Julián Casanova, un erudito sin abuela.

Plataforma 2025

En la degradada España del sanchismo, todo lo que roza, aunque sea levemente, las esferas del poder gubernamental pasa a formar parte de su copromaquinaria. Así, otrora prestigiosas entidades públicas han devenido en terminales exhibicionistas de la casposa agitpropsocialcomunista. Una de ellas es el Instituto Cervantes, que albergó el pasado miércoles 19 de Febrero la presentación de un libro sobre Franco, en lo que supongo que será incluido en el recuento final como uno de los cien actos antifranquistas del Gobierno en 2025. No será ésta, a buen seguro, la forma más peculiar de SUMAR, digo sumar, si quieren que les salgan bien los números a final de año, dado el ritmo cochinero al que van organizando los aquelarres en este primer bimestre.

El caso es que el Instituto Cervantes tiene dos funciones: promover la enseñanza de la lengua española y contribuir a la difusión de la cultura hispánica en todo el mundo. Mejor dicho, tenía, pues su actual director, un tal Luis García Montero (ya he usado el adjetivo casposo en este artículo, ¿verdad? Si es que hay que gastarse los cuartos en un buen champú…) nos aclaraba en la introducción del evento que el Instituto Cervantes se encarga últimamente de promover la “memoria democrática” aquende y allende los mares, cumpliendo así una especie de misión mesiánica de “estepaís”. Y allí estaban aplaudiendo a rabiar una vicepresidente (Díaz), una ministro (Alegría) y un par de secretarios de Estado, además de progres de todos los pelajes, incluyendo al varias veces condenado Baltasar Garzón, que asomaba la cabeza entre el público, fiel a su costumbre de chupar cámara siempre que haya una a tiro. Efectivamente, querido lector, en este caso hablar de aquelarre es quedarse muy corto.

Julián Casanova, un viejo conocido de las subvenciones memorialistas y de las editoriales directamente vinculadas al aparato del PSOE, venía a presentar su biografía del Caudillo. Como se ve que no le pareció suficiente el panegírico que le dedicó García Montero, empezó tirándose flores a sí mismo acerca de su investigación detallada, estudio de los archivos, comunicación precisa y nada menos que “erudición”. No andaba por ahí cerca su abuela, claro. Más adelante, al final de la presentación, reconocería que el libro es una síntesis de otras síntesis (de Preston y Viñas, volviendo al asunto de la preocupante caspa), así que lo de la investigación y los archivos se quedó en excusatio non petita. De la erudición, hablamos enseguida.

Desde luego, la eterna hora que duró el asunto fue una síntesis. Una síntesis desordenada y atropellada de lo que el gran historiador actual de Franco y su Régimen, Francisco Torres, ha bautizado como la vulgata antifranquista, en la que se recogen todos los tópicos sobre el Generalísimo que puedan servir para perjudicar su imagen y minorar sus logros. Desde el supuesto complejo por su baja estatura (por favor, que alguien recuerde a estos sesudos estudiosos la estatura media de los españoles nacidos en 1892) hasta que tenía miedo a la televisión, aunque luego se le pasó (¿?). Por supuesto, hubo la cansina y mendaz evocación del bombardeo de Guernica, 38 años después de la publicación del estudio del general Salas Larrazábal y 12 después de su reedición, corregida y aumentada, en lo que debería haber silenciado para siempre a estos “eruditos” de la transmisión de la propaganda.

Franco creó un régimen de “corrupción muy evidente”, del que el soborno formaba parte intrínseca, y por eso disfrutaba viendo como sus generales recibían dinero de alemanes e ingleses para que influyesen en que España entrase o no en la II Guerra Mundial, en uno u otro bando. Dinero que no servía para nada, porque Franco tenía muy claro que quería entrar en la guerra, pero el Führer no se lo permitió. Se ve que vino el hombre desde Berlín hasta Hendaya para hacer teatrillo… Y que todo el intercambio epistolar, con las dilaciones del Generalísimo, desesperantes para los intereses alemanes, publicado en mil y un lugares, no estaba entre los documentos de los archivos concienzudamente repasados por nuestro erudito sin abuela. Por cierto, fue una desgracia que Franco no se saliera con la suya y nos metiera en la guerra, porque 1945 habría sido su fin, afirmaba Casanova suspirando por aquello que pudo ser y no fue. Sus ojillos traviesos parecían delatar cómo fantaseaba en ese momento con una república soviética, construida sobre la sangre de soldados españoles y sobre la devastación absoluta de nuestra Patria; pequeños detalles que no deben hacer menos deseable la por otra parte inevitable llegada del paraíso proletario. En fin, sobre la actuación personal de Franco y de la diplomacia española durante los dificilísimos años de la guerra basta con consultar la muy documentada obra de Fernando Paz al respecto, “La neutralidad de Franco”. Tampoco debía de tenerla a mano cuando escribía.

