José Javier Esparza
Franco no se enriqueció en el poder. O más precisamente: no se enriqueció con el poder. Las investigaciones recientes que le atribuyen grandes cantidades de dinero en 1940 dejan sin responder una pregunta esencial: ¿qué pasó después con esa supuesta fortuna? Porque el hecho es que Franco abandonó esta vida con un patrimonio bastante modesto para tratarse de una persona que había ocupado el poder durante tantos años. Sospechas interesadas al margen, lo cierto es que el patrimonio de Francisco Franco y su familia ha sido investigado sin tregua desde 1975 y nadie ha encontrado nada especialmente irregular. La razón es simple: para Franco, el dinero era una cuestión muy secundaria.
Hay gente que ambiciona el poder como un instrumento para enriquecerse, y otra que desea el poder por sí mismo, por “pasión de mandar”, como decía Marañón a propósito del conde-duque de Olivares, ya sea por un sentimiento personal de misión o por mera voluntad de dominio (y frecuentemente, por ambas cosas a la vez). Franco, como otros muchos hombres de poder, pertenece a esta segunda clase. Ya antes de 1936 tuvo sobradas oportunidades para enriquecerse y no lo hizo. Quizá nunca sintió la necesidad: su esposa, Carmen Polo, venía de una familia rica. El hecho es que mientras otros militares y políticos de la época sí se metieron en enjuagues de lo más diverso, a Franco no se le imputa nada. Menos aún después, cuando estuvo en el poder.
El desinterés de Franco por el dinero ha sido uno de los timbres de gloria que más han subrayado los biógrafos proclives a la figura del general. Para los otros, para los hostiles, que son mayoría en la cultura oficial, siempre ha sido un asunto desagradable. Tanto es así que sus críticos, ante la evidencia de que no pueden colgarle el sambenito de “corrupto”, suelen recurrir al argumento retórico de que no hay mayor corrupción que la ausencia de libertades. Es un punto de vista respetable, pero, sobre el fondo de la cuestión, que es el económico, deja bastante claro que la venalidad no era uno de los puntos débiles del caudillo.Es bien sabido que durante los años en que Franco rigió el Estado hubo un intenso tráfico de favores en torno al poder, pero no mayor que el que se produce en cualquier otro sistema. También consta que determinados familiares de Franco utilizaron su posición para hacer dinero o, simplemente, “dejarse querer” por los promotores de tal o cual negocio, pero nadie ha podido demostrar que de ahí se derivara una “corrupción de Estado” o, aún menos, un lucro personal para el dictador. Cuando Mariano Sánchez Soler publicó su escandaloso Los Franco, S.A. (Oberon, 2003), llegó a la conclusión de que la familia tenía un patrimonio de 500 millones de euros. Pero uno leía la letra pequeña y constataba que esa cifra provenía de la suma de los patrimonios de todos los descendientes (y son muchos) de la familia Franco-Martínez Bordiú, que en su mayor parte se trataba de activos inmobiliarios y que el crecimiento de la fortuna coincidía con las sucesivas burbujas inmobiliarias en los años 70 y 90. Por tanto, nada que ver con una supuesta “fortuna oculta” de Francisco Franco.
Las sospechas de Viñas
El asunto pudo dar un giro hace pocas semanas, cuando el historiador Ángel Viñas anunció que había descubierto una trama de corrupción que enriqueció a Franco personalmente (La otra cara del caudillo, Crítica, 2015). ¿De qué se trataba? De café. En 1940, el dictador brasileño Getulio Vargas donó a Franco, personalmente, 600 toneladas de café. Franco lo pasó al Ministerio de Industria y Comercio, que lo distribuyó y vendió al público. Dice Viñas que, según ha descubierto en el archivo del Palacio Real, la venta ascendió a 7,5 millones de pesetas. Casualmente, en la relación de cuentas de Franco de agosto de 1940 figura un apunte de 7,5 millones de pesetas. Apunte que se suma a otras cantidades que arrojan un balance total de 34,30 millones de pesetas en la cuenta personal de Franco, fortuna acumulada por el caudillo durante los años de la guerra. Conclusión de Viñas: Franco se quedó con el dinero del café y con otras dádivas semejantes.
¿Es verosímil la acusación de Viñas? Concedamos que Franco era tan estúpido como para robar más de 34 millones de pesetas, consignarlo escrupulosamente en sus cuentas y dejar luego que el balance se guardara en los archivos públicos. Ahora bien: ¿qué pasó después con ese dinero? Aquí es donde está el problema, porque ese dinero, acto seguido, se disolvió en las cuentas institucionales de la Jefatura del Estado, y esa es la parte que Viñas no cuenta. Sólo nos dice que el dinero se empleó para pagar cosas como la rehabilitación del Castillo de la Mota o la ampliación del colegio de las Adoratrices de Valladolid. ¿Pero no habíamos quedado en que Franco lo había robado? Pues no. O sea que Franco no se lo quedó, sino que lo gastó en esas cosas y otras del mismo género. Ante la evidencia, Viñas retuerce el argumento acusando a Franco de gastarse el dinero de forma “arbitraria”. Bien podemos suponer que Viñas no se lo habría gastado en colegios de Adoratrices del Sagrado Corazón, sino en otros menesteres, pero, en todo caso, lo de la “arbitrariedad” no deja de ser una opinión personal del autor. Lo importante es saber si el dinero de las donaciones al bando sublevado durante la guerra civil se lo quedó Franco, y aquí los denunciantes no pueden esgrimir otra cosa que sospechas personales. O sea, nada.
