LA COLINA DE LA HAMBURGUESA. Por Adolfo Coloma

Adolfo Coloma

Táctica, estrategia y el estado final deseado.

 

“Ya vivos, ya licenciados

Los que en el Tercio han servido

Tercio son, y por los cuatro costados”

 

Permíteme, avezado lector que te acercas a estas páginas, que te las abra con esta lírica introducción de la mano de un viejo poeta. Y es que uno no puede, ni quiere, despojarse de su piel de soldado por más que se vea ajeno a la actividad del oficio. Ese oficio te acostumbra a ser un observador permanente, acechar cualquier peligro, adelantarte a él, fijarte en los indicios, interpretarlos con acierto; porque a veces te va el pellejo en el lance. Pero si se tratara solo del pellejo propio, como decía el otro “Y si caigo ¿qué es la vida? por perdida ya la di”.  Pero amigo, cuando de lo que se trata no es de tu propia vida sino la de toda una nación, la cosa cambia.

            Asombrado, estupefacto, a veces desorientado ante tanto despropósito con que nos depara día a día el gobierno de la nación (me guste o no, mi gobierno), antes de la crisis sanitaria a la que asistimos pero también dentro de ella, uno se pregunta: ¿fruto de la improvisación, u obedece a un plan premeditado? Tras reflexionar al respecto, llego a la conclusión de que ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario. Es decir, hay de todo. Sin embargo, a poco que uno se esfuerce, encuentra un sutil hilo conductor en todo esto. Por eso no dejo de preguntarme ¿Qué hay al otro lado de la colina? Interpretarlo, comprenderlo exige pasarlo por el tamiz de lo que se ha estudiado y de lo que se ha vivido. De los conocimientos y de la experiencia.

            Porque todo este derroche de energías de la nación, desde  la fraudulenta moción de censura al anterior gobierno urdida por el “doctor cum fraude”, bendecida con las lágrimas de cocodrilo del gran muñidor de toda la trama para llevar el timón “el tiempo imprescindible para la convocatoria de unas nuevas elecciones”, pasando por las extrañas alianzas y concesiones a los separatistas, a los que se han declarado en abierta rebeldía con la nación española, no pueden ser simplemente os esfuerzos para conquistar y mantener la posición, La colina de la Hamburguesa, por más que se parezca cada vez más al tributo que entre todos estamos pagando por mantener en el sillón de la Moncloa a tan poco fiable personaje, a su acólito y a sus nutridos séquitos. No, es demasiado absurdo. Después de todo, la Colina de la Hamburguesa no es más que una cota que confiere un dominio táctico (observación y fuegos dominantes sobre el corto espacio que lo rodea). Tiene que haber más, mucho más. Una estrategia previamente diseñada que persiga a medio y largo plazo lo que los planificadores militares conocen como el estado final, o la solución final deseada: ¿A dónde queremos llegar?  Esta es para mí la clave.

No han sido pocos los indicios que nos han puesto sobre la pista: la manida frase “Cuanto peor, mejor” acuñada por revolucionarios rusos del siglo XIX ha sido instrumento efectivo y efectista de esta política en demanda de los mismos rendimientos que inspiraron a Lenin en su ya lejana pero omnipresente revolución. La mentira como instrumento – “se lo repito una y otra vez: nunca pactaré con Bildu” – la política de la mendacidad y de la ausencia de moral. Donde no hay moral, no puede haber honor. Del – “no es aconsejable el uso de la mascarilla” – Dr. Simón dixit, al – “Es que no había suficientes”- para terminar (por el momento) con ese juego a tres bandas en el que negocia con Ciudadanos la prolongación del estado de alerta, mientras que por la puerta de atrás, negocia con Podemos y Bildu la eliminación (¿integra? ¿parcial? ¿ sus aspectos más lesivos?) de la reforma laboral de 2012, mientras que una parte muy significativa del gobierno permanecía in albis, en sus cuarteles decinvierno.