La historia de Franco es “la historia de un manipulador”, que “llevó a cabo políticas de exterminio” y de “tortura sistemática”. Como no conseguimos que los Aliados nos aplastaran en 1945, pues al final Franco se encontró de chiripa con la Guerra Fría y empezó a dedicarse en cuerpo y alma a construir un relato que sirviese para blanquearle para la Historia. Empezó por hacer creer a su hija que a él no le gustaba la guerra, ¡con todos los tiros que había pegado y lo que le gustaba el olor de la sangre y las vísceras! ¡Cómo no le va a gustar la guerra a un soldado que la ha vivido, que ha sido gravemente herido y que ha visto morir a sus camaradas! Y, por culpa de su habilidad para sobrevivir en un mundo cambiante, España perdió el tren de las democracias y quedó sumida en el atraso. El hecho de que partiendo de una España destruida en la Cruzada y aislada en la posguerra mundial, llegásemos a 1975 siendo la novena potencia industrial del mundo y con una convergencia real con las grandes economías occidentales por encima de la que tenemos 50 años después, también es un conjunto de pequeños detalles sin importancia.

Eso sí, sepan ustedes que nuestro erudito sin abuela es un historiador muy serio que “no opina” y que “nunca habla de buenos y malos”. Menos mal que nos lo aclaraba. ¡Ah! Y menos mal que está él para escribir estas cosas tan ponderadas y ajustadas a la realidad, en una época en la que “a la juventud sólo le gusta leer lo que confirma sus opiniones”. Porque ahora el capitalismo se ha extendido por Asia y ya no hay ningún contrapeso que reivindique derechos y se oponga a la opresión de los pueblos; es decir, que los chinos, por supuesto, están mucho peor ahora que con Mao Tse-Tung, por ejemplo. No le preguntaremos por Camboya y Pol Pot para no llevarnos un disgusto.

Entre mata y mata que se saltaba, aparecían Donald Trump, Heinrich Himmler/Hitler (no tenía el hombre muy claro el apellido) indignado contra el maltrato animal en una corrida de toros, en contraste con la afición a la caza de Franco (había que decir algo “nazi” cada cinco minutos para fijar bien la idea en los reblandecidos cerebros de los asistentes), o se decía que Sanjurjo había muerto “sin poder llegar a la Península” (se ve que Lisboa estaba separada del continente en 1936, cosas del cambio climático). También se vinculaba a Blas Piñar con turbios negocios inmobiliarios en la Costa del Sol, no sabemos si porque se le confundía con José Antonio Girón de Velasco, con Léon Degrelle, con Jesús Gil, o porque, ya puestos a inventar contra Franco, pues inventamos también contra quien mejor ejemplificó la lealtad al 18 de Julio y a su figura antes y después de su muerte. Esperamos que la familia Piñar haya tomado buena nota para hacer que nuestro erudito sin abuela rectifique en público o afronte la correspondiente acción legal en su contra.

Llegados a este punto, vamos a prescindir de la ironía para hacer frente a la afirmación más vil y mezquina de quien perpetró toda esta sarta de mentiras, sandeces, contradicciones y errores de bulto. Se atrevió a decir nuestro erudito sin abuela, procurando adoptar además un tono solemne, que Francisco Franco es una figura “incómoda, porque cuesta decir la verdad: que no representa el heroísmo ni la gloria de la Patria”. Su dicción le traicionaba, hasta la propia palabra Patria le costaba pronunciar, se le atravesaba en el paladar, a pesar de usarla con tan venenosa intención. Le acusaba de provocar una guerra, de regir una paz incivil, de firmar sentencias de muerte.

Pues no, erudito sin abuela, Franco no provocó una guerra. La empezaron a incubar tus amigos golpistas republicanos de 1931; y la provocaron directamente tus conmilitones del PSOE con la revolución de 1934, con el pucherazo electoral del Frente Popular, con el desorden criminal de la primavera de 1936, y con el asesinato, obra intelectual y material de socialistas, de José Calvo Sotelo. Lo que hizo Franco fue sumarse al Alzamiento cuando llegó a la conclusión de que no había ninguna otra solución posible, y ganar la guerra haciendo gala de unas dotes militares extraordinarias en los planos estratégico, táctico y operativo. Franco no rigió una paz incivil; le dio a España el mayor período de seguridad, estabilidad y prosperidad desde los Austrias mayores. Franco no firmó sentencias de muerte; ni una. Lo que sí firmó fueron decenas de miles de indultos y de reducciones de condena. Y de las sentencias de muerte que dictaban los tribunales, en procesos conforme a Derecho, se ejecutaron finalmente una parte relativamente pequeña. Sólo un miserable puede negarse a ver el ejercicio de generosidad y de amplitud de miras que se dio en la España salida de la crudelísima guerra que la arrasó durante tres años. Un ejercicio inspirado por la piedad cristiana y el sentido de propia responsabilidad en el ejercicio del poder de Francisco Franco.

Franco, sí, representó y representa el heroísmo, la grandeza y la gloria de España. Como soldado, como estadista, como cristiano. Lo siento por ti, erudito sin abuela: el miércoles en el Instituto Cervantes sí que hubo algún enano por ahí; un enano no necesariamente de estatura. Y ese enano no era Francisco Franco.


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