En el año 896 el Papa Esteban VI ordenó desenterrar el cadáver de su predecesor, para enjuiciarlo en la plaza pública. Así, nueve meses después de su muerte, el cuerpo putrefacto del Papa Formoso fue arrancado de su tumba, revestido de Pontifical y sometido a un juicio sumarísimo ante los cardenales y obispos romanos en el llamado “Sínodo cadavérico”. El aquelarre duró varias semanas. En un ambiente pestilente, en medio un tufo irrespirable, tras insultarle y acusarle de ir contra el canon, Clemente VI procedió a degradarle despojándole de sus sagradas vestimentas y le mutiló el cuerpo cortándole los tres dedos de la mano derecha con los que impartía la “bendición apostólica”. Por último llevó su humillación a tal extremo que mandó profanar sus restos, que fueron arrastrados por las calles de Roma, entre aullidos del populacho, quemados y arrojados al Tíber.
La increíble historia, que convierte en un juego de niños la escena de unos soldados americanos orinando sobre los cadáveres de sus enemigos, ocurrió a comienzos del siglo X. Una época convulsa y de tinieblas en la cual hasta la Iglesia Católica, hoy tan venerada en el mundo entero, cometía este tipo de barbaridades y atrocidades – que constituyeron los precedentes de la Inquisición– y que hoy ponen la carne de gallina a cualquier persona medianamente civilizada. De ahí que a la mayoría del pueblo español le haya parecido cuando menos chocante y hasta aberrante que el hasta hace poco juez Baltasar Garzón Real, convertido en un justiciero desalmado, zafio y matón, inquisitorial en una palabra, pretendiera emular al Papa Esteban VI en pleno siglo XXI.
Porque, pese a que una ínfima minoría de exaltados robacadáveres le apoye, de esta manera y no de otra hay que calificar la actitud del que fuera instructor del Juzgado Central 5 de la Audiencia Nacional. Hace unos meses, con el pretexto de reparar las heridas causadas a los muertos y desaparecidos del bando republicano en la Guerra Civil, abrió un sumario y mandó “exhumar” simbólicamente de sus tumbas del general Francisco Franco, jefe del Estado Español durante 40 años, fallecido el 20 de noviembre de 1975, y de 34 de sus ministros y generales más leales, todos ellos también fallecidos para enjuiciarlos.
DE JUEZ A ACTIVISTA.- Empujado por ese conglomerado abigarrado y variopinto de agitadores comunistas y socialistas contrarios a la guerra de Irak, por los parias y antisistema forjados tras la desaparición del comunismo en 1989 a los que se unió en 2002 y 2003 para hacerse perdonar los intentos de encarcelar a Felipe González por los crímenes de los GAL y por la masonería chilena y argentina, donde ingresó como “adoptado”, que no masón, en 2005 de la mano del presidente de aquella nación, Néstor Kirchner, el 14 presidente argentino adorador del “gran arquitecto del universo” y por su mujer, Cristina Fernández de Kirchner, la 15 presidente argentina ligada al grupo que predica la libertad, igualdad y fraternidad, el magistrado pretendía someter a los vencedores de la Guerra Civil española a un proceso sumarísimo, a una especie de causa general prohibida por la Ley y para la que no tenía competencia alguna. Cualquier texto de Derecho Penal establece que la responsabilidad criminal se extingue con la muerte del causante de cualquier mal punible. Y el más joven de aquella trágica contienda, el general Francisco Franco, jefe del estado Español durante 40 años, llevaba enterrado en el Valle de los caídos desde el 20 de noviembre de 1975.
SERVIL CON EL PODER.– Analfabeto en materia de Derecho, incapaz de hilvanar un auto de manera coherente, que redacta con faltas de ortografía, conviene recordar que la falta de escrúpulos y el servilismo a los diferentes gobiernos de la democracia, ante los que se cuadraba militarmente después de ponerse de hinojos ante sus jerifaltes, llevaron a Baltasar Garzón a la Audiencia Nacional. En unos momentos en que la mayoría de los sumarios contra el terrorismo se instruían apenas sin pruebas y sin demasiadas garantías jurídicas por falta de medios y falta de colaboración de un sector de la población del País Vasco, el juez de Torres (Jaén) comenzó a “inventarse” centenares de sumarios para meter a los terroristas entre rejas, como le acusaría años más tarde su compañero Joaquín Navarro Estevan hoy fallecido.
