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El Sistema no está corrompido; la corrupción es el Sistema. Por eso si se pretende acabar con la corrupción, lo que haces es ir contra el Sistema, y todos los que de la corrupción se benefician forman parte del Sistema, por lo tanto todos irán contra ti enarbolando, eso sí, soflamas democráticas, proclamas constitucionalistas y toda clase de mantras loando la libertad y el parlamentarismo que gozamos. El Sistema que, a hechos consumados por la aritmética parlamentaria, carece de antídotos para blindar a la Nación Española frente a la metástasis separatista, sí posee una formidable inmunología contra todo aquel que denuncia su naturaleza perversa por jugarse a los naipes parlamentarios y en el ábaco de la aritmética del Hemiciclo nada menos que la Unidad de la Patria socapa, por supuesto, de la inapelable legalidad democrática.
En esa timba sórdida del Congreso de los Diputados, cuyo aliento huele a infamia, los zapadores socialcomunistas y separatistas (¡la sacrosanta aritmética parlamentaria!) han eliminado el delito de sedición sustituyéndolo por un pellizco de monja penal, codificado en el desorden público tumultuario, que equipara la sublevación contra la Unidad de España con una bronca futbolística o con una borrachera de macrobotellón que acaba a bofetadas por un quítame allá una chati de más o de menos. Para que los sediciosos no tengan problemas financieros para implementar la logística de su macrobotellón contra España, se degrada hasta la caricatura del Caco Bonifacio el delito de malversación de tal manera que robar el sudor y los impuestos de los españoles a mayor gloria del separatismo y de sus fines, o de los partidos políticos y de sus cajas de caudales, no sea ya un crimen repugnante sino un acto de piratería protegido, otorgado y bendecido por la patente de corso democrática y parlamentaria, que son el bidé y la bayeta que dejan como una patena el botín de los ladrones.
Y para untar de vaselina el trágala se aprueba también una nueva modalidad de elección de la jerarquía del Poder Judicial y de los éforos del Tribunal Constitucional para que los magnos togados tengan claro a quien le deben gratitud y pleitesía, cuando deben callar, cuando han de mirar para otro lado y cómo y contra quien deben desequilibrar, con plumas (de gallina, por supuesto) o con plomo, la balanza del crimen y el castigo.
No es que el Sistema esté corrompido, es que la corrupción es el Sistema. Nietzsche nos enseña que cuando un muro se está cayendo no conviene sostenerlo, hay que empujarlo. ¿Alguien se apunta a empujarlo antes de que, por pura Gravedad, se nos caiga encima y nos sepulte a todos?