Pío Moa
Es incuestionable que los judíos tienen una gran deuda de gratitud con Franco, y muchos han expresado su reconocimiento, aunque otros muchos no. En diciembre de 1944 el Congreso Nacional judío acordó agradecer al gobierno español sus gestiones. Madrid aceptó la propuesta de ocuparse no solo de los sefarditas, sino también de los askenazíes , si bien los alemanes solo concedían a España autoridad sobre los sefarditas, y con restricciones.
Surgían otros problemas, explícitos en la protesta de Lequerica a las peticiones del Consejo Judío: “Desde hace tres años España viene accediendo reiteradamente y con la mejor voluntad a cuantas peticiones presentan las comunidades judías (…) habiendo dado ello lugar a enérgicas intervenciones no solo en Berlín, sino en Bucarest, Sofía Atenas, Budapest, etc., con desgaste evidente de nuestras representaciones diplomáticas(…) Gracias a esas gestiones numerosos israelíes de Francia han podido pasar nuestra frontera (…) Otros se han visto eficazmente protegidos (…) en Francia, Holanda y otros países, y gran número de sefarditas han visto mejorar considerablemente el trato que sufrían en los campos de concentración y aun han podido salir de estos (…) Pero siendo esta la situación, no puede menos de causar profundo sentimiento al gobierno español el advertir que por empresas periodísticas, de radio o de difusión de noticias controladas por elementos israelitas, especialmente en Estados Unidos, se hacen intensas y reiteradas campañas calumniosas contra España”. (Según lo he citado en Años de hierro).
Como la calumnia es la gran industria del antifranquismo, algunos afirman que si Franco hizo algo por los judíos fue en 1944, cuando ya se percibía claramente la derrota alemana y los Aliados presionaban severamente a su régimen para que los ayudase. Es otra descarada falsedad, pues desde la misma ocupación alemana de Francia en 1940, comenzaron a afluir a la frontera española sefarditas y no sefarditas, a menudo indocumentados, y siempre fueron admitidos. En cambio en Suiza, y creo que también en Suecia, bastantes judíos que escapaban del nazismo fueron devueltos a sus perseguidores. Por lo demás, como también he recordado en Los mitos del franquismo y en la entrada anterior de este blog citando a Ariel Sharon en su visita a Auschwitz, la preocupación de los Aliados por la persecución judía fue ciertamente escasa. El que fue jefe de gobierno israelí, Menajem Beguin, en su libro La Rebelión, afirma: No puede decirse que los forjadores de la política británica en Oriente Medio no quisieran salvar a los judíos. Sería más correcto decir que ansiaban que los judíos no se salvasen. Escribí estas duras palabras fundándome en el estudio y en el análisis de los hechos. En los años cuarenta y cincuenta carecíamos de documentos para probar nuestra grave acusación. Sin embargo llegó el día en que la verdad, la verdad más horrible, fue confirmada con ayuda de documentos históricos”. Y cita casos como los 40.000 judíos húngaros cuyo transporte a Turquía por la Cruz Roja, de paso para Israel, frustró el gobierno inglés, como también frustró la aplicación de fondos, desde Suiza, para salvar a judíos franceses y rumanos, por la dificultad de colocar a un número considerable de judíos, si fueran rescatados. Es sabido asimismo que Eichmann, encargado del transporte de judíos a los campos de concentración, ofreció entregar a los Aliados nada menos que un millón de judíos, que cruzarían a través de España, a cambio de 10.000 camiones. La oferta fue rechazada, lo que, bien mirado, no deja de ser una conducta criminal.
A la vista de estas y otras actitudes por el estilo, cabe plantearse el inmenso valor del salvamento de decenas de miles de judíos, de manera directa o indirecta, al permitirles el paso por los Pirineos y el embarque para Usa. Sin recordar cosas como estas no se valorará adecuadamente lo que supuso la política española de entonces, por parte de un gobierno que realmente no debía nada a los judíos, que en su mayoría se le mostraban y siguieron mostrando hostiles. Los motivos fueron exclusivamente humanitarios, lo mismo que la acogida de cierto número de nazis al terminar la guerra, o la cooperación con el Mosad para evacuar a decenas de miles de judíos de Marruecos.
No puede decirse que la gratitud oficial de Israel fuera muy grande. Por el contrario, colaboró durante años con el criminal (y por fortuna fallido) aislamiento internacional que pretendía crear hambruna masiva en España. Por otra parte, la diplomacia española cultivó especialmente, y con éxito, a los países árabes e hispanoamericanos para romper aquel aislamiento.
La política de Franco, dentro de unas líneas generales bien claras de defender los intereses españoles, fue siempre muy realista y flexible. Se menciona a menudo su tesis de la “conspiración judeomasónica” contra España y la Iglesia, pero, creyera más o menos en ella y le atribuyera mayor o menor influencia en la política internacional, no dejó de ayudar a los judíos perseguidos ni de mantener relaciones que terminaron siendo bastante fructíferas con Usa, pese al carácter masónico que algunos achacaban a sus gobiernos. Los acuerdos con Usa no impidieron mantener una línea de independencia de España, bien clara en su actitud hacia Cuba, y no por simpatía a Castro, a pesar del embargo useño; o su negativa a participar en la guerra de Vietnam y su aviso al presidente useño Johnson de que perderían aquella contienda. O el cierre de la verja de Gibraltar después de derrotar diplomáticamente a Inglaterra en la ONU.
Una de las cosas que podemos aprender del franquismo es, aparte de su flexibilidad y realismo, su carácter patriótico, hoy día ausente en los cuatro partidos, que compiten por liquidar la soberanía de España. Porque sin un patriotismo básico, los partidos se convierten en elementos de disgregación y hasta de guerra civil. Esto lo saben muy bien los useños y los ingleses, pero aquí no se acaba de entender. Porque, entre otras cosas, no se ha entendido tampoco la democracia.