Su extrema osadía y su carencia de cualquier noma ética en el ejercicio de su profesión le convirtieron pronto en una “pieza insustituible” en el sistema judicial español y le envalentonó para instruir otras causas, como la de los GAL, que le enemistó con la cúpula socialista que durante años no le pudo ver ni en pintura. Para congraciarse con ellos y firmar la “pipa de la paz” el “enfant terrible” de la Justicia acabó enfrentándose a muerte a José María Aznar (que nunca se fió de él, pese a que el magistrado se colocó al servicio de Jaime Mayor Oreja desde su llegada al gobierno lo mismo que años antes había sido el principal perro faldero de Juan Alberto Benlloch) durante los meses previos a la invasión de Irak.
AGITADOR PROFESIONAL.- Situándose por encima del bien y del mal, sin tener en cuenta que su militancia activa en España a favor de un dictador terrible como Sadam Husein constituía un atentado a la división de poderes y a la independencia del legislativo y el ejecutivo, prevaliéndose de su supuesta neutralidad e imparcialidad como juez, pretendiendo colocarse a la altura de Noam Chomsky, José Saramago, Umberto Eco o James Petras sin tener en cuenta las limitaciones de su cargo, Garzón no dudó un solo segundo en ponerse del lado de José Luis Rodríguez Zapatero, otro amoral como él, y se convirtió en el mayor agitador político de la España contemporánea.
DURANTE LA GUERRA DE IRAK SE RADICALIZÓ, DIJO QUE AZNAR MANTENÍA UNA SUMISIÓN SIMIESCA CON BUSH Y TRATÓ DE IMPUTARLO COMO CRIMINAL DE GUERRA
En esa época autoerigiéndose en “portavoz de los sin voz” escribió media docena de duros artículos en El País, reproducidos por una parte de la prensa mundial, dando lecciones de democracia al Parlamento español, a cuyos diputados populares tildó de “borregos” y “tontos útiles” de Washington; al gobierno de España al que calificó de “sumisión simiesca”, a los gobiernos de Gran Bretaña, Estados Unidos y España de los que dijo que habían ordenado “masacrar la miseria”, de estar formados por “halcones, terroristas y criminales de guerra” y de situarse fuera de la ley. También firmó manifiestos insultando a Blair, Bush y a Aznar y participó en medio centenar de algaradas callejeras promovidas todas ellas por los irredentos antisistema prestos a acudir años más tarde al pesebre de La Moncloa. Puso tanto empeño en hacerse perdonar sus pecados que llegó a abandonar una guardia en la Audiencia Nacional para dar un mitin junto a su hija en la puerta de Alcalá de Madrid donde dijo, sin cortarse un pelo, que Aznar, Blair y Bush, al “intentar sobrepasar el listón perverso de sus respectivos crímenes, imprimiéndoles una dimensión masiva y sistemática, se convierten en responsables de crímenes contra la humanidad”.
NUREMBERG A LA ESPAÑOLA.- La gota que colmó el vaso la constituyó, sin embargo, la conferencia que impartió en el auditorio Alfredo Kraus de Las Palmas de Gran Canaria el 20 de marzo de 2003, el mismo día en que caían las primeras bombas de los aliados en Bagdad. El magistrado tenía que disertar aquella jornada sobre ETA en una conferencia anunciada desde un año antes y por la que iba a cobrar un millón de pesetas.
