LA EXHUMACIÓN POLITICA DE FRANCO (II Parte) Por Jaime Alonso

Consumada la felonía a la historia, la vileza con un héroe muerto, la inquina con el mejor estadista que tuvo España desde los Reyes Católicos, la legalización de una profanación física y sacra, y el consentimiento tácito de quienes le debemos todo, pues él y su generación no sólo murió para salvarnos del comunismo, sino que combatió, en la paz, para alejarnos definitivamente de la pobreza, la incultura, la división social y la corrupción política. Por ello, los acontecimientos del 24 de octubre de 2019, pasarán a los anales de la peor historia de España como el día en que un “gobierno en funciones”, “profanó, valiéndose de unos jueces prevaricadores, la tumba de un héroe, un sabio, un santo y un estadista, sin que ninguna institución moviera un dedo para denunciarlo o impedirlo”. Sostengo que tal proceder colectivo incidirá sobre la conciencia del pueblo, cayendo en el abismo o hacia una reacción salvadora. El 10 de noviembre se producirá el primer acto.

La exhumación política de Franco comienza cuando la clase dirigente de los reconvertidos antifranquistas y los franquistas de conveniencia, todos ellos enormemente beneficiados por su régimen, deciden estigmatizar a Franco como medio servir de cipayos a los intereses de las potencias de nuestro entorno, frustradas por las victorias de Franco en la paz, sorteando todas las dificultades y la carencia de ayudas externas después de la guerra, hasta situarnos en la 8ª potencia industrial del mundo. Destruir a Franco en su triple dimensión: política, social e institucional, resultaba imprescindible para devolvernos al mismo régimen que él pueblo español había expulsado por su incompetencia y criminalidad, bajo su caudillaje.

La demolición tuvo piqueteros a izquierda y derecha. Comenzó con Adolfo Suárez y todavía no ha terminado. No podemos decir otra cosa que la izquierda cumplía con un designio que le beneficiaba y suponía su hegemonía cultural e ideológica en la lucha política. Por el contrario, la derecha “edipica”, lleva más de cuarenta años derrotada por incomparecencia, no obstante haber disfrutado de tres mayorías absolutas y 16 años de gobierno. También diremos que no acabará hasta el día en que consigan la ilegalización de nuestra Fundación, equiparándonos con el régimen nazi o similares, destruyan la nación en su unidad y la Monarquía, convirtiendo a la derecha en mera comparsa de su festín iconoclasta. Así hasta que el poder se convierta en mera bufonada de una democracia degenerada, donde la detentación del poder sea un mero ejercicio arbitrario y continuado de su plutocracia endogámica.

No obstante, lo cual, sostengo que el ineludible combate a librar, aunque desigual, terminará inclinándose a nuestro favor, no sólo porque defendemos la verdad histórica frente a la grosera manipulación, sino también porque defendemos la libertad de opinión, reunión, manifestación, enseñanza y catedra, presupuesto ineludible de cualquier estado de derecho que se precie de democrático. En la medida que no puede haber leyes de la historia, sí hay reglas escritas y consuetudinarias del tipo “la historia no sirve para nada; pero el que no sabe historia, no sabe nada”, o “la historia es muy lenta”, y muy pocas cosas de verdadera importancia suceden, y esas cosas se suceden con extremada lentitud, sin percibirse aparentemente, hasta que un número importante de ciudadanos (dirigentes) deciden de manera consciente hacerlas suyas. Para ello se necesita conocer en serio la marcha de la historia, para intervenir en su curso lento, con alguna garantía de acierto. Y esto es precisamente lo que no ha sabido ver la derecha, desde la transición hasta ahora, con respecto al adoctrinamiento histórico que se viene produciendo desde 1982 para vaciar de contenido y pervertir el orden histórico que inició Franco y prosiguió con la transición hasta ahora, en que se consuma la traición a todo el orden establecido y al estado de derecho, con la profanación de una Basílica Pontificia y el cadáver de su ilustre morador, nada menos que Francisco Franco Bahamonde.

¿Porqué el empeño de la izquierda en legislar contra la historia y juzgar la historia, como si se tratara de una realidad vivida, y no virtual?, se preguntarán muchos incautos de la derecha sociológica. Sencilla respuesta, porque saben que el dominio del relato de nuestro pasado, condiciona nuestro presente y determina el futuro. De ahí la importancia de que el relato sea veraz, objetivable y nada memorialista. Que cada cual extraiga sus propias conclusiones sobre unos mismos hechos, diría un riguroso historiador. Pero no, se trata de imponer un determinado y político relato del pasado y, al no ser posible hacerlo culturalmente, imponerlo mediante ley, prohibiendo otro relato distinto y ni tan siquiera permitiendo la exposición, lectura, publicación y debate de la realidad histórica de referencia. Tal totalitario proceder se viene ensayando en España desde 2007, sin que la derecha se perciba de la dimensión del combate ideológico, político, social y de derechos fundamentales que tales normas implican.

