La naturaleza del escándalo, por Jaime Alonso

Jaime Alonso

 

¿Cómo es posible vivir en una sociedad donde la mentira y la impostura adquiere carta de naturaleza judicial, trasladando la evidencia de que el poder político dicta lo que le conviene al poder judicial, administrador independiente, por delegación de nuestra soberanía y como garantía de igualdad ante la Ley? Y, sobre todo, ¿durante cuanto tiempo?, hasta que la descomposición obligue al pueblo a tomar conciencia de la necesidad de cambio para sobrevivir como nación, con la estructura de un estado social y de derecho. La quiebra de la imprescindible ejemplaridad y confianza, puede certificar la defunción del estado de derecho y de la democracia. La democracia no es un estado de opinión, ni siquiera un sistema que te permite votar cada cuatro años, aquí cada año, debería ser un régimen de real igualdad de oportunidades, garantista con los cumplidores de sus obligaciones, respetuoso con la libertad y auspiciador del bien común y los intereses generales. Duro resulta constatar que se ha convertido en lo contrario. Con la legitimada, que no legal, profanación de la tumba de Francisco Franco, por el T.S. habrá que convenir con San Agustín en La ciudad de Dios (libro IV, cap. 4) que toma de Cicerón: “Si se suprime la justicia, ¿qué son los reinos sino colosales bandas de ladrones? Y ¿qué son las bandas de ladrones sino reinos diminutos?”.

 

Una civilización se fundamenta y así resulta desde sus orígenes, por su respeto a los muertos, convirtiéndose en uno de los valores más elevados de la civilización occidental, solo interrumpido en España por la barbarie de los antecesores y referentes de Pedro Sánchez en el período comprendido entre 1936/39. Y una nación se evalúa, reconoce y admira por su historia y el respeto de sus gobernantes y ciudadanos con ella. La historia como enseñanza, afirmación y cultura es esencial para reconocernos como pueblo. De ahí la importancia del relato y de la veracidad del mismo. Ortega sostenía que “El hombre actual es el resultado de los anteriores y de sus ideas, no podemos decir que el mundo progresará hacia mejor, sólo podemos afirmar basándonos en la razón histórica cuando es o haya sido superado. Por eso la infantil argumentación para tan ingente felonía resulta revelador de una personalidad esquizoide y de una ignorancia supina. Decir en Naciones Unidas que: “España no había formado parte de los países creadores de la ONU por ser una dictadura”, tuvo de remover de su trono en el infierno al propio José Stalin, uno de sus fundadores. Mantener en Teruel que la exhumación/profanación de la tumba de Franco “es un triunfo de la democracia”, denota el poco respeto que tienes por la democracia y por los antecesores en tu cargo que no se inventaron “el interés general, necesidad o urgencia” en semejante tropelía. Lo realmente cierto es que la democracia sólo triunfará el día que te desaloje de la Moncloa, que también construyó Franco como residencia de signatarios extranjeros de visita a España.

 

Lo realmente grave de semejante patología obsesiva contra Franco y la historia, es que desnudas a todas las instituciones existentes en España, dejando al descubierto sus contradicciones, ausencias, indignidades y responsabilidades, no solo a la Judicatura. Con la profanación de la tumba del Generalísimo de los Ejércitos, Caudillo victorioso en la guerra contra el comunismo y causante de un legado que a todo el pueblo español benefició. Por ello el malestar hacia tú persona será generalizado. Solo los resentidos te aplaudirán. Solo los derrotados por la envidia y el odio, te acompañarán en tan funesto aquelarre. Me atrevo a adelantar que Franco será tu tumba y la de tu partido. Ya sólo queda el pueblo español por despertar de la dormidera demagógica del socialismo. Hasta que no acabe en la marginalidad o desaparición como en Italia y Francia, no se podrá hablar de verdadera, no corrupta, democracia en España.