Dada la evolución de los acontecimientos, sin solicitar el permiso de sus patrocinadores, el alcalde de la ciudad José Manuel Soria, cambió de discurso y lanzó la más feroz campaña de improperios e injurias en contra del Gobierno de España. “Estamos en una sociedad regida por una pléyade de nuevos tiranos, de nuevos señores feudales, o más aún, de nuevos césares”, en referencia a los mandatarios del llamado Trío de las Azores. “Son ellos –agregó– y no los terroristas los que amenazan la libertad al intentar imponer mediante guerras injustas cuestiones inaceptables para la democracia. Ante una guerra ilegal donde los crímenes contra la humanidad son ya palpables, el Tribunal Penal Internacional tendrá algo que decir. Los que nos han metido en una guerra bajo el pretexto de prestar apoyos logísticos (en referencia a Aznar) deben pagar por ello”.
ENCARCELAR A AZNAR.- El activismo del juez, claramente partidista y contrario a la imparcialidad y a la neutralidad exigibles a un servidor de la Justicia, no se quedó en una serie de actos de agitación política y de provocación. Por esas fechas y en otras posteriores, los servicios de información y la CIA detectaban una serie de reuniones del magistrado en la casa solariega del pueble madrileño de Manzanares del Real, en las afueras de Madrid. En estos encuentros, Baltasar Garzón, José Saramago, Gaspar Llamazares, el fiscal Carlos Jiménez Villarejo y algunos letrados argentinos ex miembros del terrorista Ejército de Liberación Nacional y el propio editor, ligado años atrás al FRAP, discutieron acerca de la posibilidad de sentar a Aznar en el Tribunal Penal Internacional. Y llegaron incluso a redactar un borrador de querella, que debía ser firmada por Amnistía Internacional, representantes del Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, y grupos de intelectuales acostumbrados a vivir del presupuesto público.
EXPULSADO DE LA CARRERA JUDICIAL.– Con estas conspiraciones de salón, que probablemente no hubieran llegado a nada, Garzón se convertía en un peligro público y en un enemigo de la democracia, a la que pretendía suplantar por una especie de gobierno de los jueces, al estilo de Mani Pulite en Italia.
Así que la reacción del Consejo General del Poder Judicial fue recomendarle por mil y un cauces diferentes que se marchara de la carrera judicial para evitar que se le expulsara con deshonor y no tuviera que sufrir la infamia, la vergüenza y la indignidad de que verse despojado de su toga y sus puñetas en público.
Y fue así y no de otra manera como el lacayo de todos los gobiernos de la democracia y supuesto Cid Campeador de la justicia española, tuvo que escapar por la puerta de atrás de la Audiencia Nacional y marcharse a Nueva York con un permiso de nueve meses, que se prorrogó en otros seis, a buscarse la vida fuera de la judicatura, que le mantuvo el sueldo base hasta que encontrara un nuevo empleo.
EXPULSADO DE LA CARRERA JUDICIAL POR LA PUERTA DE ATRÁS SE FUE A NUEVA YORK DONDE LE “ADOPTÓ” LA MASONERÍA ARGENTINA. EN MENOS DE UN AÑO NÉSTOR KIRCHNER LE NOMBRÓ DOCTORHONORIS CAUSA DE TODAS LAS UNIVERSIDADES DEL PAIS
Acogido por la Cátedra Rey Juan Carlos Primero de la Universidad de Nueva York, una institución sin apenas actividad ni ingresos desde su fundación, Garzón cometió entonces uno de los actos más indignos de un juez: se dedicó a enviar cartas al Banco de Santander, BBVA, Caixa, El Corte Inglés (donde años antes mendigaba sin disimulo para que le rebajaran los trajes, que él era un simple juez), Endesa, Repsol, Telefónica y otras empresas pidiendo “una limosna, por favor”, sin tener en cuenta que esa actitud era incompatible con la facultad jurisdiccional y que los sumarios que había instruído sobre algunas de estas entidades acabarían pasándole factura al poderse interpretar su actitud pedigüeña como un delito de cohecho. El descaro y la desfachatez del instructor fue de tal calibre que hasta Silvio Berlusconi, al que llevaba persiguiendo en su juzgado desde hacía casi una década, acabó enterándose. Y para saldar las cuentas con el juez una de sus editoriales, que le encargara un libro (Un mundo sin miedo) y le pagara 50 millones de las antiguas pesetas. A partir de ese día, el sumario sobre Il Cavaliere comenzó a dormir el sueño de los justos y de la justicia universal de Baltasar Garzón nunca más se supo.
