La mentira histórica

 
La Verdad Ofende
 
 
 
 
   “Puedes ignorar la realidad, pero no puedes ignorar las consecuencias de ignorar la realidad”, decía Ayn Rand. Alisa Zinóvievna Rosenbaum es una reconocida filósofa y escritora estadounidense de origen judío ruso que vivió en persona la revolución bolchevique de 1917, de la que logró escapar en 1925. Una consecuencia que se desprende de la verdad de su conocido aserto es que el socialismo soviético colapsó porque nunca permitió que los precios contaran la verdad económica, demoliendo así toda la teoría económica de Marx y el sistema marxista leninista que surgió de él. 
 
   La socialdemocracia, económicamente, no es muy diferente. En esencia, este sistema político que hoy domina la endeudada Europa destina dineros privados extraídos con impuestos (te los imponen) a subvencionar supuestas “causas sociales”, como si la sociedad no fuese capaz de resolverlas por sí misma. No se discute la viabilidad económica o la necesidad de dichas causas, ni si nuestros dineros se gestionan bien o se distraen en corrupciones. Pero lo más grave quizás es que sí entran en competencia con una sociedad de emprendedores, léase, empresarios, esos ciudadanos como usted y como yo, que trabajan y tienen iniciativas de negocio, abocados al fracaso por estas industrias subvencionadas, dejando de producir impuestos (que alimentan el Estado), no creando empleos (más parados a subvencionar), arruinando así la iniciativa privada de la que nace toda prosperidad.  
 
   Los ejemplos de esta fracasada realidad no llenarán mi artículo. Además de Cuba o la tragedia que padece Venezuela, cualquiera puede abrir un libro, leer, y ver qué fue ese muro contra la libertad que el comunismo construyó en Europa para impedir que sus ciudadanos escapasen al próspero Occidente capitalista. Aquel telón de acero se cimentó en sangre de “la gente” y mentiras históricas de dictaduras que se titulaban obscenamente “democráticas”, un engaño semántico e histórico que hoy se perpetúa. 
 
   “Hay palabras que tienen una carga valorativa positiva y otra negativa. La palabra democracia mola, por lo tanto, hay que disputársela al enemigo. La palabra dictadura no mola, aunque sea dictadura del proletariado. No mola, no hay manera de vender eso. Aunque podamos teorizar que la dictadura del proletariado es la máxima expresión de la democracia. La palabra que hay que disputar es democracia“. Pablo Iglesias explica la farsa de la democracia marxista-leninista, ideología que estructura y proclama la banda terrorista ETA como suya. Es la perversión del lenguaje que España vivió en los años treinta del pasado siglo, donde milicianos como el abuelo de Iglesias llamaban “justicia proletaria” a asesinar a indefensas monjas y curas o a “pasear” a Joaquín Dorado y Rodríguez de Campomanes, Marqués de San Fernando, crímenes por los que tras la guerra fue condenado a muerte (luego perdonado). 
 
   Los herederos de quienes entonces vendían “su democracia”, ejerciendo la violencia y el golpismo hasta decir basta, hoy pretenden vendernos la patraña insostenible de que eran demócratas. Hubo nada menos que cinco golpes de estado de izquierdas antes de que los militares se alzaran, hartos, tras el asesinato del líder de la oposición Calvo Sotelo. La  buscada revolución socialista (guerra civil), que les diese el poder, tras la limpieza social de burgueses e iglesia, no pudo ser finalmente, y aquel proceso que se dio e inició, se detuvo. 
 
   Quienes falsean nuestro vergonzoso pasado han travestido de necesaria y justa para con los caídos en aquel terrible conflicto civil una maniquea ley de manifiesto revanchismo político. Se santifican personajes de asesino pasado como Ibárruri, Carrillo, Prieto o Caballero, cuyos nombres decoran colegios, calles, teatros, universidades y fundaciones, pagadas con dinero público. Son personajes que de haber ganado aquel conflicto civil jamás nos habrían llevado a la democracia. Frente a ello, se arrancan las placas de calles, hospitales o pantanos de beneficiosas obras civiles, un disparate histórico que confío no les lleve a derribar los pantanos, los hospitales y toda la obra social y civil que Franco construyó. Un próspero legado de libertad que el premio nobel Solzhenitsyn reconoció asombrado en su visita a España en 1976, en una España unida y reconstruida poblada por prósperas clases medias trabajadoras, en amplia libertad de prensa y movimientos, instituciones sanas sin corrupción. Los datos están publicados. 
 
   La “ley de mentira histórica” falsea hechos históricos cuya realidad ineludible es necesaria saber. Por el contrario, nuestra torticera realidad hoy permite que la mentira marxista se imponga ante el silencio de muchos y la rendición del PP, sustituyendo hasta la verdad etarra, cuyos reconocidos “hombre de paz” ya conferencian en Estrasburgo. Es una burlesca gangrena donde los totalitarios marxistas que buscaron y encontraron su anhelada guerra civil sonríen ante los herederos de quienes detuvieron aquel crimen. La mentira histórica, como bien nos cuenta Ayn Rand, llevará sin remedio a los españoles de hoy hacia un destino tan incierto como trágico, haciendo buena aquella inapelable frase de Cicerón: 
 
   “Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”.
 
 
 
 

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