Pascual Tamburri
Navarra ha perdido a uno de sus grandes, tal vez el último de los que hicieron la guerra de 1936 (la Guerra, para ellos) y protagonizaron la postguerra. Ha muerto en Pamplona don José Javier Nagore Yárnoz. No es sin embargo motivo de completa tristeza, pues él mismo, hombre creyente hasta la médula y antes de ninguna prelatura, habría antepuesto el Cielo a cualquiera de sus deseos, y nadie que le haya conocido de verdad dudará de su Rumbo.
El dolor de hoy lo debemos más a lo que Navarra y España pierden con él. Como recordamos en el homenaje que más que merecidamente le hizo la Fundación Leyre, fue personaje decisivo de la vida navarra durante décadas, ha sido jurista -notario y autor muy principal del Fuero Nuevo de Navarra-, católico activo y comprometido, deportista y montañero. Y esto, además de intervenir en múltiples actividades públicas, desde su participación juvenil en la guerra de 1936 hasta la creación de Alianza Foral Navarra y su posterior y muy generosa extinción en beneficio de UPN, una vez evitada la inclusión de Navarra en la Comunidad Autónoma Vasca.
Desde la Transición, don Javier representó entre nosotros unos principios, la perseverancia en los mismos y la coherencia con los mismos. Incluso personas que no los han compartido en todo o en parte han tenido que reconocer la grandeza del personaje al identificarse con la Navarra Foral y Española -foral sin alucinaciones, española sin concesiones- y con la fe de la Iglesia -sin renuncias y a la vez sin ficciones mojigatas. Javier Nagore no sólo habló y escribió de esto, sino que hizo de esto su vida y de ella la mejor arma en su batalla de cada día.
Decía don Javier en abril de 2006, ya en la red (‘Navarra: como siempre, como ahora’), que su primer deseo era “que España y Navarra no pierdan la memoria”. Y no se refería a la artificial y sectaria ‘memoria histórica’ legislada, sino al recuerdo de lo que Navarra fue y vivió entendido como molde y modelo de que la hoy provincia es en su médula; no negación de la tarea del historiador en la investigación de lo que sucedió, sino afirmación de una identidad común innegable y de un proyecto respetable incluso por quienes no lo compartan.
España y Navarra han cambiado mucho en el siglo de vida de don Javier; pero han vivido y siguen siendo. La España del siglo XXI, decíamos en 2010 en el prólogo de su libro ‘En la Primera de Navarra’, no se explica sin los hombres que cambiaron, arriesgando su vida, la historia del siglo XX. Javier Nagore fue testigo en su primera juventud de cómo España pareció muerta o a punto de morir. Y de cómo salió adelante. Haber subido montañas, leído libros y marchado y comido con don Javier nos ha permitido a muchos navarros de otras generaciones entender, en suma, cómo y por qué los navarros estuvieron donde estuvieron, y de qué manera nos hicieron como somos.
Hace unos pocos años Javier Nagore recordaba una frase de Francisco Javier de Lizarza, para quien “la palabra de un navarro debe valer tanto como el juramento de un particular”. Navarra ha perdido a los dos, aunque los dos han dejado una obra y un ejemplo. No se trata de un orgullo ciego o pueblerino de “ser de aquí”, algo que don Javier miraba con una sonrisa paterna cuando lo veía apuntar, incluso en los políticos al uso o sobre todo en ellos. Y no se trata desde luego de la memoria sectaria de un hombre “de parte”: Nagore, más carlista que nadie él mismo, fue el primero en recordar, siempre, y muy a pesar de pretendidos cronistas e historiadores locales y de facción, que en “su” Primera de Navarra hubo más Banderas de falangistas que Tercios de requetés, y no se hundió el mundo. Aunque quizá sí alguna conciencia que, desde intereses e ignorancias, haya querido ver una suma de perfecciones o un coro de ángeles -frente a supuestos abismos de pecado- donde había fundamentalmente pueblo, con todas sus virtudes y sus defectos, con toda su variedad y su improvisación
Javier Nagore fue de una pieza de principio a fin. Estudiante, combatiente, opositor, notario, marido, padre, creyente, jurista, generoso sin medida con la nueva universidad, montañero. Cuando llegó la necesidad, batallador contra la deriva, ora ñoña y olvidadiza ora parmesana y marxista, del carlismo que amó. En la transición, luchador contra la amenaza y constructor de un partido, AFN, sin el que no se explica la resistencia navarra a la Transitoria Cuarta ni que después pudiese haber una UPN y luego un PP. Se podrá estar o no de acuerdo con lo que pensó y con lo que hizo, pero no se puede negar la importancia de que vivió y de cómo lo vivió. Lo digo, ante la última de las certezas, con el orgullo de ser navarro y con la suerte de haber sido amigo de Javier Nagore. Un hombre bueno, y mucho más que eso, al que nadie pudo negar el saludo. Tampoco hoy.