CAMPEON DE LOS DERECHOS HUMANOS.- Es en Nueva York donde Garzón entra en contacto con un sector de la masonería argentina que acude ala Gran Manzana a rendirle pleitesía. Decidido a convertirle en el Campeón de los Derechos Humanos el Gran Maestre de la orden opta entonces por elevarlo a los altares como estandarte de la persecución del genocidio, los crímenes de guerra, las torturas y desapariciones. Es el primer paso para relanzar su imagen y situarlo en la Corte Penal Internacional como el representante de habla hispana en la institución.
La persona que se encarga de abrirle el camino en los círculos de la masonería fue, en realidad, el recién elegido presidente de Argentina Néstor Kirchner, miembro de la Gran Logia de Libres y Aceptados de la República de Argentina iniciado en la población de Río Gallegos, en los años en que fue Gobernador de la provincia de Santa Cruz, de la mano de su tío Manuel López Lestón, y donde dejó su impronta masónica en la arquitectura de la ciudad.
De esta manera, aunque en su carrera como juez no detuvo ni a uno solo de los represores de Argentina y Chile (salvo a un desgraciado que no tenía donde caerse muerto llamado Adolfo Silingo, al que se trajo a España con engaños, garantizándole la inmunidad ante el consulado de España, para que actuara como testigo de cargo en contra de los genocidas y desprestigiara a la dictadura argentina. Inesperadamente al descubrirse que era un embustero redomado que había engañado a todos por dinero se le imputó, juzgó y condenó a 640 años de cárcel); pese a que con sus actuaciones teatrales e inoportunas puso en riesgo de más de una ocasión la democracia al no estar consolidadas las instituciones (Raúl Alfonsín le calificó de peligro público número uno y llegó a asegurar que Garzón era como un puñal clavado en la espalda de los argentinos a los que quiere ver sometidos a una nueva dictadura y Carlos Menem tuvo que promulgar una Ley impidiendo la detención de sus connacionales para evitar un golpe de Estado frente a lo cual el supernuez se vengó implicando a toda su familia en un sumario por narcotráfico), el otrora terrorista de los montoneros Kirchner no sólo puso las logias de todo el país a sus pies. También lo hizo con todas las universidades del país y del vecino de Chile, donde había “hermanos libres y aceptados” estratégicamente colocados. De la noche a la mañana, todos estos centros superiores le convirtieron en doctor honoris causa para enaltecer y agrandar más su figura. De modo y manera que, en poco más de un año, el juez de Torres llegó a acumular más honores universitarios que el mismísimo Albert Einstein en toda su vida.
ALIANZA DE SANGRE.- A partir de entonces se firma una alianza indestructible entre Garzón, los Kirchner, los Duhalde (Eduardo Luis Duhalde) y otros significados hermanos, muchos de ellos ministros de los últimos gobiernos argentinos. Hasta el punto de que el juez empieza a bailar al compás de sus protectores y acude a Nueva York en octubre de 2007 a presentar la candidatura de Cristina Kirchner (“si tu me dices ven los dejo todo”) en The International Center for Trasitional Justice a la presidencia de Argentina, lo que convierte a la histérica dama en el presidente masón número 15, siguiendo la estela del primer presidente de aquel país, Bernardino Rivadavia, que ostentó tal condición en la época en que Roque Pérez era el Gran Maestre de la institución de la gran fraternidad universal de la escuadra y el compás en el país en el que ni el psicoanálisis ni los miles de divanes esparcidos por todas partes ha impedido que a sus habitantes les guste ver a sus semejantes a través del punto de mira de un fusil desde los años de José de San Martín les dio la libertad para acabar huyendo de los suyos a Francia donde murió tras hacerse perdonar sus muchos pecados.