No es extraño que Franco, durante la guerra, fuera titular de una abultada cuenta personal en la que se vertieran los donativos de estados, empresas y particulares que simpatizaran con su causa por afinidad ideológica o por interés económico o político. No es extraño porque el líder era él y a su persona se dirigían las donaciones. Ese dinero, entre otras cosas, debería servir para facilitar el exilio de Franco y los suyos en caso de derrota. Viñas ha de saberlo bien porque ha trabajado mucho la biografía de Negrín, el presidente del Gobierno de la República, que, entre otras cosas, organizó el expolio masivo de la denominada “caja de reparaciones”. ¿Qué era la “caja de reparaciones”? Un artificio administrativo creado por el Frente Popular para depositar en él los bienes incautados por sus milicias, ya fueran de titularidad pública o privada. Negrín, cuando tuvo certeza de la derrota, sacó de España todo el botín en el yate “Vita” para aliviar el exilio de la cúpula republicana. A juzgar por la relación que hizo el socialista Amaro del Rosal, responsable de la susodicha “caja de reparaciones”, su valor se aproximaba a unos 300 millones de dólares (Negrín, irrisoriamente, redujo su cuantía a 40 millones). De modo paralelo, perfectamente puede suponerse que el dinero de la famosa cuenta de Franco, esos 34,30 millones de pesetas, tuvieran un origen semejante: donaciones acumuladas para el esfuerzo bélico, y que su finalidad fuera la misma. Al poco de acabar la guerra, esa cuenta desapareció para siempre. Lo más lógico es pensar que el dinero se lo quedó el Estado. Pero esto es exactamente lo que Viñas no puede aceptar, porque entonces se quedaría sin libro.
Algo semejante ocurre con otra supuesta “mordida” que Viñas denuncia: un donativo mensual de 10.000 pesetas por parte de la compañía americana de comunicaciones ITT, que entonces era la accionista principal de Telefónica. Diez mil pesetas de la época equivalen, según Viñas, a 11.000 euros de hoy (El País, 5 de septiembre de 2015). Tampoco es exactamente una fortuna, pero, en fin… ¿Para qué pagaba la ITT ese dinero? ¿Para que Franco no nacionalizara la Telefónica? Eso deja entender Viñas. Pero eso exactamente, nacionalizarla, es lo que hizo Franco en 1945. Más verosímil parece una explicación puramente personal: el presidente de ITT, Sosthenes Behn, era un furibundo anticomunista que apostaba por la victoria de Franco y por eso contribuyó con esa donación personal a través de su empresa. No obstante, Viñas persiste: “Mis sospechas apuntan hacia la posibilidad de que se quedara con la mayor parte de los fondos acumulados”. ¿Sólo sospechas? Sí: sólo sospechas. Y nada más. Cierto, no obstante, que el titular de prensa habrá bastado para que, a partir de ahora, alguien pueda decir que Franco era, además, un corrupto. Pero sólo podrá decirlo si no ha leído el libro en cuestión.
La “escopeta nacional” no era suya
A despecho de sospechas personales sin apoyo documental, lo cierto es que no hay ni una sola prueba de que Franco se quedara con el dinero que pasó por su mano, ni de que lo sacara de España o lo invirtiera en propiedades de ningún tipo. Más bien al contrario. Franco, durante su mandato, fue agasajado con innumerables regalos, pazos como el de Meirás o palacios como el del Canto del Pico, automóviles y barcos, joyas –los tópicos collares que lucía su esposa- y, como hemos visto, incluso café. Algunas de esas cosas pasaron a sus descendientes y otras no. Pero no construyó una fortuna personal con el poder. No iba con su carácter. Nunca rechazó el lujo de Estado, pero insistía en vivir en un caserón como el palacio de El Pardo. Consintió que a su alrededor se desplegara un notable tráfico de influencias, pero ni tomó parte en él ni se lucró. Por otro lado, en la época, aquellas prácticas no eran delictivas si no incluían estafa o apropiación indebida. A Franco, rigorista y puritano como era, todo aquello debían de parecerle mezquinos tejemanejes de trilero.Añadamos algo más. Después de la muerte de Franco, y sobre todo a raíz de la victoria socialista en 1982, una legión de inspectores de Hacienda se puso a seguir la pista de las supuestas “fortunas del franquismo”, nómina que incluía no sólo al propio Franco, sino también a muchos de sus ministros. Podemos apuntar el caso concreto de un ex ministro, Fernández de la Mora, que se vio obligado a demostrar que sólo tenía dos vehículos ante la incredulidad de un funcionario al que “le habían informado” de que poseía un verdadero parque móvil de lujo. El hecho es que todas aquellas investigaciones se quedaron en nada. Eso sin contar con que buena parte de los oligarcas que hicieron dinero con el franquismo seguían ocupando posiciones de poder con la democracia, y no en el campo político, sino en el financiero e industrial. Desde entonces se dio por definitivamente frustrada la búsqueda de la presunta corrupción de Franco. Es llamativo que el asunto haya resucitado artificialmente hoy, cuando el sistema democrático amenaza ruina precisamente por la corrupción.
No, Franco no se enriqueció en el poder. Sencillamente, ese nunca fue su objetivo. Esto, por supuesto, no quiere decir que durante el franquismo no hubiera corrupción. La hubo. Pero eso será objeto de otra entrega en esta serie “Cien preguntas sobre el franquismo”.