable de España, de la Falange, de los ideales del 18 de Julio y de la obra de Franco, Carlos era, para bien y para mal, uno de esos hombres para los cuales sus convicciones son lo primero, lo que anteponen a todo lo demás. Donostiarra, marido y padre de familia numerosa, gran aficionado a la música clásica, sin embargo solamente hacía falta hablar con él unos minutos para comprender que la columna vertebral de su vida era un inagotable amor a la Patria. Ese patriotismo lo concretaba él en una lealtad inquebrantable a la memoria de Franco. A Carlos, que nunca militó en Fuerza Nueva pero que respetaba profundamente a Blas Piñar, le gustaba recordar que, en palabras de este último, era leal a Franco hasta la muerte, pero no la del propio Franco, sino hasta la suya propia. Y así ha sido.

La trayectoria  de Carlos estuvo influida por su padre, Carlos Indart Villarreal, que había militado en la Comunión Tradicionalista en los años de la República y que falleció durante la guerra de muerte natural, profiriendo en su agonía exclamaciones de entusiasmo por la causa nacional. Solía recordar cómo D. Carlos padre, cuando la liberación de San Sebastián por los requetés en septiembre de 1936, salió a la calle para aplaudir a los soldados que entraban y preguntó a un grupo de ellos, con sorna: Perdonen, ¿alguno de ustedes es navarro?, a lo que respondieron, con espontánea y rural ingenuidad, exactamente lo que él buscaba: Todos. Carlos no fue carlista, sino falangista, pero siempre manifestaba un enorme cariño y respeto por la memoria de su padre, que le llevaba a él, que se llamaba legalmente José Carlos Pedro, a utilizar preferentemente su mismo nombre de Carlos. Tenía también muchísimo respeto y afecto por el Tradicionalismo y, en general, alejado de todo sectarismo, por todas las fuerzas y grandes personajes que se adhirieron al Movimiento Nacional y/o que sirvieron al Régimen de Franco.

Su vida política comenzó en 1946 cuando se afilió a las Falanges Juveniles de Franco. Él evocaba el ambiente de aquellos años posteriores a la victoria aliada en la II Guerra Mundial, en que se esperaba una próxima intervención estadounidense que derribase al Régimen de Franco, y explicaba que él quiso afiliarse precisamente en ese momento como gesto de lealtad a un Régimen con el que estuvo siempre absolutamente identificado. Y en verdad la lealtad iba a ser el eje de toda su trayectoria, en los buenos y en los malos momentos. Fue militante y dirigente local del Movimiento-Organización y, tras la instauración del actual Sistema de partidos, de la Falange Española de las JONS. Él reconocía que, como falangista, tenía ciertas reservas hacia algunas de las políticas del Régimen, pero concluía que, como español, solamente podía respetar y admirar a Franco por ser un extraordinario gobernante.

Su labor como delegado de nuestra Fundación en Guipúzcoa solamente puede ser calificada de extraordinaria, como era de esperar en hombre tan entusiasta e incansable, y pese a ser probablemente el lugar más difícil de nuestra geografía. Se mantenía en contacto con los simpatizantes que quedaban, al menos en la capital provincial, y les hacía llegar puntualmente nuestro boletín, que muchos no querían recibir por correo. Recaudaba entre ellos dinero para pagar una esquela por las almas de Franco y José Antonio que durante años se publicó en El Diario Vasco todos los días 20 de noviembre, hasta que tan equidistante cabecera, siempre alineada con la tendencia dominante del momento, rechazó seguir publicándola. Era asimismo el alma y organizador de una comida que durante muchos años se celebraba en algún hotel o restaurante donostiarra para conmemorar el Alzamiento Nacional. Él no solamente ponía dinero, como otros, para esas actividades en escenario tan complicado. Él daba la cara, porque era el que asumía la realización de todas las gestiones.

Pero su actividad patriótica no se limitaba a su cometido como representante provincial de la Fundación. Nunca cejaba en su entusiasta defensa de nuestra gloriosa Bandera Nacional, y era extremadamente celoso en que se cumplieran las normas y honores que le eran debidos. Así, no se cansaba de escribir a la Subdelegación del Gobierno para que exigiera que la bandera de España ondease en edificios oficiales como los del Ayuntamiento de San Sebastián o la Diputación Foral de Guipúzcoa; y no solamente que se colocara, sino que se situase debidamente, en el lugar de honor, fuera en el centro si el número era impar, fuera en la posición central derecha (izquierda del observador) en los demás casos. También escribía, si era necesario, a instituciones privadas, como algún gran hotel de la ciudad, con igual motivo. Y hay que decir que, este caso, sus esfuerzos fueron bastante fructíferos.

Carlos Indart ha sido uno de esos luchadores de la causa nacional, realmente insustituibles por excepcionales, que se van dejando un hueco inmenso en nuestras filas. Queda el consuelo de que, en vida, fue reconocido por quienes le conocíamos, apreciábamos y admirábamos, como un patriota y camarada valiosísimo y de primera línea. En la Fundación le hicimos una mención especial, por su impagable labor, en la cena anual de 2014. Sea el hecho luctuoso de su muerte, ocasión para encomendar su alma a Dios, ensalzar y perpetuar su memoria, e imitar su ejemplo prosiguiendo, verdaderamente inasequibles al desaliento como él, nuestro combate por España.

Descanse en paz.


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