AMIGOS Y ENEMIGOS.– Aunque su alianza con la masonería le ha permitido obtener gran predicamento en Argentina, Chile, en las Naciones Unidas y en algunos centros académicos de Nueva York, no ocurre lo mismo en el resto del mundo. En bien cierto que utilizando las influencias de un diputado demócrata pudo asistir a la toma de posesión de Bill Clinton en 1997. Sin embargo, ni el actual presidente de los Estados Unidos Barack Obama, al que ha criticado por no cerrar el centro de detención islamista de Guantánamo, ni el premier inglés, David Cameron, los dos masones libres y aceptados, no le tienen en demasiada estima por sus excentricidades ni sus peligrosas megalomanías que le hacen sentirse por encima de los demás, como un príncipe absoluto de la Justicia, y por tanto, por encima de las leyes.
Tampoco la masonería alemana a la que acudió a pedir ayuda para extraditar a España a un terrorista árabe de la célula de Hamburgo, al que pretendía procesar para llegar así a Osama Ben Laden, contra el que instruyó un sumario in absentia (que acabó en un tremendo fiasco, como casi todas sus actuaciones estelares), culpándole de la voladura de las Torres Gemelas y vulnerando el principio Non Bis in Ídem ya que el terrorista tenía abierto dos sumarios en Estados Unidos por los mismos hechos.
ANIQUILAR AL PP.- Considerando que los apoyos internacionales que se ha forjado durante su exilio en Nueva York son indestructibles, Garzón rompe el “pacto entre caballeros” que suscribió 16 meses antes con el sector mayoritario del Consejo General del Poder Judicial, vuelve a España y pide su incorporación al juzgado central de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional.
PUSO FIN A SU CARRERA CUANDO QUISO SER DIOS Y JUZGAR A LOS MUERTOS SIN LA AYUDA DE PITITARIDRUEJO, LA ÚNICA MADRILEÑA QUE HABLA CON EL MÁS ALLÁ
Al igual que ocurrió en 1993, en que abandonó la judicatura para acudir como número dos del PSOE a las elecciones generales y, al no obtener lo que quería volvió a los tribunales para vengarse de sus compañeros del ministerio del Interior y de Felipe González, los motivos que le mueven a pedir el reingreso en el escalafón son sus deseos de revancha, de castigar sin límites a los que le humillaron obligándole a convertirse en un “expatriado de lujo”.
La satisfacción se la brindaría en bandeja el presidente del Gobierno, un tal José Luis Rodríguez Zapatero, amoral como él, quien años antes había firmado con la antiespaña y los separatistas el llamado Pacto del Tinell, con el fin de sacar al partido popular de las instituciones y convertirlo en una fuerza marginal y extraparlamentaria. Convertido por obra y gracia del Gobierno en el amo de la Audiencia Nacional, al tiempo que devuelve a Arnaldo Otegui su pasaporte para que pueda viajar a Sudáfrica y contratar al abogado Brian Currin como negociador de los terroristas, el supernuez no deja de rumiar su venganza.
ESTIGMATIZAR MEDIA ESPAÑA.- La ocasión se le presenta cuando cae en su oficina judicial un sumario sobre una trama delictiva cercana al PSOE –el caso Gürtel—y en lugar de inhibirse a favor de la Justicia ordinaria, asume el caso y ordena intervenir los teléfonos de los letrados de los principales imputados, a sabiendas de que está vulnerando el derecho de defensa y prevaricando.
Garzón, sin embargo, no se siente satisfecho todavía. Enfermo de vanidad incurable, que se había convertido en él en una grave patología, en el verano de 2008 le dice al fiscal adscrito a su juzgado, Enrique Molina, que su prestigio está decayendo y que necesita abrir un sumario que le eleve de nuevo a las alturas, con el fin de que los simples mortales vuelvan a venerarle y a enaltecerle.
La ocasión se le presenta meses más tarde, con la promulgación de la llamada Ley de Memoria Histórica el 22 de diciembre de 2008. Nada más promulgarse la Ley el juez de jueces ve los cielos abiertos. Desempolva varias denuncias que guarda en sus cajones de algunas víctimas de la guerra civil del bando republicano que pretenden encontrar los restos de sus deudos y, sin encomendarse a Dios ni al diablo, abre una causa general contra el franquismo, pretendiendo convertir la Audiencia Nacional en una enorme morgue y estigmatizar de por vida a los descendientes en tercer o cuarto grado de los primeros ministros y generales del general Francisco Franco y a una parte de la sociedad, en su mayoría simpatizantes o votantes del Partido Popular, y denigrar a la derecha española, convirtiendo a los nietos y biznietos de aquella tragedia en responsables de las arbitrariedades y fusilamientos cometidas en la Guerra Civil, como si éstos fueran una gran mancha de aceite que se transmitiera vía ADN. Para manchar y contaminar a quienes le retiraron la condición de juez cualquier medio, hasta el más extravagante posible, era válido.