Que la sublevación del General Franco, el más prestigioso militar del momento, estuvo justificada, sólo mediante ley puede no imponerse; pues el peligro de disolución de nuestra nación, el desprecio a la ley, a la vida y a la propiedad de la II Republica fue absoluta; resultando imprescindible devolver a los ciudadanos unas estructuras básicas de convivencia. La educación de los “herederos de la victoria” consistió en la reconciliación, el perdón y el olvido, y también en la renuncia a nuestra verdad histórica, para no enfrentarla a los derrotados y no mantener la división permanente en la sociedad, lastrando así el futuro en paz, libertad y progreso como legado de Franco, cuyo deseo quedó reflejado en su Testamento. La historia de buenos y malos que el cainismo infantiloide de Zapatero iniciara en 2007 y el malvado e irresponsable Sánchez llevara a sus últimos estados; además de letal para la convivencia, pervertidora de la verdad objetivable e imposible de sostener en una democracia plural; significa la voladura del actual sistema constitucional, con la jefatura del Estado a la cabeza. Nada que no hayamos visto en otros procesos similares de revolución, más o menos pacifica, en el siglo XX europeo y en algunas dictaduras hispanas, auspiciadas por los mismos agoreros de la libertad que pretenden ilegalizarnos. 

La rebelión no debe demorarse ante el avance totalitario de los émulos del frente popular. De la España que Franco dejó, han de partir quienes pretendan regenerar la vida política, económica e institucional, y no de ninguna anterior. Acomodarnos a quienes están incapacitados para aceptar el principio de la realidad, motivados por un profundo resentimiento histórico y un infantilismo suicida, nos puede conducir al abismo nuevamente. La aguda crisis sistémica, en que nos han sumergido, es multisecular: de identidad, cultural, política, económica y social. Y de ella no se sale sin una profunda catarsis colectiva, donde se restablezca el orden natural, el estado de derecho, la convivencia pacífica, la justicia y la libertad; de manera urgente y sin templanzas, pues es mucho el daño que se ha hecho a este pueblo y a la integridad de la Nación. La figura histórica de Francisco Franco, contextualizada adecuadamente, consecuencia de los tres factores de vocación, circunstancia y azar que señalara Ortega, es irrepetible y se engrandece a medida que transcurre el tiempo y vemos la deriva de sus sucesores. Por ello resulta imprescindible un mínimo análisis de lo que fue la política, la cultura y la sociedad en la España de Franco, es decir, la de nuestros padres y abuelos; también la nuestra, como herederos de aquel régimen tan injustamente vilipendiado, más por interesado desconocimiento y probado resentimiento que por el riguroso análisis.

Resumir en unas paginas la densidad y complejidad de lo que fue el régimen de Franco (1939-1975), resulta imposible, pero, al menos, señalaré los rasgos esenciales de esa configuración primigenia que permanecieron inalterables bajo su mandato y que forman parte del entramado socio-cultural y político y que pretende volar Pedro Sánchez y el PSOE, como en el pasado más trágico.

Cronológicamente el llamado franquismo vino a coincidir con la llamada modernidad y sus crisis: crisis del estatismo y del individualismo; crisis de una conciencia individual autónoma, sin referentes; crisis de un progreso que fuera ajeno al compromiso humano; crisis del humanismo cristiano; crisis del positivismo radical y crisis de la propia cultura nihilista del bienestar.

Los dos ejes que vertebraron la actividad política de Franco fueron: consolidar lo conseguido con la guerra civil, con respecto al decadente pasado de los siglos XIX y parte del XX; y asegurar la transmisión de lo logrado a las generaciones venideras como garantía de estabilidad, progreso y paz. Por ello se alejó de la vieja partitocracia que tanto daño había ocasionado a España, y creó un régimen social y de derecho, basado en la democracia participativa del organicismo krausista.

Los postulados básicos, de lo que Enrique de Aguinaga llama “era de Franco” o sea, el “mandato comisorio” aceptado por Franco y refrendado por los españoles, con su victoria, carisma y buen hacer como gobernante; consistió en un largo período de “transición de la Republica a la Monarquía” que duró toda la vida del creador, debido a la identificación del pueblo con su mandato, a la profunda herida abierta por la guerra civil y a la necesidad de transformar el país en todos los ordenes, cultural, social, económico y hasta moral.

El primer postulado fue la unidad de la Nación; unidad que se hizo presente en cuatro ámbitos: unidad religiosa (estado confesional); unidad política, negando la existencia política a los partidos y sindicatos que habían partido, escindido y arruinado al pueblo y la unidad patria en el reciente pasado; unidad social, legitimando a la representación orgánica y a los sindicatos verticales, se configuró como asunto de Estado al acudir en ayuda de los más necesitados, en elevar el nivel de renta de los españoles hasta equipararse a los europeos y en distribuir la riqueza, creando una clase media, como nunca antes se había conocido en España; unidad territorial, con fundamento en los Reyes Católicos iniciadores del estado único y fuerte, empresa que terminaron sus sucesores y cuya amenaza, en los siglos XIX y parte del XX, con la política republicana de tolerar o “sobrellevar”, según palabras de Ortega, había que restablecer, siguiendo la tradición de Menéndez Pelayo, Menéndez Pidal, Sánchez Albornoz o el mismo Américo Castro.

