Fiesta Nacional del 18 de Julio, por Jaime Alonso

 
Jaime Alonso
El Correo de Madrid
 

El signo de los tiempos ha marcado en el calendario de algunas naciones europeas el mes de Julio como determinante de su configuración como Estado-Nación. Estado, estructura administrativa que reclama para sí, con éxito, el monopolio de la violencia legítima, asumiendo las funciones de defensa, gobernación, justicia, seguridad y otras como relaciones exteriores. Nación, vinculo afectivo de un pueblo configurado por su cultura, historia, convivencia territorial y deseo de enfrentar, en común, los retos que depare el futuro. Así el 14 de Julio se conmemora la toma de La Bastilla por los revolucionarios franceses en 1789, celebrada como fiesta nacional en Francia. El 4 de Julio de 1783, se firmaba el Tratado de París, por el que Gran Bretaña reconocía la independencia de los Estados Unidos, fiesta nacional USA.

La fecha que mejor identifica la larga y profunda huella histórica de España es el 18 de Julio de 1936, fecha en la que el pueblo español, en simbiosis perfecta con su historia y comunión de principios con su ejército, se rebela contra la tiranía que pretendía imponer el comunismo en España. Fue una guerra de independencia donde estaba en juego, no solamente la soberanía de la Nación, sino la esencia de lo que España había representado en defensa de la civilización occidental y cristiana. De ahí la simbología de la fecha y el deseo permanente de los enemigos de esa civilización y de España por manipular y denigrar fecha, símbolos y personas que hicieron posible tan colosal gesta y legaron el progreso, la unidad y la justicia que disponíamos en 1975, hoy dilapidada.

Cuando las mentes pervertidas por el odio, el resentimiento y la envidia igualitaria toman el control de los medios de comunicación, la enseñanza, las instituciones políticas y sindicales e inciden en la economía productiva, esa sociedad se auto condena a la molicie, la pobreza y finalmente al totalitarismo. La libertad que no se basa en el respeto al derecho ajeno y a la opinión contraria; que no se acomoda en la ley justa, orientada al bien común, sino en la arbitrariedad de lo contingente, termina guillotinada en cada hogar, calle, plaza, foro o parlamento donde deba manifestarse.

Asistimos, los síntomas son evidentes, al final de un Sistema basado en la mentira, la manipulación, la mediocridad y el “vale todo”, con tal de que sea bendecido por la reinstaurada partitocracia. El resultado no puede ser mas evidente: Corrupción institucionalizada, pobreza inasumible y desesperación creciente. Y la solución no va a venir de fuera, nunca lo fue y tampoco lo será en estos momentos, por mucho que hayamos relegado nuestra soberanía a una entelequia europea de intereses creados. Europa no va a evitar la consumación del separatismo, ni la perdida de competitividad, ni la calidad de nuestra enseñanza, ni la atonía de la justicia, ni podrá incidir para que suprimamos el “reino de taifas” que representan las autonomías. Hemos ido, según un diseño perverso iniciado en 1978, hacia la desintegración de España. Se han neutralizado todos los contrafuegos que podría evitar tal deriva, comenzando por los señalados en la propia Constitución. No podemos imaginar que los distintos gobiernos de la Nación no fueron conscientes de los peligros y, sin embargo, nada hicieron para impedirlo.

Nuestra culpa parece ser histórica o, mas bien, histérica. Una suerte de paranoia colectiva transmitida generacionalmente entre los derrotados en la guerra civil y en la paz, pues el progreso alcanzado por el anterior Régimen y la filosofía política empleada, deja en evidencia sus postulados. Para sus propósitos y con la finalidad de deslegitimar también la herencia recibida, los derrotados de siempre, pues sus ideas utópicas, donde triunfan, han provocado el mayor sufrimiento y pobreza conocido en el mundo, necesitan falsificar la historia, mitificar lo irrelevante, convertir en victimas a los verdugos, trasladar a la actividad política cuestiones ya resueltas hace muchos años como solución mágica de futuro. Y si la superchería histórica no se puede conseguir por la funesta manía de pensar y de investigación de los hechos de algunos historiadores, pues se dicta una Ley que obligue aun relato único de la historia, según la conveniencia de quien gobierna, impuesta de manera absoluta. ¡Bienvenidos al absolutismo democrático!

Con la vileza de retirar de las plazas y calles de España los nombres de quienes defendieron en su tiempo la identidad e independencia de su Patria, en muchos casos, con su propia vida. Con remover en los Ayuntamientos, Diputaciones y parlamento los títulos con que aquel pueblo español, padres y abuelos de los actuales, honró a quien les había acaudillado, con éxito, en aquella época de tribulaciones, no se obtiene otro beneficio que el de favorecer a los resentidos, a los ineptos, a los incapaces, que gozaran siempre de buena salud histórica por sus méritos y no por la coyuntura iconoclasta de los corruptores que lo promueven.