… Y SE CREYÓ DIOS.- Hace unos meses en un programa de Tele Madrid el ex presidente del Tribunal Constitucional Manuel Jiménez de Parga calificaba la decisión de Baltasar Garzón de abrir un juicio contra Francisco Franco y 35 de sus principales colaboradores, todos ellos muertos, como una decisión tomada por el juez durante un momento de enajenación mental transitoria.
Era, por otra parte, lo más caritativo y amable que se podía decir a favor del magistrado, “que se volvió loco”. Porque la capacidad de juzgar a los muertos, según las Sagradas Escrituras y más concretamente el libro del Apocalipsis, era hasta ahora un privilegio exclusivo que algunas religiones atribuyen a Dios. Con su sabiduría infinita, gracias a que “todo lo ve y todo lo puede” sería, según los creyentes, el único juez imparcial ante quien, no decae ninguna responsabilidad, ni necesita garantizar el derecho de defensa de los inculpados, la tutela judicial efectiva, el derecho a un juicio justo y todos los demás principios del Derecho Positivo. El resto de los mortales, por el contrario, al estar privados de la facultades divinas de la omnipresencia y la omnisciencia, tienen que remitirse a los hechos, a las pruebas, respetar el principio de inocencia y los principios de neutralidad, imparcialidad, igualdad de armas y de contradicción entre las partes en un juicio justo.
De ahí que si el Papa Esteban VI cuando cometió el monstruoso sacrilegio de profanar la tumba de su antecesor se creía inspirado por el Espíritu Santo, es probable que Garzón en sus delirios se sintiera la reencarnación de Dios hecho hombre, lo cual vendría a ser un brote de esquizofrenia o paranoia que hace años se curaba con unos cuantos toques de electroshock. Porque nadie en su sano juicio puede situarse por encima de sistemas políticos, regímenes, jefes de Estado, presidentes de Gobierno, parlamentos, derecho internacional y Estatuto de Roma y otras leyes internas y ordenar abolir amnistías y leyes que no le gustan para juzgar el más allá, como si fuera un espíritu puro, carente de materia al que no podemos ver ni tocar, pero que está omnipresente, omnisciente, es santo, justo y misericordioso, conoce todas nuestras acciones, y es capaz de enjuiciar a vivos y a muertos.
CAMPAÑA INTERNACIONAL.- No se trata de una exageración ni de ningún exabrupto. No hace falta pasar por la facultad de Derecho para saber que ningún tribunal del mundo, salvo la Inquisición, ha tratado de hacer justicia más allá de donde alcanzan las capacidades del ser humano. Algo que debería saber igualmente la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, una sujeta sudafricana llamada Navanethem Pillay, el ex fiscal Carlos Jiménez Villarejo, el dirigente comunista Gaspar Llamazares y hasta Pilar Bardem, que han tratado de justificar lo injustificable pidiendo que Garzón fuera exonerado del delito de un delito de prevaricación al atribuirse competencias que no le correspondían hasta que no sea declarado, y perdóneseme la ironía, santo como poco.
Movilizados por la masonería internacional y por los grupos antisistema contrarios a la guerra de Irak, todos ellos han tratado en los últimos días de descalificar la sentencia al juez tachando al Tribunal Supremo de “fascista” en una campaña internacional de desprestigio de la democracia española sin precedentes. En el caso de la sudafricana Pillay, la Comisionada de la ONU formada en la Harvard Law School su “delito” es lamentablemente más grave aún. Su afirmación de que “Garzón estaba obligado a enjuiciar a los responsables de las 100.000 desapariciones forzadas durante la Guerra Civil y a reparar a las víctimas” podría ser cierta de “haberse hallado vivos a los responsables” y no haber sido reparadas las víctimas por la amnistía de 1977.
