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Jaime Alonso
Con menosprecio de la lógica; de la historia, que de manera cíclica aparece cuando repetimos errores del pasado; de la política, como arte de lo posible; de la razón, como fundamento de la civitas; de la Ley, como principio rector de todo lo anterior; de la persuasión, como forma de influir en las actitudes, motivaciones y comportamientos; de la coacción, como uso de la fuerza física o psíquica para imponer a alguien lo que tiene que decir o hacer en contra de su voluntad; nos estamos acercando inconscientes o no, al abismo, hasta el punto de visualizarlo con nitidez en Cataluña en esta semana, que no puede llamarse trágica, como la de 1917, porqué milagrosamente no hubo muertos. Pero los habrá, y no pocos, si seguimos empeñados en no desactivar las causas que motivan la rebelión, y nos aplicamos a justificar o condenar sus efectos con la frivolidad o tibieza de un mal padre de familia. La actitud del ministro del Interior, ex juez, de amenazar a los violentos y sus instigadores, con el código penal, o sea, con la aplicación de la ley, algo ineludible en cualquier estado de derecho que se precie e inexcusable ante esas conductas, es lo más grotesco y vergonzoso que puede transmitirse a la sociedad y que más motiva a los rebeldes, pues significa que dependerá del grado de chantaje y violencia, el que el estado aplique la ley o abdique de ella, como viene haciéndose hasta ahora. De ahí que la radicalidad violenta se haya frenado bruscamente, en proporción inversa al hartazgo de la ciudadanía española, no a la aplicación por parte del estado de la violencia proporcional y necesaria para proteger a la sociedad pacifica, sus derechos y sus bienes.
La formula política vigente, el régimen reinstaurado en 1978 cada día ser parece más la fenecida, no precisamente de manera gloriosa, II República, por lo que hace tiempo que ha entrado en crisis sistémica por su incapacidad para resolver los problemas esenciales de España, su cohesión interna, desarrollo económico y proyecto común ilusionante.
A ello debemos añadir la corrupción que, como elemento esencial del sistema, lo inunda todo, sin posibilidad de catarsis. La mentira es la base moral de toda corrupción, y en nuestro sistema se ha incorporado, nada menos, que con rango de Ley: Ley de Memoria Histórica. Y, con ella, pretende y está consiguiendo, adoctrinar a la sociedad y especialmente a la juventud con la finalidad de romper las raíces sociológicas, políticas, morales y económicas que han posibilitado nuestro progreso, con Franco, durante la mitad del siglo XX. Con razón sostenía Jean François Revel “la mayor fuerza de las que mueven el mundo es la mentira”. Pues en España llevamos cuarenta años soportando la mentira institucional sobre la historia y nadie, ninguna institución obligada a impedirlo, se ha tomado el trabajo de desenmascarar la falsedad, con lo que va adquiriendo la autoridad de los verdadero.
El conocimiento de la historia resulta vital para un pueblo, es lo que ha sido, construido, significado y conseguido a través de los tiempos. Es su razón de ser, la cultura que nos identifica, caracteriza y diferencia del resto de los pueblos y naciones. Su legado debe inspirar y aspirar a mejorar el presente y orientar, como experiencia vital, el futuro. La historia es objetiva como aspiración y verdad, ajena totalmente a lo conveniente, coyuntural o político. El estudio y rigor de los expertos dedicados a la historia debe independizarse, como la labor de los jueces, de cualquier juicio de valor predeterminado que pudiera contaminar la investigación. Así, cada generación encontrará, en su legado histórico, motivos para enorgullecerse o lamentarse de los aciertos y errores de nuestros antepasados. Pero no resulta admisible que se legisle contra la verdad histórica por razones políticas, o que se juzgue la historia como si fueran hechos acontecidos en el presente y hubiera posibilidad de defensa. Ortega le daba tanta importancia a la historia que mantenía que el hombre no tiene naturaleza, no tiene esencia, tiene historia: “la razón histórica es más racional que la física, más rigurosa y exigente que ésta”. Pues parece que la derecha o el centro derecha, todavía no se ha enterado de ello.