 

La magnitud del tsunami que provocaré en España la profanación del cadáver de Francisco Franco lo señala de manera acertada el prestigioso historiador inglés Antony Beevor “hoy estos canallas frente populistas desentierran a Franco, y ustedes se callan; mañana aceptan oleadas de inmigrantes que arruinarán su vida, su cultura, y su modo de vida, y ustedes se callan; el otro día pactan con separatistas y terroristas la ruptura de España, y ustedes se callan; el siguiente día habrán aniquilado política y económicamente a España, destruyendo sus vidas y su futuro, así como la vida y el futuro de sus hijos, y entonces será demasiado tarde”. Si en su banalidad del mal supiera quien fue Franco, tal vez no se hubiera atrevido a dejar a los pies de los caballos a todas las instituciones básicas del Estado. La configuración de España como Reino y la creación de la Monarquía, jefatura del Estado, es el legado predilecto de su mandato. ¿Y tiene que soportar, en silencio y aquietarse a que se profane la tumba de su benefactor? El lugar de enterramiento actual, el Valle de los Caídos, obedeció a la decisión personal del anterior jefe del Estado Juan Carlos I; y ¿tiene que ver como mediante Real Decreto se considera indigno de ese lugar? La Iglesia, a quien Francisco Franco salvó del exterminio, devolvió su patrimonio y de la que obtuvo los máximos reconocimientos, ¿tiene que humillarse, romper con el privilegio de los lugares de culto y enterramiento, y permitir la profanación, en contra de la familia? El Ejercito, al que llevó a la victoria librando a España del comunismo, fue su jefe supremo durante cuarenta años, siendo ejemplo de sus virtudes, ¿le someten al deshonor, por disciplina? La sociedad civil gran beneficiada de su régimen, ¿se verá obligada a presenciar la sinrazón de la fuerza? La ingratitud colectiva e indignidad que su acción provoca sobre todos los españoles, será su tumba.

 

Pero como en todo drama humano, la dignidad y hasta el heroísmo queda a salvo para redimirnos de tanta cobardía. El Prior de la orden Benedictina del Valle de los Caídos, Reverendo Santiago Cantera y la familia Franco Martinez-Bordiu. Un hombre bueno, justo, sabio y temeroso de Dios redime a cuantos, por acción u omisión, han permitido la profanación de la tumba de Francisco Franco. A la altura de Tomas Moro, Hildebrando de Cluny (San Gregorio VII), San Gregorio Magno, San Anselmo de Canterbury, San Agustín, San Bernardo de Claraval o San Pedro Damián. Defensor supremo de los valores de la civilización cristiana, impide la profanación de una res sacra, en un lugar sagrado y por tanto inviolable. Si basta, ante los ojos de Dios para salvar a esta sociedad sodomita, lo ignoro, pero su honestidad y valor para defender lo sagrado, lo inmanente, frente la arbitrariedad está a la altura de sus antepasados en la orden de San Benito, cuya regla está precisamente dispuesta para hacer frente a barbarie y derrotarla.

 

La familia de Francisco Franco ha tenido que revivir el drama griego de Sófocles, en el siglo V, antes de Cristo. Ellos, como Antígona, hija de Edipo, tiene que soportar el drama de enterrar a su hermano (Polinices) con la dignidad debida y lugar por ella elegido, frente al tirano Creonte. La confrontación entre la sujeción a la ley moral o la civil, cuando esta se contrapone a aquella, es un hito referencial de nuestra civilización y conveniente es repetírselo al fraudulento presidente. Como Antígona, entonces, le responde la familia de nuestro Caudillo, hoy, “…ni creí yo que tus decretos tuvieran fuerza para borrar e invalidar las leyes divinas, de manera que un mortal pudiese quebrantarlas. Pues no son de hoy, ni de ayer, sino que siempre han estado en vigor y nadie sabe cuando aparecieron. Por esto no debía yo, por temor al castigo de ningún hombre, violarlas para exponerme a sufrir el castigo de los dioses…”.

 

Claro queda y dicho está que legislar contra la historia y juzgar a los muertos, profanando sus tumbas, nunca fue bien aceptado, terminando mal los autores de tales desmanes. Quedas retratado ante la sociedad como un asalta tumbas, un vacuo desenterrador, un pedro cualquiera al que la pequeña historia, pues nada grande puede hacerse con tan bajos instintos, retratara como “fraudulento doctor” y “profanador” del hombre más importante de la historia de España, desde los Reyes Católicos. Haberte dejado el gobierno ¡ay, Mariano!, equivale a darle una cerilla a un pirómano en medio del bosque. Deseo que el pueblo español se haya dado cuenta y te pasaporte, el 10 de noviembre, al exilio dorado que tu cargo, que no honor, comporta. Nos jugamos los españoles la libertad, la unidad y el progreso.

 

 


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