Honrar a los soldados caídos en combate

 
Agustín Muñoz-Grandes 
Teniente General del Ejército (2ª reserva)
 
 
 
   Hace cinco años, convocado por el Foro de Amigos de la División Azul, acudí con el embajador de la Federación de Estados de Rusia al cementerio del toledano pueblo de Santa Cruz de la Zarza para rendir homenaje a cinco aviadores rusos allí enterrados. Desde el aeródromo habilitado en una llanada próxima al pueblo, combatieron eficaz y bravamente en apoyo a las fuerzas republicanas y, heridos en distintas misiones de ataque aéreo a unidades del «bando nacional», algunos pudieron regresar a la base de partida, sin lograr después recuperarse. Cumplieron con las misiones que les fueron asignadas y tengo la seguridad de que llevaban en el corazón el ideal de la «Madre Rusia».
 
   En sus sepulturas, depositamos un ramo de flores, y todos escuchamos con respeto los responsos que elevaron el pope de la embajada rusa y el párroco de Santa Cruz. En las palabras que después pronunciamos, coincidimos el embajador y yo en rendir tributo a los soldados que mueren en combate con dignidad en defensa de los ideales superiores que tienen inculcados.
 
   En 1941, tras la reunión de Hendaya con Hitler, celebrada con varias divisiones acorazadas de la Bundeswehr desplegadas al otro lado de los Pirineos, Franco, con extrema habilidad, logró evitar la entrada en el conflicto mundial de una España destrozada por la Guerra Civil, y que las unidades alemanas penetraran en nuestro territorio para controlar el estrecho de Gibraltar, clave para el desarrollo de la campaña en África. La creación de una División de Voluntarios para la lucha contra el comunismo en el Frente del Este fue una pieza importante para mantener nuestra difícil neutralidad. 5.000 muertos y 20.000 heridos es el alto precio que pagó la División Azul en la lucha contra la barbarie del bolchevismo soviético, que impulsó Stalin, el mayor genocida del siglo XX. En el juramento que, antes de entrar en combate, la División prestó en Grafenwöhr quedó clara su misión de luchar exclusivamente contra el comunismo.
 
   Su primer jefe, el general Muñoz-Grandes, mi padre, fue condecorado por la bravura de sus hombres con la más alta distinción del Ejército alemán, la Cruz de Hierro de Caballero con las Hojas de Roble, en 1942. En 1954, el presidente Eisenhower le impuso personalmente en Estados Unidos la distinción de Comendador de la Legión del Mérito. En 1961 el Gobierno de De Gaulle le concedió la Legión de Honor en el grado de Gran Comendador, y el de Adenauer le honró con la Gran Cruz del Mérito Civil. El hecho de que los quizá más significativos enemigos de Hitler concedieran estas altas distinciones al jefe de la División Azul desbarata los argumentos de quienes la quieren tildar de nazi.
 
   Los voluntarios que se alistaron a la División lo hicieron con entusiasmo para luchar contra el comunismo soviético, al que se consideró en gran parte responsable de nuestra contienda fratricida. Fueron en general jóvenes sin instrucción militar, de toda condición social, que pronto, por estar bien mandados, se transformaron en sólidos soldados que, en condiciones muy adversas, con temperaturas cercanas a los 40 grados bajo cero, fueron autores de heroicas gestas reconocidas dentro y fuera de nuestras fronteras y, desde luego, por el ejército alemán… y también por el soviético. El río Volchov, el lago Ilmen, Krasny Bor y otros muchos nombres son callados testigos de la sangre que vertieron nuestros soldados, de su valentía y nobleza, y también de su generosidad y del buen trato que dieron a la población civil y a los prisioneros capturados. Son todavía recordados por la buena gente que sobrevive en las zonas donde desplegó la División.
 
   No es justo, señora alcaldesa, que quiera borrar de la memoria en Madrid a los 5.000 caídos de la División Azul. No es de buen estilo arremeter contra un conjunto. Hay que juzgar y cargar toda la responsabilidad en su líder. Y el líder inicial fue mi padre, culpable sin duda por exaltar a sus hombres a la lucha contra el bolchevismo soviético. Ya lo ha juzgado y castigado quitando su nombre en Carabanchel, su pueblo, que le homenajeó cuando en 1926 regresó muy gravemente herido tras mandar la punta de la vanguardia en el desembarco de Alhucemas, que propició la paz que tanta sangre costó en el Protectorado de Marruecos.
 
   Creo que, para cerrar heridas que algunos no dejan cicatrizar, a los nombres de los que combatieron en un bando de forma destacada se deberían añadir los de los valientes del otro lado que pelearon con dignidad. En el Mas Allá estarán unidos en un abrazo.Señora alcaldesa, sé que ha rectificado en algunos juicios que emitió de forma precipitada. No le pido que «absuelva» a mi padre, pero sí a los Caídos de la División Azul que, con su sacrificio, honraron a nuestra Patria. No quite la placa que los recuerda.