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Por Col. Lorenzo Fdez. Navarro.
Fuente: El Español Digital
Debo comenzar pidiendo disculpas a los lectores. Y a María Elvira Roca Barea por un título tan poco original. Sirva de justificación y disculpa que en España, desde que Pedro Sánchez okupara la Moncloa, el plagio es tendencia, como se publicita la moda de primavera en el Corte Inglés.
Porque ha sido precisamente la lectura de dos obras magistrales de esta autora, “IMPERIOFOBIA Y LEYENDA NEGRA” y su continuación “FRACASOLOGÍA” lo que me ha sugerido el título de este artículo. Difícilmente se podría encontrar otro más acertado.
Resulta inaudito, a la vista de su trayectoria vital, y de su obra social y política, la vesánica fobia a Franco. Por ello antes de analizar las indudables analogías entre la francofobia y la imperiofobia, poniendo de relieve la similitud de sus orígenes y su evolución, nos detendremos siquiera superficialmente en otras obras relacionadas con la Leyenda Negra como son las del profesor Marcelo Gullo Omodeo, MADRE PATRIA y NADA POR LO QUE PEDIR PERDÓN. También en otra obra imprescindible para el objeto que nos ocupa: LA LEYENDA NEGRA, HISTORIA DEL ODIO A ESPAÑA de Alberto G. Ibáñez.
En todas ellas queda desmontado con rigor académico la Leyenda Negra. Y se pone en evidencia su injusticia histórica a la vista de la inmensa obra de la Hispanidad. Algo de indudable paralelismo con la Francofobia, que también pretende negar la ingente obra del Franquismo. Algo que ha sugerido este análisis comparativo, e incluso el título que se ha elegido para ello.
Así pues, antes de entrar en materia, se hace preciso un preámbulo sobre Franco y sobre su obra a la que pretende satanizar la Francofobia del Antifranquismo. Porque un régimen político no solamente debe reconocer los derechos y libertades de los ciudadanos, también es su obligación garantizarlos. Si comparamos el “Régimen de Franco” con el surgido tras su muerte sustentado en la Constitución de 1978, veremos que en el primero, respaldado por la Constitución de 1966 -aprobada en referéndum por el pueblo español el 14 de diciembre de ese año- las libertades individuales -esencia de la verdadera libertad- estaban reconocidas y garantizadas. Aunque algunas libertades colectivas tuvieran ciertas restricciones.
Por el contrario, en el actual régimen político sustentado en la Constitución de 1978, están reconocidas tanto las libertades individuales como las colectivas… Pero no están garantizadas. Podrían ponerse multitud de ejemplos. Pero veamos como botón de muestra alguno de ellos.
De nada sirve que la Constitución de 1978 en su artículo 33 garantice el derecho a la propiedad, si después en la práctica vemos como el fenómeno “Okupa” lo deja en papel mojado. Igual podría decirse del derecho a la vivienda que consagra el Art. 47 cuando la especulación dispara los precios obligando a los ciudadanos a endeudarse de por vida para adquirirla. O simplemente se les hace imposible con sus ingresos acceder a la categoría de propietarios, teniendo que vivir de alquiler. Lo que a su vez, debido a la poca oferta (inducida por la escasa seguridad jurídica que tiene el propietario de percibir el alquiler) da lugar a que el inquilino deba abonar una elevada renta.
Renta elevada que al no estar en consonancia con sus ingresos, solamente le permite malvivir. Pues buena parte de estos le serán necesarios para pagar la vivienda detrayéndolos de todos los demás gastos que debe afrontar una familia. Y así vemos como otro de los derechos que reconoce la Constitución al ciudadano, el de la vivienda, queda en agua de borrajas. Y aún podríamos abundar en otros problemas. A las familias, para poder hacer frente a una necesidad vital como es la vivienda, se les hace imprescindible el trabajo de ambos cónyuges, con el efecto inmediato de un drástico descenso de la natalidad y los consecuentes “efectos colaterales” que esto ocasiona. Falta de relevo generacional, envejecimiento de la población, insostenibilidad de las pensiones, necesidad de inmigración masiva -con todas las consecuencias políticas y sociales que ello conlleva- y el gasto sanitario insostenible de una población envejecida que obliga a las nuevas generaciones -vía impuestos- a sufragar estos elevados gastos sociales con su trabajo, a costa de ver reducido un nivel de vida al que tienen derecho. Nivel de vida que si pudieron disfrutar sus padres en el Régimen de Franco y que paradójicamente les garantizaba una dictadura (en realidad un régimen de autoridad) pero que actualmente, aunque también reconocidos por la Constitución, no los garantiza.