Celebramos hoy, 18 de Julio, con el Caudillo de los españoles Francisco Franco en el recuerdo, aquel día lejano de Julio de 1936 en que le dice a Indalecio Prieto: “Sí, ustedes lo tienen todo…menos la razón” y, “no tenga usted duda, donde yo esté, no habrá comunismo”. Por ello recordamos, mi admirado Capitán, ochenta y tres años después, cuando en el Llano Amarillo predicaste La Cruzada. En tu fe pusieron su fe, lo mejor de aquella España; en tu espada, su esperanza. Y esa esperanza proyectó dos generaciones exactas, los que hicisteis la guerra y los que se beneficiaron de esa paz y bonanza. De la justicia social, de la igualdad ante la Ley, del sindicalismo integrador, de la industrialización nacional, del orden social, político y económico. Sufriste ingratitudes, deslealtades, deserciones, nada varió tu destino del firme rumbo marcado al servicio de una Nación, de una Patria, de un pueblo. Como soldado juraste defender a Dios y a España y en tal majestuosa unción, no se existe mayor refrendo desde Isabel y Fernando.

La España de los valores, meritocrática, se instaló como exigencia del pueblo y así fuimos gobernados, sin partidos, sin banderías, sin cuentos. El parlamento servía, en debate singular, sobre que Ley promulgar que mejor sirviera al pueblo. Así surgió una democracia real, donde todos por igual sentían la representación, del obrero y del patrón, del catalán y extremeño, pues allí no había otro empeño que el servir a la Nación y al bienestar general. Allí no había prebendas, ni antigüedades, ni dietas, ni jubilaciones extras, ni el voto cautivo que los partidos proyectan en su disciplina abyecta. Nada es equiparable, mi admirado Caudillo, con la España que dejaste. Ya estamos en el desastre que otra república aventura, el separatismo triunfante, y la derecha sin valores disputando el poder a la misma izquierda de ayer, desnortada, demagógica, masónica y antisocial. Exactamente igual a lo que tu aventuraste, si olvidábamos la senda que el sacrificio y valor, la inteligencia y honor, se entregaban sin combate.

Los héroes ya no están. Dormidos los herederos, pretenden que de aquello no quede nada, están borrando de calles y plazas la toponimia de quienes liberaron España de la tiranía marxista, inmediatamente sustituidos por los criminales chequistas. La traición y la venganza se apoderaron de España, y su pueblo ya sestea empobrecido, entre incrédulo y cobarde, acomodaticio y mansurrón, ignorando el desastre. No se vislumbra reacción que nos libre del error, cambie el rumbo y devuelva la ilusión de un ideal colectivo al que servir con pasión. Todo vuelve a ser vil materia, podredumbre y cieno. Los que auspiciaron el enfrentamiento civil entre españoles, los que falsearon las actas, prostituyeron la democracia, arruinaron la nación y se llevaron el oro del Banco de España, han vuelto triunfantes, ante la indiferencia de unos, la cobarde traición de otros y el silencio cómplice de los beneficiarios de esa victoria: el pueblo español.

Hoy es 18 de Julio, es una fecha para la emoción, para el recuerdo, para la memoria y para la historia. Muchos españoles celebraremos hoy esta fecha por considerarla fundacional y primigenia en la configuración del estado español y vertebración de la sociedad que ahora tenemos. Por mucho que se empeñen los de la “desmemoria histórica” en nada se parecía la España que nos lego Franco de la que había recogido treinta y seis años antes, cumpliendo su mandato “comisorio” de devolver la dignidad, el progreso y la justicia a todos los españoles. Por ello su legado es intemporal, natural y eterno, no habrá ley que lo borre, manipulación que lo anule, impostura que lo suplante. Está impreso en el alma colectiva del pueblo, forjada en la adversidad, el heroísmo y el martirio, transmitido de manera natural para situaciones adversas.

Su celebración no va contra nadie, ni prejuzga otra superioridad que la incuestionable de los hechos y el resultado aséptico de los mismos. Tiene la superioridad moral de haberse defendido, en esa fecha, la supervivencia de la Nación española y la civilización cristiana. Superó, en su andadura, enormes dificultades y poderosísimos enemigos exteriores e internos, dejando en evidencia a todos con el “milagro español”. Y aunque tendemos al olvido e ingratitud, el resultado de ambos defectos, nos obliga a reaccionar al sonar la novena campanada de las diez últimas.

Venimos soportando desde hace cuarenta y tres años la mas letal de las corrupciones: la mentira. En ella y en su permisividad y aceptación, radican todas las demás formas de corrupción. Se comienza por aceptar la instrumentalización y abuso de la “conveniente” mentira y se acaba empobreciendo la vida cultural y económica de los españoles, justificando los mayores atropellos al orden constitucional y a la convivencia.

Fue tan inevitable la guerra el 18 de Julio de 1936, como inevitable es hoy el reconocimiento de todos los hechos que forjaron su existencia; como inevitable resulta la reconciliación, la paz y el perdón iniciado por Franco e interrumpido por Zapatero y agravado por Sánchez, si queremos un futuro de paz, libertad y progreso para todos los españoles, sin mas exclusiones que la de aquellos que se empeñen en vulnerar las leyes orientadoras del bien común y los intereses generales.

 

 


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