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Hace casi cien años
-G.M.-
El ejército español huye desordenadamente ante el empuje de las harkas rifeñas de Abd el Krim. Las tropas españolas buscan salvarse en Monte Arruit. Allí la esperanza de reorganizarse, allí sencillamente la esperanza. Pero, para ello, tienen que cruzar el cauce árido del río Igan, ambas orillas tomadas por los tiradores del Rif. El general Navarro ordena a Fernando Primo de Rivera que asalte las alturas tomadas por los insurrectos, es decir, que sacrifique el regimiento de Caballería nº 14 de Cazadores de Alcántara para permitir la retirada de un ejército tan derrotado que su jefe, el general Silvestre, se ha suicidado. El teniente coronel Fernando Primo de Rivera acata la orden que transmite a los 691 jinetes de la unidad. El aire abrasa ese 23 de julio de 1921. Primo de Rivera arenga a sus oficiales, palabras breves, claras y cortantes:: “La situación, como pueden ustedes ver, es crítica. Ha llegado el momento de sacrificarse por la patria, cumpliendo la sagrada misión del arma. Que cada cual ocupe su puesto y cumpla con su deber”. Dicho esto, monta su caballo, Vendiamar.
Los jinetes avanzan, desenvainan los sables, galopan y cargan contra el muro de fuego y plomo de los fusiles rifeños. No lo hacen una vez, suficiente para demostrar su valor, lo repiten ocho veces heroicamente, con la palabra España en sus bocas. Sobre sus monturas las tropas del Alcántara cabalgan hacia la muerte y hacia la gloria. Todos los hombres cargan, incluidos los veterinarios y los cornetas de catorce años. Sin excepción. Cuando los caballos caen, los soldados siguen el asalto a pie. Al final, los insurrectos huyen espantados ante aquella determinación de dientes apretados y sables ensangrentados. Vuelven para contarlo 67 hombres, de ellos, cuatro oficiales. Caídos en combate, 624 españoles.