Este problema del descenso de la natalidad se refleja en un incremento del desequilibrio económico del sistema. Es decir, la pescadilla que se muerde la cola. Decir finalmente que la progresiva degradación del Régimen Constitucional, ha dado lugar a que mediante la acción legislativa de los distintos Gobiernos, se vayan restringiendo o anulando los “derechos” que reconoce la Constitución. Tanto individuales como colectivos. Y si en el artículo 33-1 se reconoce el derecho a la propiedad privada y a la herencia, mediante impuestos abusivos se conculcan ambos derechos. Algo que no sucedía en el Régimen de Franco sustentado en la Constitución de 1966. Régimen arteramente demolido al propiciar una RUPTURA contraria a lo aprobado en referéndum por el pueblo español, que era un Ley Para la REFORMA Política que excluía un proceso constituyente.
Frente a esta poco halagüeña situación, se tenía la facilidad en tiempos de Franco de poder acceder a la compra de una o varias viviendas -y no por la “oligarquía” sino por los trabajadores- como forma de invertir sus ahorros. Esto era posible gracias a la seguridad laboral, el pleno empleo y la gran oferta de viviendas de nueva construcción, promovidas por El Instituto Nacional de la Vivienda.
Igual podría decirse de la seguridad personal en consonancia con el derecho que el actual sistema político garantiza a los ciudadanos. Tanto su integridad física, como la propiedad de sus bienes. Pues si en el Régimen de Franco las FOP eran suficientes para garantizar el derecho a la integridad física de las personas y a la propiedad, ahora los particulares se ven obligados a contratar seguridad privada. O a realizar grandes gastos para dotarse de elementos de seguridad, tales como puertas blindadas, sistemas de alarma etc. Porque aunque el ciudadano paga ingentes cantidades de impuestos -directos e indirectos- (en el anterior Régimen de Franco sólo se pagaban impuestos indirectos) las FOP no son capaces de garantizarle unos derechos que retóricamente le reconoce la Constitución.
Y volviendo al ya mencionado derecho a la vivienda -que el Régimen de Franco y su democracia orgánica reconocía y garantizaba de iure y de facto- vemos que en la actual democracia solo se reconoce de iure, pero no facto. Tanto por la dificultad de materializar el derecho constitucional a tenerla, como por la laxitud legal ante el fenómeno okupa y el expolio al transmitirla en herencia. Lo que invalida el derecho que teóricamente consagra el artículo 33-1 de la CE.
Tal vez ello sea la causa de la obsesión por hacer desaparecer de las viviendas de protección oficial -la inmensa mayoría de las construidas en tiempos de Franco- la modesta placa que atestiguaba que el edificio se había construido bajo el amparo, condiciones y subvención del Instituto Nacional de la Vivienda.
Unas placas que se han hecho desaparecer alegando, torticeramente, que era en aplicación del Art. 15-1 de la infame ley 52/2007 cuyo tenor es: “Las Administraciones públicas, en el ejercicio de sus competencias, tomarán las medidas oportunas para la retirada de escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones conmemorativas de exaltación, personal o colectiva, de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la represión de la dictadura”
A la vista de las placas retiradas con inaudita saña, en cuantos edificios se conservaban, resulta evidente que de ninguna forma puede alegarse que se hacía por imperativo legal. Siendo una muestra más, clara y evidente, de la Francofobia.
Hecha esta somera comparación entre el Régimen de Franco (sustentado en la Constitución de 1966 que conformaba una democracia orgánica) y el actual Régimen partitocrático sustentado en la democracia liberal que consagra la Constitución de 1978, vamos a ver el notable paralelismo entre la “Hispanofobia” y la “Francofobia”. Tanto en la génesis como en su evolución. Pero sobre todo, lo más importante: la razón por la que los españoles han asumido definitivamente la hispanofobia y la francofobia haciendo suyas las tesis del enemigo.
Sirva este exordio para justificar que con el permiso de María Elvira Roca Barea, he dado el título de Francofobia: La nueva Leyenda Negra a estas reflexiones. Cabe decir que tanto Imperiofobia y Leyenda Negra, como Fracasología son dos textos magistrales, en los que su autora, con sorprendente erudición y rigor, expone y analiza hechos históricos de los que habitualmente sólo se tiene ligeras nociones. Y si utilizo el adjetivo sorprendente, no es solo por la capacidad de trabajo que pone en evidencia la autora, sino también por haber sido capaz de conjugar esa erudición con una sencilla exposición y narración ágil que hace muy amena la lectura.