INTENTÓ MONTAR UN “PROCESO DE NUREMBERG” EN MADRID SIN TENER EN CUENTA QUE LOS ALIADOS NO SE ATREVIERON A JUZGAR A LOS MUERTOS
Porque tampoco que se sepa, han sido reparadas las víctimas las matanzas ocurridas en su país a partir de 1806, cuando se convierte en colonia británica, lo que provocó enfrentamientos y matanzas entre bóers (colonos originarios de Holanda, Flandes, Francia y Alemania), que los afrikáner, los xhosa y los zulúes, que se prolongaron hasta 1910. Ni siquiera probablemente las primeras atrocidades del apartheid que se mantuvo en vigor desde 1961 hasta 1994. ¿O es que vamos a juzgar ahora a los británicos fallecidos por las muertes de que los 27.927 bóer (de los cuales 22.074 eran niños menores de 16 años) y los 14.155 africanos negros internados en más de 100 campos de concentración donde el sarampión, el tifus, la disentería y el hambre acabó aniquilándolos?.
NI HITLER, GOEBBELS O HIMMLER FUERON JUZGADOS.- Porque, a mayor abundamiento, en contra de lo oído en el Tribunal Supremo estos días pasados, el juez estrella no pretendió hacer en España, como dijo, lo que los aliados llevaron a cabo en Nuremberg entre el 20 de noviembre de 1945 y el 1 de agosto de 1946. Allí, a pesar de tratarse de tribunales militares, se respetaron a los muertos. Y así los tres principales jerarcas del nazismo, Adolfo Hitler, el jefe de las SS, Heinrich Himmler y el ministro de Propaganda, Josep Goebbels no pudieron ser juzgados y condenados a la horca al haberse quitado la vida durante la caída de Berlín. La causa principal sólo se pudo seguir, en principio, contra 23 imputados, quedando reducida a 21 al suicidarse en pleno proceso otro de los detenidos, el gauletier y amigo del Führer Robert Ley, y verificarse que el secretario de Hitler, Martín Bormann, juzgado in absentia al considerarse que se hallaba fugado, había fallecido en Berlín en los bombardeos previos a la caída del nazismo.
En Nuremberg, por tanto, no hubo muertos sentados en el banquillo ni moral ni simbólicamente. Se juzgó a un régimen, es cierto, encarnado esencialmente en el jefe de la Luftwaffe, Herrmann Goering, un militar prusiano que asumió el papel de máximo responsable de los horrores de la guerra ante a sus compañeros y rebatió con pasión los argumentos de los jueces y fiscales que acabaron condenándole a la horca al declararle autor, junto con otros, de numerosas atrocidades y locuras.
Por tanto, lo que pretendió hacer Garzón en España 71 años después de la Guerra Civil no se parece ni remotamente a los juicios de Nuremberg, ni tampoco a los de Tokio, donde se dejó a los muertos descansar en paz y no se trató de culpabilizarlos de los males de la guerra ni mucho menos de las deportaciones masivas, de las desapariciones ni del holocausto. Ese era el papel de los historiadores, que cumplieron con más o menos acierto en los siguientes lustros.
PURO TEATRO.- Lo que pretendió hacer Baltasar Garzón para humillar a una parte de la sociedad española no fue más que puro teatro, pero del malo. No se parece siquiera al teatro del absurdo, de Eugene Ionesco o Samuel Beckett, en su etapa más estrafalaria, extravagante y grotesca. Sólo le faltó, para acabar de rizar el rizo y demostrar su valía ante quienes le tienen por el campeón de los Derechos Humanos y el azote de una parte de las dictaduras (las de corte no comunista) que hubiera llamado a Pitita Ridruejo, la única madrileña que presume de hablar con los muertos, y la hubiera habilitado como su secretaria e intérprete para interrogar a Franco en su mausoleo.
