La lucha por la verdad histórica hoy

Pío Moa

Presente y Pasado

La
transcendencia histórica de Zapatero es máxima. Lo que ha significado
es, ni más ni menos que la inversión completa de la transición. Recordemos que
esta se hizo desde el franquismo, de la ley a la ley, con reconocimiento
implícito de la legitimidad franquista, y que la hicieron los franquistas.
Y con un rey designado por Franco: un hecho realmente insólito en
el siglo XX, que una monarquía derrocada volviera a establecerse. Recordemos
que contra esa salida se articularon todas las fuerzas de la oposición en torno
a un programa de ruptura, cuya sustancia consistía en declarar ilegítimo el
franquismo para enlazar, implícita o explícitamente, con el Frente Popular
derrotado en la guerra civil. Recordemos, cómo la opción rupturista
fue completamente rechazada por votación popular en el referéndum de diciembre
de 1976, lo que obligó a los rupturistas a calmarse y adaptarse, aguardando
tiempos mejores “Paciencia”, como resumió Pujol. Recordemos, en
fin, cómo el mensaje popular fue progresivamente desvirtuado y abandonado
por las propias fuerzas salidas del franquismo, lo que llevó a cometer graves
errores, manifiestos en una Constitución bastante defectuosa.

Observemos
con perspectiva histórica lo que suponía la ruptura y por qué no triunfó
entonces. El Frente Popular, en el que los rupturistas pretendían fundar la
legitimidad democrática, había sido una alianza de totalitarios marxistas y
stalinistas, de separatistas, anarquistas y golpistas de izquierda
tipo Azaña. Aquella alianza había salido de unas elecciones fraudulentas, y a
continuación había destruido la legalidad republicana, ya de por sí bastante
caótica. Con lo cual abocó a la guerra civil, porque la ley está precisamente
para que los diversos y opuestos intereses presentes en toda sociedad no
degeneren en lucha abierta. En su vesania, los componentes del Frente Popular
llegaron a matarse abundantemente entre ellos al mismo tiempo que
combatían y llevaban las de perder contra los nacionales. Bien mirados los
hechos, ¿cómo nadie en su sano juicio podía basar una democracia en aquella
experiencia? Pues así lo pretendían los rupturistas. Y lo pretendían en gran
parte por pura ignorancia de la historia, una ignorancia que se podía convertir
fácilmente en tergiversación sistemática, debido a que el franquismo nunca
elaboró un discurso claro, más allá de algunas ideas correctas pero simples,
poco elaboradas y a veces muy toscas, que han facilitado mil equívocos.
De ahí que el rupturismo, fracasado en 1976, se haya impuesto en los medios
intelectuales y progresivamente en los políticos y periodísticos.

Ha
sido necesaria una trabajosa reelaboración de la historia desde los hermanos
Salas Larrazábal y Ricardo de la Cierva o Martínez Bande, entre otros,
centrados en la guerra civil sobre todo; en cuanto al franquismo posterior y su
dimensión histórica, los estudios han sido en general muy flojos y en su gran
mayoría contrarios; y sin embargo era necesario clarificar el asunto incluso
más que la guerra civil. Por mi parte he contribuido con dos libros recientes:
“Los mitos del franquismo” y “La guerra civil y los problemas de la
democracia en España” Y de modo más indirecto, con Europa, una
introducción a su historia. Y también contribuyo con el programa Una hora
con la historia y con breves comentarios en mi blog y en algunos órganos
de radio y televisión por desgracia menos escuchados o vistos de lo que
deberían.

No
hay que decir que esta reelaboración ha chocado con una oposición feroz por
parte de numerosos historiadores, periodistas y políticos, que han procurado
silenciarlas. El problema es que esos historiadores y demás son los que, por
decirlo vulgarmente “cortan el bacalao”, es decir, disponen de una fuerte
hegemonía en la universidad, los medios y la política en general. Y se explica
porque durante decenios sus versiones no han encontrado apenas oposición, pues
quienes realmente trajeron la democracia, franquistas o ex franquistas,
prefirieron olvidar el asunto y dejar vía libre a las versiones rupturistas.
Por eso muchos de estos rupturistas llegaron a creerse sus propias versiones, a
pesar de que al más elemental análisis crítico las ponía muy en duda; y los ex
franquistas terminaron aceptándolas. El franquismo quedaba como el gran mal,
asimilable incluso al nazismo, y el antifranquismo como el gran bien,
asimilable a la democracia. Una distorsión tan grotesca ilustra mucho
sobre el clima creado en España en la política y sus grandes peligros.

Pero
esas versiones distorsionadas, una vez asentadas, han fundamentado tantas
carreras académicas, periodísticas o políticas, han generado tantos intereses
prácticos, que reconocer su falsedad habría requerido un grado de honradez casi
sobrehumano. Por lo que la reacción más esperable era la que ha sido: aferrarse
a ellas con uñas y dientes y tratar de impedir por todos los medios la
circulación de versiones contrarias, con insultos, silenciamientos,
acusaciones de fascismo, de neofranquismo y similares, métodos típicamente
totalitarios. Otro calificativo, el de “revisionismo”, es particularmente
revelador: la revisión es una exigencia absoluta del método científico, y de lo
que se trata es de que las distorsiones oficializadas se conviertan en dogmas y
nadie ose revisarlas, son pena de exclusión y, en lo posible, muerte civil. Y
la aportación de Zapatero ha sido instalar oficialmente, por fin, el
rupturismo; y lo ha hecho, como no podía ser menos entre admiradores de
los vencidos de la guerra, mediante una ley totalitaria, contraria al estado de
derecho, amenazante para la libertad intelectual y exaltadora de los chekistas
y terroristas fusilados después de juicio y convertidos por esta gente en
víctimas del franquismo o del fascismo,

Muchos
dicen que no debemos preocuparnos porque de todas formas la verdad terminará
imponiéndose. Esto es un optimismo vacuo y muy poco inteligente, porque las
falsedades pueden durar larguísimo tiempo, y hacer entre tanto un daño enorme.
Y las falsedades de que hablamos vienen durando ya varias décadas y no
tienen traza de disminuir, y su daño está bien a la vista. ¿Por qué se
mantienen a pesar de todo? En medida muy importante por la falta de
espíritu y de compromiso por parte de quienes deberían contribuir al esfuerzo
contra ellas, que generalmente permanecen como meros espectadores. Esta
tendencia tan extendida ya la señalaba el filósofo Julián Marías, muy
preocupado por las dañinas derivas que él percibía con claridad: “la gente se pregunta qué va a pasar, en
lugar de qué puede hacer
”. Y la verdad es que todo el mundo puede
hacer algo, incluso con poco esfuerzo, como no hace falta insistir en ello.
Este programa de “Una hora con la historia” no está concebido como un mero
ejercicio de ilustración, sino también y ante todo como un ariete contra la
fortaleza de los dogmáticos que odian las revisiones documentadas y razonadas.
Una vez más convocamos a nuestros oyentes para esta tarea común, divulgando el
programa y contribuyendo económicamente a él.

En
1997, con gobierno del PP y bastante antes de la infame ley de memoria
histórica, escribía Julián Marías el artículo “¿Por qué mienten?”: “En personas y grupos ha adquirido la mentira
un carácter que se podría llamar “profesional”. La historia es objeto
preferente de esa operación, lo que (…) encierra quizá los peligros más graves
que nos amenazan. Todo lo que se haga para establecer –o restablecer—la verdad
histórica me parece tan precioso como necesario. Pero, aunque existen, se
cuentan con los dedos los que se entregan a fondo a esa urgente tarea
”.


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