Si realmente hubiera un Ministerio de Educación en España, y si como sería lo deseable y lógico, las materias de historia y geografía fueran comunes en todas las Comunidades Autónomas, estos dos libros deberían ser propuestos como lecturas recomendadas para alumnos de bachillerato.
Y ahora vamos a ver cuáles son las razones por las que considero que la metodología que sigue Elvira Roca Barea es esencial para explicar -y entender- la Francofobia que se ha instalado en el relato histórico.
La Francofobia -como la imperiofobia en general y la hispanofobia en particular- tiene su origen como un arma de guerra o herramienta utilizada por el enemigo en su enfrentamiento con el contendiente. La Leyenda Negra y su consecuencia la hispano fobia, comienza siendo el procedimiento con el que los enemigos de España; Inglaterra, Francia, Holanda y otros países que a raíz de las llamadas “guerras de religión” se enfrentan al imperio español. En el caso de Francia, desde mucho antes, desde los tiempos de los Reyes Católicos y años posteriores, cuando por razones puramente geopolíticas llega hasta aliarse con “El Gran Turco” en nefanda alianza que escandaliza a la Cristiandad.
De forma similar, la Francofobia tiene su origen durante la Cruzada o Guerra de Liberación Nacional, como instrumento bélico o propaganda de guerra mediante la cual, los gobiernos del Frente Popular (la República como ente político había desaparecido desde febrero del 36) buscaban el apoyo internacional. Y de entre los cientos de ejemplos que podrían citarse de esta acción propagandística, citaremos el más señero paradigma: la utilización del GUERNICA, el famoso cuadro de Picasso que constituye, dicho sea de paso, una doble estafa; artística e histórica. Sin que el otro contendiente, la España Nacional o España de Franco, se preocupara de hacer frente a esa propaganda del enemigo con una acción similar. Como hubiera sido el caso de divulgar el bombardeo de Cabra por la aviación roja. En tal sentido conviene resaltar que curiosamente, la única gran acción de propaganda de la Zona Nacional, fue originada involuntariamente por sus propios enemigos. Tal es el caso del Alcázar de Toledo. Cuando el Gobierno rojo, tras filmar el asedio, los sucesivos asaltos e incluso la voladura de las minas y la salida de los defensores hechos prisioneros, hicieron saber al mundo entero la rendición del Alcázar… algo que al ser finalmente desmentido por los hechos, redundó en propaganda para la España de Franco y en descrédito para el Frente Popular
Esta indiferencia de la España Nacional para contrarrestar la propaganda de la zona roja, continuada después en el franquismo, tiene su paralelismo en lo que Elvira Roca llama “menosprecio alegre” Que aunque Elvira lo sustenta en la “soberbia española” tiene un origen mucho más profundo: la confianza en la razón que asistía al imperio español y a su justa causa. La creencia de que podría contrarrestarse la propaganda del enemigo con la realidad de los hechos. Unos hechos que si en el caso de la Leyenda Negra demostrarían la razón que asistía a España, por su ingente obra civilizadora e integradora -a diferencia de la depredadora del mundo anglosajón y de otros países europeos como la misma Francia- en el caso de la hostilidad al Régimen de Franco se pensó ser suficiente para contrarrestar la acción propagandística del enemigo la incuestionable verdad del progreso y la justicia social en el seno del Régimen. Este menosprecio por la propaganda del enemigo, lo explica María Elvira Roca diciendo que la propaganda es una forma de gestionar la mentira que el español nunca ha podido aprender. Lo que puede sin duda extrapolarse diciendo que los nacionales a diferencia de los rojos –la derecha a diferencia de la izquierda- no han sabido gestionar la mentira mediante la propaganda. O dicho sea con mayor propiedad: no han podido hacerlo: condicionados por su propia ética. Y también añade la autora una verdad incuestionable; que la actividad propagandística es creadora y destructora de realidades.
