Juan Velarde Fuertes
Real Academia de Ciencias Morales y Políticas
Desde el año 1959 al 2011, el Producto Interior Bruto por habitante, en términos reales, se multiplicó por 7’6. Los nacidos entonces, nietos de la población que estaba en los puestos clave de nuestra economía, pasan ahora ligeramente de los 50 años, y se benefician de las medidas de política económica que a partir del Plan de Estabilización se pusieron en marcha. ¿Y los nietos actuales, esto es, los que nacen hacia 2050-2060, los grandes protagonistas de la vida española de entonces, tienen seguro el porvenir? Para eso, las generaciones actuales han de superar nada menos que dieciséis barreras que conviene tener presentes
.La primera es la de la liquidación de la rigidez en el mercado laboral, iniciada en la II República con las disposiciones de Largo Caballero, que fueron completadas y ampliadas en el régimen de Franco sobre todo, por Girón, y que son defendidas, con uñas y dientes, e incluso buscan ampliarlas, por la grandes organizaciones sindicales actuales.
La segunda es la apuesta energética. España tiene un alto grado de intensidad en este sentido – esto es, que usa mucha energía para generar cada unidad de PIB- y ha apostado unas veces -el carbón nacional- y se la hizo víctima en otras -en los choques petrolíferos, o con la liquidación de otra postura nacional relacionada con el llamado “parón nuclear”- de disponer de energía barata. Sin ella es imposible la competitividad de una economía tan abierta como es la española.
La tercera es la crisis crediticia. A partir de la coyuntura bancaria de los 70 y 80, se ofrecieron unas posibilidades a las Cajas de Ahorros que han sido incapaces de conseguir, dada su estructura interna. Sin embargo, llegaron a suponer el 50% de nuestro sistema crediticio. Sin alterar radicalmente esa realidad, es imposible seguir adelante.
La cuarta procede de la ruptura del mercado nacional a causa de la dispar política económica intervencionista en lo económico de cada autonomía. Todos sabemos, sin necesidad de apoyarnos en el artículo de Allyn Young aparecido en “The Economic Journal” en 1927, que esa ruptura de la homogeneidad de la política económica regional crea una caída formidable en la productividad total de los factores productivos.
La quinta amplía esto. El exceso de intervencionismo económico general, como nos prueba la publicación “Doing Business” del Banco Mundial, frena en España la capacidad de crear actividad económica. Nuestro país se encuentra en puestos malos en este sentido.
La sexta afecta a los problemas derivados de la estructura educativa-tecnológica que existe en nuestra patria. Desde las matemáticas al inglés – la actual lengua universal-, desde un sólido fundamento cultural -de historia; de literatura- a otro de física, química, biología, y todo esto con mucho rigor, los defectos que se nos presentan en la economía son formidables. Los informes PISA y las clasificaciones de las universidades evidencian hasta qué punto es preciso alterar la situación, que se acaba traduciendo, por ejemplo, en el déficit del comercio exterior de patentes.
La séptima es la corrupción. Está cayendo el Índice de Percepción de la Corrupción en España y la relación entre alta corrupción y caída del PIB es algo mostrado de manera indudable. Es una alta correlación cargada de causalidad.
La octava se relaciona con la Eurozona. Una seria crisis del euro, y no digamos su desaparición, provocaría tal fuga de capitales con una serie de frenos adicionales, que nos convierte en vigilantes asustados de esa posibilidad.
La novena es el equilibrio presupuestario. Parte notable del parón económico experimentado ahora mismo, al descuidar en este sentido las cifras a partir de 2008, pretendiendo que el déficit resolvería los problemas de la crisis internacional que entonces comenzaba, no ha sido más que contraproducente.
La décima es el mantenimiento de una muy fuerte actividad empresarial. Es imposible desarrollarse de otro modo, y he aquí que, a través de mil mecanismos, se ha pasado a considerar al empresario como una especie de enemigo del pueblo, de liquidador de todo tipo de bienestares. En estos mismos momentos los empresarios españoles, a través de mecanismos de salida al exterior, han logrado con su repercusión en nuestro futuro bienestar que si eliminamos las importaciones de hidrocarburos el saldo de la balanza comercial española se convierta en positivo.
La undécima es el mantenimiento de la paz social. Es imposible que avance la inversión si existen núcleos importantes que alteran la propiedad, y que consideran que la solución de los problemas radica en una vuelta a utopías que ya se ha comprobado que provocan hundimientos sin salida posible. Los enlaces entre tensiones sociales y caídas en PIB son el pan nuestro de cada día.
La duodécima significa volver la vista a Eucken. Ese gran economista de la escuela de Friburgo nos mostró cómo el mercado absolutamente libre es la base de todo posible desarrollo. Pero ¿mercado libre en todas las direcciones? Cinco fronteras existen, y de ellas no se puede prescindir. No puede haber mercado libre que ataque la dignidad de la persona. Un niño no puede ser contratado en una fábrica. También existen “bienes de mérito” que frenan esa omnímoda libertad: carece de sentido, aunque sea altamente rentable, que una fábrica de cemento se sitúe delante de la catedral de León. Otro freno es el agrícola. La rigidez de la demanda de bienes agroalimentarios motiva que una gran cosecha, si hay libertad, provoque un hundimiento de los precios y de las rentas de los campesinos. Eso fue lo que no sabía Marcelino Domingo cuando hundió el mercado triguero español. Por algo existe la Política Agrícola Común (PAC). Tampoco debe haber libertad plena en el mercado del armamento. Y lo estamos viendo, al comprobar el hundimiento de la tesis de Arrow-Debreu, libertad plena en el mercado financiero. Pero en el resto se precisa de absoluta libertad en el mercado, tanto de bienes como de servicios.
La decimotercera se enlaza con lo anterior. Exige la liquidación de todo tipo de confabulaciones gremialistas, corporativistas, se disfracen como se disfracen.
La decimocuarta se relaciona con un hecho afortunado. Por primera vez en nuestra historia económica -léase “El valor geográfico de España: ensayo de ecética”, de Huguet del Villar- nuestro país se ve rodeado por una gran corriente de tráfico; es la que une los ambientes crecientes económicos del Pacífico y el Índico -China en cabeza, con la India- y de la Europa más rica. Pero para aprovecharlo es preciso rehacer todas nuestras infraestructuras. El lema podría ser menos AVEs y más tráfico de carga, y todo ello con enlaces en adecuados puertos y con Europa. Abandonar esa posibilidad que es la que explica, por ejemplo, que Suiza sea opulenta o por qué crece como lo hace ahora mismo Panamá, sería un disparate.
La decimoquinta es la necesidad de acabar situándonos en los lugares en los que se decide buena parte de la política económica mundial. España ha estado a punto -“The Economist” lo daba ya por hecho- de entrar en el G 8. Los disparates de la política económica practicada de 2004 a 2011 lo impidieron. Es necesario estar ahí en esos grandes centros internacionales de decisión, y no abandonar esa posibilidad.
Finalmente, la decimosexta es mantener altos niveles en el mundo de la investigación científica y tecnológica. Por supuesto que se ha progresado mucho, por ejemplo, en medicina, pero es preciso tener en cuenta las advertencias que una y otra vez nos envía Cotec.
Evidentemente, una crisis en Europa nos afecta, y no digamos cuando esta existe en el mundo. Pero si sabemos reaccionar ante los dieciséis retos mencionados, ¡qué maravillas podemos dejar a nuestros nietos!
Fuente: Diario ABC, 31 de agosto de 2012