Tal escabechina no es propia ni siquiera de La Colina de la Hamburguesa en cuya cima se asienta el sillón de La Moncloa. Tiene que haber algo más. Un espurio triunfo como este no puede saciar las ansias del personaje. Se trata apenas de un objetivo táctico, una rodaja más del embutido en esa estrategia del salami: rodaja a rodaja. Insisto, he ahí la clave, en la estrategia.

Los erráticos pasos que da el gobierno están consiguiendo empobrecer si no arruinar a empresarios, autónomos  y a trabajadores por cuenta ajena (que las dos anteriores categorías también trabajan (¡y mucho!), que junto a los funcionarios y profesionales sustentan la clase media española. Se quiera ahora reconocer o no, la consolidación de  esa amplísima clase media en la sociedad española constituye el mayor triunfo social de Franco. Ahora la están hundiendo con tributos y falsas promesas, mientras que se favorece la molicie mediante subsidios de toda clase y se incentiva desde las aulas la cultura del rasero mínimo frente a la del esfuerzo. Y todo por un puñado de votos.  Cuanto peor, mejor. Así se conseguirá desarbolar esa clase media auténtico soporte de nuestra economía y de nuestra sociedad, aborregarla, hacerla depender de la beneficencia gubernamental propiciando el caldo de cultivo que venimos contemplando en Venezuela, país bendecido con grandes recursos pero que tiene a la población sometida y abocada a la supervivencia. A la supervivencia de los que soportan a su gobierno, naturalmente. Auténtico banco de pruebas donde ha tenido la oportunidad de experimentar sus teorías nada menos que el actual vicepresidente del gobierno.

Todo va encajando. El monumental embrollo en el que nos ha metido a todos los españoles nuestro ínclito presidente no es sino un paso más en esa estrategia. Una sociedad empobrecida, que ha perdido la esperanza, no tiene otro camino que la revolución. Pero esa revolución no es preciso hacerla hoy en día a base  de fuego y sangre, como sucedió en la Rusia de 1917 o en la Cuba de 1960. Hoy hay otros instrumentos para “asaltar el cielo con las manos”. Una revolución silenciosa, ya augurada por otros ensayistas bien conocidos. Una revolución que a la postre no persigue otra cosa que un cambio de régimen.  El PSOE lo lleva en su ADN. Podemos, tanto en sus genes como a flor de piel. El “delenda est monarchia” se agita hoy sobre nuestra piel de toro quizás con más vigor que cuando lo pronunció Ortega y Gasset en 1930 ¿A qué si no esos idilios con las fuerzas más nacionalistas y declaradamente independentistas de los llamados territorios históricos?, al tiempo que se asocian con los herederos del más rancio comunismo. Todo ello aderezado con una financiación procedente de “democracias consolidadas” como la Venezuela de Maduro o el Irán de los ayatolás, y la siniestra mano de ese Rotshchild  del siglo XXI, el magnate George Soros. Y la masonería ¡Ah, la masonería! Esa vieja zorra enemiga declarada de la fe católica que profesa la mayoría (¿integra?, ¿parcial? ¿lesiva?) de los españoles. Y no vayan a atribuir a una deformación profesional. Lo que afirmo es consecuencia de las investigaciones que llevé a cabo en 1974, para desarrollar mi tesina de final de curso en la Academia de Infantería: “La Masonería en España”. Si entonces tuve que beber en fuentes muy limitadas ya que estaba proscrita,  su legalización en 1978 no ha hecho sino confirmar mis juveniles conclusiones.

Acabo ya. Confío en que la admonición inicial le hayan ayudado a entender las razones expuestas desde la perspectiva de este viejo soldado que ha servido con lealtad a la Patria, largos años y bajo gobiernos de todo signo político, de izquierdas y de derechas, ninguno no tan nefasto como el que nos ocupa y preocupa en estos difíciles tiempos. Los estadounidenses, conquistaron y mantuvieron La Colina de la Hambueguesa, pero al final, perdieron la guerra. Se tuvieron que ir. No perdamos de vista esa perspectiva estratégica a largo plazo. 


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