Veamos ahora, siguiendo los pasos de María Elvira Roca, como se ha ido transformando lo que en su origen fue propaganda de guerra (mentira gestionada en forma de propaganda por el enemigo) en verdad asumida por el otro contendiente. Que de esta forma pasa a ser doblemente derrotado. La mayor derrota posible, que es asumir las tesis del enemigo. Con un lacerante e inaudito añadido en el caso de la francofobia, por haber sido Franco el vencedor en la contienda. A diferencia por ejemplo de lo sucedido en Alemania tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial, cuando la propaganda bélica de los Aliados vencedores -mantenida tras la derrota- hizo sufrir al derrotado pueblo alemán el rigor del ¡Vae Victis!
Expone acertadamente María Elvira que esa propaganda de los enemigos de España, despreciada o ignorada durante dos siglos por el menosprecio alegre, toma carta de naturaleza y comienza a ser asumida por los españoles cuando la nueva dinastía, procedente de de uno de esos seculares enemigos de España -Francia- llega al Trono tras la Guerra de Sucesión.
Por razones obvias de su limitada extensión, no puede este trabajo abarcar el análisis de la obra de María Elvira Roca Barea. Así pues solamente se pueden hacer algunos apuntes y recomendar la lectura de Fracasología si se quiere entender cabalmente la Francofobia y la responsabilidad de quien encabezó en 1975 el cambio de Régimen.
Es cierto que S.M. Juan Carlos I ha dicho alguna vez, en tímida manifestación pública, que él nunca hablaría mal de Franco…. ¿? pero no es menos cierto que tampoco lo ha defendido. Ni como persona, ni como estadista, ni en razón de su ingente obra. Mediante la cual redimió a España de una decadencia multisecular propiciada precisamente por su propia dinastía. Recordemos el refrán: Es de bien nacidos ser agradecidos. Y a contrario sensu… Porque no debemos olvidar que tras el entierro de Franco nunca más ha vuelto a pisar el Valle de los Caídos, ni tan siquiera para asistir a misa un veinte de noviembre.
En una actitud similar el primer Borbón, el Rey Felipe V y sus sucesores, ignoraron a sus antecesores los reyes de la Casa de Austria a pesar de deberle al último de ellos, Carlos II, el haber accedido al Trono de España. Es más, se esforzaron en borrar sus huellas resaltando que tras su llegada, España había salido del “oscurantismo” para integrarse en “las luces” que irradiaba la cultura francesa. ¿No es similar esto a lo sucedido tras la llegada al Trono de S.M. Juan Carlos I que supuestamente trajo la democracia tras haber “redimido” a España de la dictadura?
También Felipe V con los Decretos de Nueva Planta barrió el orden político preexistente, que entre otros supuestos casos de modernización supuso la eliminación de la organización militar española basada en Los Tercios, sustituyéndola por la francesa de los Regimientos. Por más que hasta la batalla de Rocroi en el muy cercano 1643 los tercios españoles habían demostrado la superioridad de las armas españolas sobre las francesas en todos los campos de batalla. De hecho los Decretos de Nueva Planta rompieron el equilibrio político y social creado por los Reyes Católicos, creando con ello unas “tensiones territoriales” que aún siguen vigentes. O mejor dicho, han resucitado tras abolir un Régimen que trató de resucitar a España -cual ave fénix- de sus cenizas, volviendo los ojos a la de los Reyes Católicos (de Isabel y Fernando el espíritu impera, decía una de las canciones del nuevo Régimen) y del que por ello tomó su nuevo escudo en el que se proclamaba la voluntad de que España fuera Una, Grande y Libre.
Este desprecio de la nueva dinastía borbónica, o mejor dicho animadversión, que tan certeramente expone María Elvira Roca, también es resaltado por Marcelo Gullo en su obra Madre Patria, donde llega a consignar (pg. 98) los libros y obras de teatro que de forma inaudita se traducían, publicaban y se representaban en España. Lo cual indica la connivencia de los Monarcas Borbones y la vil subordinación de las élites autóctonas. También pueden encontrarse estas consideraciones en la otra obra citada La Leyenda Negra: Historia del Odio a España de Alberto G. Ibáñez donde por ejemplo (pg. 57) dice: La España de los Habsburgo no fue derrotada por las armas convencionales, lo fue porque perdió la batalla propagandística… no nos vencían en el campo de batalla, por lo que tuvieron que combatirnos en el terreno de la propaganda. Extrapolemos esto a la francofobia. Franco vencedor en la guerra y en la paz, primero como general invicto y luego como innegable estadista, pretende ser derrotado ahora por la propaganda. Lo que ahora ha dado en llamarse el relato. La mentira puesta al servicio de una historia prostituida.
