Honorio Feito
Por lo que parece, doña Esperanza Aguirre ha probado las agrias mieles de los mortales, al darse a la fuga –según leo en los periódicos- con su vehículo, tras ser interceptada por agentes de Movilidad del Ayuntamiento de Madrid, cuando aparcó ilegalmente en el carril-bus, en la Gran Vía, para bajarse a sacar dinero de un cajero automático. Al ser requerida por los agentes, tras mostrar su permiso de circulación, pero antes de enseñar la documentación de su vehículo, doña Esperanza arrancó el coche y se marchó, desobedeciendo a los agentes de Movilidad, golpeando en la salida la moto de uno de ellos que estaba aparcada cerca de la escena.
Existen, al menos, dos versiones de los hechos. La de la propia señora Aguirre, que acepta que desobedeció la orden del agente que la estaba multando y la de D. Rafael Alarcón, el funcionario que sancionó a la señora Aguirre y que fue el otro protagonista del ¿rifi-rafe?…, víctima ahora de una crisis de ansiedad por el revolú (como dicen los puertorriqueños), que se ha organizado. Y, claro, los medios han aprovechado para desempolvar los archivos y sacar aquellos otros casos de políticos que, en alguna ocasión, se han pasado – utilizando una expresión popular- por el “arco del triunfo”, las órdenes de la policía, de la Guardia Civil o de los agentes de la autoridad, en general, para intentar ocultar sus pecados ciudadanos. Doña Esperanza ha recorrido algunas emisoras de radio tratando de arreglar el desaguisado porque, probablemente también (aquí todo condicionado), ha desobedecido a ese viejo axioma según el cual, cuando metes la pata déjalo estar.
Doña Esperanza Aguirre ha justificado un error, el de detener el vehículo en la Gran Vía para bajarse a sacar dinero de un cajero. Como no la tengo por una ignorante, sabe perfectamente que, cada día, miles de ciudadanos, en Madrid o en cualquier parte, son multados por dejar sus vehículos mal aparcados. Y no pasa nada. El acoso ejercido por los agentes de Movilidad y de la Policía Municipal en Madrid es un auténtico calvario, y de él somos víctimas los ciudadanos, que entendemos que el pago de las multas de tráfico y aparcamiento se ha convertido ya en un impuesto más.
El problema de doña Esperanza, a mi juicio, no es haber dejado su vehículo mal aparcado, porque esos actos son habituales en las ciudades, en las que el automóvil, además de ser una fuente de ingresos para las arcas municipales, parece objeto de repudio por parte de los responsables de la política municipal (paradójicamente, cuando el parque móvil de estos ayuntamientos alcanza niveles de insulto y desprecio a los ciudadanos).
El problema de doña Esperanza es creer que por ser quien es, los agentes mantendrían una actitud más comprensiva. Me preocupa que el agente de Movilidad, D. Rafael Alarcón (de quien dicen los medios que es, además, un excelente karateka), haya caído en una crisis de ansiedad porque podría condicionar el trabajo de sus compañeros, cuando se trate de sancionar conductas poco ciudadanas de los miembros de la “Casta”.