Honorio Feito
No estoy del todo de acuerdo con la creencia generalizada, entre los observadores políticos y muchos españoles, de que la irrupción en el panorama político de Podemos haya provocado tanta inestabilidad en los grandes partidos. Más bien creo que era una evidencia que, el cúmulo de despropósitos generados por los grandes partidos, acomodados en la seguridad de su parcela de poder e identificados como “la casta”, estaba llamado a finalizar tarde o temprano. Dice el viejo refrán castellano: no hay mal que cien años dure. De momento, llevamos unos treinta y nueve y no se si necesitaremos completar el ciclo.
El sistema no funciona. El sistema, a mi juicio, se basa en dos conceptos: la participación para elegir a los mejores y la renovación de los candidatos en una criba natural que sitúe en la rampa de salida, precisamente, a los mejores. Es un sistema de desgaste, porque para un país que tiene una población de 46.815.000 personas (en 2011), la supuesta rotación de candidatos exige unas infraestructuras para los partidos políticos impensables en nuestro caso, en cuanto a participación activa de los españoles a través de los partidos. Pero los partidos no son asambleas de participación entusiasta, sino parcelas de poder para aquellos elegidos por el destino, llamados algún día a ocupar las poltronas de poder máximo. Tal vez, en este planteamiento, Podemos pueda parecer una bocanada de aire fresco, pero sólo parecer.
A mi modo de ver, la irrupción de Podemos en el panorama político español, vía Europa, se debe a dos circunstancias: el voto de castigo a los grandes partidos, los de “la casta”, y al sueño de lo imposible; porque su discurso es un tajante o jugamos todos, o se rompe la baraja, y en la situación actual de crisis, de despotismo fiscal, de elevado paro y de negro futuro juvenil, muchos votantes han hecho una apuesta por la ruptura, porque Podemos viene a significar una ruptura respecto a la idea de lo que hasta ahora han sido los partidos políticos. Pero de ahí a atribuir a la llegada de este partido la abdicación de El Rey o la dimisión de D. Alfredo Pérez Rubalcaba me parece exagerado.
Las razones que justifican la abdicación de D. Juan Carlos se irán viendo con el tiempo, aunque hoy podemos aventurarnos a buscar argumentos que justifiquen una medida que, por otra parte, tiene también sentido en el recambio natural, aunque no sea éste la auténtica razón. La dimisión de Pérez Rubalcaba era una necesidad en un PSOE que viene sufriendo traspiés desde que D. Felipe González dejara la política, al menos oficialmente, incluso a pesar de la lacra heredada por los asuntos de corrupción durante su mandato. El recambio en el Partido Popular no se hizo bien, y por ello ya están pagando las consecuencias.
Un amigo solía dar esperanza a los problemas sin solución aparente, y sobre todo, cuando hablábamos de política diciendo que nunca ocurre nada porque lo quiera la Divina Providencia. Tal vez, y algunos de una manera frívola, se quiera ver en Podemos a la solución a muchos de los males que padecen los españoles, víctimas de los vicios que han generado los políticos. Y digo que algunos de una manera frívola porque apuntan soluciones en el partido que representa D. Pablo Iglesias II (recordemos que el primero es que fundador del PSOE, hace más de un siglo). No se engañen, los que direccionan la gestión hacia Iglesias y su partido no lo hacen convencidos, sino parapetados en la fuerza mediática que tiene entre la izquierda, para atacar al clan establecido. De la chistera lo único que sale, cuando sale, es un conejito blanco si el prestidigitador es bueno y, en este caso, el prestidigitador es experto en jugar con fuego, no con chisteras ni con conejos. La demagogia de D. Pablo Iglesias es el antídoto de la “casta” para desnaturalizarle. Ya han empezado a quejarse los miembros de Podemos y hasta en la prensa de hoy viernes día 4 de julio, exigen mecanismos de control público para regular los medios de comunicación. Y también ha dicho que este control es necesario para garantizar la libertad de expresión. En su acostumbrado discurso, mezcla las churras con las merinas y es evidente que la campaña de prensa contra el líder de Podemos ha comenzado a dar frutos. Acusado de colaborar con Venezuela y otros países que no son, precisamente, paraísos democráticos, el farfulleo ideológico le convierte en presa de sí mismo.