Es cierto que tanto en el cambio dinástico de los Austrias a los Borbones, como en el paso del Régimen de Franco a la Monarquía Parlamentaria actual, no sólo fueron los nuevos monarcas los responsables de la damnatio memoriae. También los fueron las “elites” –pelotas los hubo desde los albores de la humanidad- queriendo granjearse el “real aprecio” a fuerza de halagar los reales oídos de los monarcas, a los que gustaba escuchar el que gracias a ellos España había llegado a la modernidad. En la versión actual a la democracia. Y en esa utilización de las palabras para dirimir la guerra ideológica (en la guerra ideológica la primera batalla que se gana o se pierde es la semántica) si con la llegada de Felipe V las palabras “reforma” y “reformista” se convierten en conjuros mágicos. Luego vendrán “regeneración” y “regeneracionista” (pg. 116 de Fracasología) Sin duda algo muy similar a lo que sucede tras la restauración borbónica de 1975 con las palabras “progreso” y “progresista”
Esto no hubiera sucedido de haberse producido la instauración de una nueva monarquía prevista en el Régimen que fue ilegalmente demolido en la “Transacción” pues la Ley para la Reforma Política aprobada en referéndum por el pueblo español, facultaba para una reforma que excluía un proceso constituyente, lo que significaba ruptura con el anterior Régimen. Y es preciso insistir en que se utiliza el término de Transacción porque la esencia de la transformación política a la muerte de Franco fue la venta de la España Una, Grande y Libre a sus enemigos, sin otra contrapartida que esos enemigos -que también lo eran de España- no cuestionaran la Corona.
Corona instaurada por Franco y por el pueblo español, tras el referéndum del 14 de diciembre de 1966. Pero que ahora se pretende establecer que fue restaurada siguiendo un inexistente derecho dinástico, puesto que el Decreto del Gobierno Provisional de la República de fecha 26 de noviembre de 1931, firmado por Manuel Azaña, declaraba al Rey Alfonso XIII degradado de todas sus dignidades, derechos y títulos que no podrá ostentar legalmente ni dentro ni fuera de España, de los cuales el pueblo español, por boca de sus representantes elegidos para votar las nuevas normas del Estado Español, le declara decaído, sin que pueda reivindicarlos jamás, ni para él ni para sus sucesores. Siendo precisamente el hoy denostado Régimen de Franco, el que había declarado nula y sin efecto la Ley de Cortes Constituyentes de la República mediante una Ley de la Jefatura del Estado firmada por Franco el 15 de diciembre de 1938 (BOE Nº 137 de 20 de diciembre, página 3039. Por ello dinamitar toda la obra de Franco, tanto la material como la legal, además de ser una indigna ingratitud, resulta suicida para la Monarquía. Algo así como serrar las patas del Trono.
Este pecado original del Régimen del 78 es el que ha propiciado que la monarquía se haya sumado, por acción u omisión, a la Francofobia. Lo que además de ser suicida para la Institución, como ya se ha dicho, lo será también para España.
Y una consideración final. En un intento de impedir que mediante un riguroso estudio histórico se desmonte la nueva Leyenda Negra en la que se sustenta la Francofobia, se han promulgado las llamadas “leyes de memoria” (histórica y democrática) cuyo objetivo no es otro que impedir toda investigación que establezca la verdad, desmontando la falacias de la propaganda. Y para ello se establece la persecución legal con medidas punitivas.
Por ello, mientras no sea posible investigar libremente, se impida divulgar las conclusiones de la investigación y se trate de poner fuera de la ley asociaciones como la Fundación Nacional Francisco Franco, expoliándose sus fondos documentales, en este caso -como en otros similares- es preciso declararse negacionista. Porque la mentira, para perpetuarse, necesita leyes que la impongan. La verdad, no.
De igual forma que recientes investigaciones históricas están desmontando la Leyenda Negra, haciendo aflorar la verdad sobre la propaganda, es de esperar que en un futuro no lejano se puedan desmontar las falacias de otras leyendas negras.
Esperemos que estos apuntes sirvan para que alguien se anime a escribir una obra que ya se hace imprescindible: FRANCOFOBIA: HISTORIA DEL ODIO A FRANCO
Haciendo con ello verdad lo que mi madre q.e.p.d. siempre me decía: Para verdades, el tiempo. Para justicia Dios.
Que Dios así lo quiera: Porque es justo y necesario.