Una de las razones por la que nos encontramos frente al abismo, es “porque se están borrando las verdades del pasado, para imponer las mentiras del presente”, construyendo o mejor, de construyendo los cimientos de nuestra cultura y civilización, incluyendo el respeto a los muertos. La memoria histórica e histérica que se practica en España y se impone por ley, resulta una aberración para la verdad, el conocimiento y sus fuentes. Es una novela parcial, sesgada, utilitarista y propagandista de una determinada actuación del partido del gobierno (psoe, separatistas y comunistas) que nada tiene que ver con la realidad. Victimiza a quien fue verdugo y convierte en abyecto lo que fue heroico, honesto, limpio, coherente y consecuente. El propósito político de semejante manipulación no puede ser más eficaz como medio de adoctrinamiento y captación de las nuevas generaciones quienes, al no encontrar referentes o asideros en el pasado, mimetiza el presente como el único futuro posible, deseable y mejor. Tal superchería, vendida como verdad, nos alejará del rumbo patrio en nuestros mejores momentos y del conocimiento de las posibles soluciones ante crisis profundas de la identidad nacional. Nos adentramos en la repetición, salvando las distancias, de lo que fue la gobernabilidad de España en el siglo XIX y parte del XX, hasta que llegó Franco y el idealismo regenerador joseantoniano.
El abismo hacia el que nos conduce una política pacata, servil, embustera y cainita, sin aparente o suficiente reacción del pueblo español, tiene unas profundas raíces. Como indicaba Donoso Cortés, detrás de todo conflicto humano, de todo problema político o social, subyace un problema teológico o moral. Y, efectivamente, así es. Lo hemos visto en toda su crudeza en el relativismo moral, en el nihilismo activo, en la desvergüenza generalizada que permitió profanar el cadáver del mejor hombre de España, probablemente, en su historia. Y quienes más le debían, la iglesia, la monarquía, el ejercito y el pueblo español, incluyendo los jueces, le han vuelto la espalda. Su silencio cómplice los incapacita e inhabilita para confiar en un futuro. Platón en su dialogo sobre Las Leyes advertía: “…de cualquiera que esclavizase las leyes poniéndolas bajo el imperio de los hombres, sometiere la ciudad a una facción y despertase la discordia civil, hay que pensar que es el peor enemigo de la polis”. Que el mayor enemigo de la unidad de España, el que nos ha devuelto a las antiguas discordias civiles, el que ha provocado un gasto innecesario convocando nuevas elecciones y que formula todas las recetas para devolvernos de cabeza a la mayor crisis institucional, social y política conocida desde la muerte de Franco, se llama Pedro Sánchez y Partido Socialista Español. De nosotros depende el próximo 10 de noviembre que siga o no, y nadie puede negar que no estaba suficientemente avisado. La ignorancia no será escusa, ni coartada, de la izquierda y de la timorata y cobarde derecha.
Ya no hay tiempo que perder. Puede que las próximas elecciones del 10 de noviembre sean las últimas en que se pueda votar, en relativa libertad, todas las opciones. Tenemos cinco urgencias ineludibles de enfrentar y resolver, si no queremos presenciar la desaparición de nuestra nación milenaria y empobrecido nuestro pueblo: 1) Urgencia de un ideal nacional; 2) Urgencia de terminar con la inmigración ilegal; 3) Urgencia de modificar el sistema territorial autonómico; 4) Urgencia de acabar con la ideología de género y 5) Urgencia de derogar la Ley de Memoria Histórica. En esos cinco pilares se asienta un edificio constitucional carcomido, ruinoso y falaz. Otros asuntos como la modificación de la Ley electoral; la independencia del poder judicial; la enseñanza en el idioma común (política educativa); la seguridad jurídica; la propiedad y empresa; la protección y apoyo al mundo rural; la defensa de nuestros cuerpos y fuerzas de seguridad y el respeto al derecho ajeno, como presupuesto de la libertad, han encontrado en los fundadores de Vox y en cuantos hoy queremos un futuro mejor para España, el banderín de enganche.