Con lo cual el superjuez hubiera logrado el mayor hallazgo en el campo del Derecho Penal de todos los tiempos, dejando a la altura del zapato a Luis Jiménez Asúa, a Cesare Beccaria, Francisco Carmignani, a Georg Wilhelm Friedrich y hasta a Alfonso X el Sabio. Frente al principio de intervención mínima del Derecho Penal su descubrimiento hubiera permitido, sin duda, reimplantar la “Ley del Talión a muertos y descendientes” echando por tierra el Código de Hammurabi, la Ley de las XII Tablas o la Ley Mosaica, y otros tratados posteriores más justos, lo que le habría aupado sin duda alguna al Premio Nobel de la Paz, esa gran esperanza perdida que le enemistó por primera vez con José María Aznar al no financiar el Gobierno su campaña.
LA JUSTICIA DEL ABSURDO.- Siguiendo el principio de la “Justicia del absurdo”, además de no dejar impunes los crímenes del apartheid sudafricano, siguiendo su forma de instruir, España podía haber constituido un tribunal para juzgar nada menos que a Napoleón Bonaparte, el amo de Europa, por los fusilamientos del II de Mayo de 1808
O sentar en el banquillo a los centenares de Terroristas de la Triple A (Alianza Apostólica Anticomunista) de José López Rega y la ex presidenta Isabel Martínez de Perón, al igual que a los Montoneros y al Ejército Revolucionario del Pueblo que asaltaron cuarteles y asesinaron salvajemente a políticos y jueces en aquel país, causando más de 1.500 víctimas inocentes y del que formó parte el fallecido Néstor Kirchner y parte de sus Gobiernos.
CUANDO PUSO PRECIO A SU CARGO, HASTA SILVIO BERLUSCONI PE PAGÓ 50 MILLONES. ASÍ IL CAVALIERE SE LIBRÓ DE LA PENA DE BANQUILLO
O enjuiciar a otro de los personajes que siguen siendo controvertidos en la historia como, por ejemplo, al presidente Abraham Lincoln por tener la osadía de aprovechar un incidente militar, el ataque al Fort Samters (Carolina del Sur) en 1 de abril de 1861, para desencadenar la Guerra de la Secesióncontra los ejércitos de la Confederación, lo que dio origen a matanzas tan crueles y duras como la ocurrida en la batalla de Gettysburg (Pensilvania) donde no se pudieron ni contar los muertos.
Con Garzón cabalgando a lomos de la justicia del esperpento tampoco el duque de Alba podría sentirse tranquilo en su tumba. Seguro que el magistrado de Jaén le sacaría del lugar donde reposen sus huesos para que rindiera cuentas por los crímenes cometidos por la soldadesca de los Tercios de Flandes en tiempos de Carlos I y Felipe II (Casa de Austria).
Joseph Stalin, responsable de la muerte de 100 millones de rusos en el cuarto de siglo que gobernó la ex URSS, debido a la colectivización de la agricultura y las matanzas de los dueños de las tierras, las purgas a los enemigos del pueblo, los campos de trabajo forzosos, y las deportaciones a Siberia, en cambio, puede dormir tranquilo el sueño de los justos. Stalin era uno de los nuestros y la “era del terror” es sin duda un invento capitalista, una trampa saducea donde jamás caería el inquisidor mayor del Reino de España y de Sudamérica.
Así de recta e imparcial era la justicia del ecuánime y ponderado juez campeador. Como el Papa Esteban VI pretendió desenterrar a los muertos, profanar su memoria – buena o mala—humillar a sus descendientes y arrastrar sus nombres por las páginas de los periódicos afines entre los aullidos del populacho que hoy, al no lograr su propósito, pretenden colocar en la picota al Tribunal Supremo. Condenado a 11 años de inhabilitación por prevaricación en otro caso ya juzgado, hoy, 14 de febrero de 2012, el CGPJ pondrá fin a la infamia al arrojar a la basura las puñetas del magistrado más universal y nefasto de la España contemporánea, fantoche, pelele y mamarracho para una mayoría de sus compatriotas, y persona osada, firme y consecuente para una minoría. Rest in peace forever the judge (not the person)