El segundo postulado fue la reinstauración del catolicismo en España. Se convalidó, al menos hasta el Vaticano II, la coincidencia de fines entre los eclesiásticos y los gobernantes. Franco por convicción y por política, y los eclesiásticos por conveniencia y gratitud, la voluntad común se prolongó hasta los últimos años de su mandato.

El tercer postulado que venía a coincidir con el anhelo de la sociedad y la voluntad de los gobernantes era el de una autoridad firme, jerarquizada y meritoria, que poco tuvo que ver, excepto en la parafernalia externa, con los movimientos alemán e italiano precursores de su tiempo. Francisco Franco, imagen y artífice de la victoria; símbolo y mito de su generación, mantenido hasta su fallecimiento; encontró con su pragmatismo revolucionario existencial, profundas convicciones personales, fina inteligencia, anhelo de justicia social y deseos de no volver a las causas que desembocaron en la guerra civil, el mayor respaldo que se recuerde hacia un gobernante en España. Toda su vida fue un ejemplo de cumplimiento de su mandato, responsable y sacrificado en conseguir el bien común, cimentado en la garantía de un estado fuerte, meritocratico y justo.

El cuarto postulado consiste en la configuración del hombre como eje del sistema. No era el partido, ni la nación, donde radicaba la soberanía nacional, sino en el ser humano individual, sujeto de derechos y obligaciones, capaz de desarrollar sus capacidades, el eje del sistema. Tal novedad con respecto a los movimientos coetáneos de Rusia, Alemania, Italia o Inglaterra, hacen singular y genuino al régimen de Franco y merecen el respeto del resto de los mandatarios. Ello obligaba a crear una institución permanente que afirmara tales principios y un sistema político que garantizara su transmisión, más allá del mandato personal de Franco, en beneficio de la nación y pueblo. Y dado que la Monarquía de Alfonso XIII se había suicidado en 1931, no había otra posibilidad, sin repetir errores, que devolver a la Monarquía, que durante siglos había formado parte de la concepción del Estado, los atributos de tradicional, católica, social y representativa, legitimada en la rebelión victoriosa del pueblo en armas, contra la revolución comunista. Se hizo preciso ir a la instauración de la Monarquía de un Estado nuevo.

La política de Franco se orientó siempre al servicio de los intereses nacionales de la España tradicional (unitaria, católica y monárquica), con la colaboración de los equipos de los que logró disponer en cada momento, bien porque él los organizara, bien porque se le ofrecieran y le parecieran fiables. Las dificultades que tuvo que sortear Franco derivadas del modo – Monarquía – para asegurar el futuro del Estado, vinieron de los políticos e intelectuales de su entorno, todos franquistas y, en mayor o menor medida, monárquicos. No de los liberales contemporáneos como Pérez de Ayala u Ortega, quienes sostenían que la cosa publica era una cuestión seria y, en consecuencia, asunto de minorías cualificadas, no para dejar en manos de la masa. Tampoco los comunistas y demás exiliados republicanos tuvieron ningún protagonismo, más allá de las algaradas callejeras, y su infiltración en los movimientos religiosos y sindicales. Los socialistas de vacaciones y viviendo de la renta del Vita, en el exterior, y del desarrollo industrial y funcionariado, en el interior.

Toda esa configuración de un Estado, una Nación y un pueblo, mantenido desde hace 80 años, reforma política, transición y Constitución del 78 incluido, hasta nuestros días, es lo que se dispone la dinamitar Pedro Sánchez con la profanación de la tumba de Francisco Franco y la Ley de Memoria Histórica, actual o modificada. Nos encontramos con algo asimilable al final de la Restauración Canovista. Quizá fue algo más que una respuesta ingeniosa cuando Franco dijo “…no habría tenido inconveniente en gobernar con la Constitución de 1876”. Quizá no fueran tan dispares personalidades como las de Francisco Franco, Ángel Herrera Oria, José Ortega y Gasset o Pedro Laín Entralgo. En la “revolución desde arriba”, coincidieron muchos intelectuales de aquella época y terminaran coincidiendo hoy. Lastima que, por abajo, sigan primando, en el socialismo español, los nada ejemplares Largo Caballero, Indalecio Prieto, Negrín trufados en patética reencarnación por José Luis Rodríguez Zapatero o Pedro Sánchez. No hemos aprendido nada de la historia y seguimos creyendo que está el futuro en el pasado escrito.


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