La neutralidad, que no equidistancia, de Franco .Por Eduardo García Serrano

Hace ochenta años (8-V-1945) Winston Churchill anunciaba el fin de la Segunda Guerra Mundial (IIGM) en Europa desde su despacho de Downing Street en Londres. Alemania había firmado su rendición en el Cuartel General Aliado en Reims y, poco después, volvería a hacerlo en Berlín ante el mariscal soviético Georgi Zhukov, en representación de Stalin y del Alto Mando ruso. La efeméride es un buen momento para, en contra de la historiografía de la izquierda y su ponzoñosa Ley de Memoria Democrática, recordar y ensalzar (sí, ensalzar) la hábil, inteligente y beneficiosa neutralidad, que no equidistancia, que el Generalísimo Francisco Franco supo mantener en todo momento durante el mayor y más devastador conflicto bélico de la Historia.

La Guerra de España finalizó el 1 de abril de 1939, cinco meses después, el 1 de septiembre de 1939 se cumplía el vaticinio pronunciado por John Maynard Keynes al abandonar la Conferencia de Paz de Versalles en 1919, después de la IGM: “La paz que han impuesto USA, UK y Francia es una paz cartaginesa, si se obstinan en empobrecer a Alemania con sanciones y reparaciones de guerra, al cabo de dos décadas tendremos otra guerra. La venganza de los alemanes humillados será terrible, el horror hará que palidezcan las trincheras y, en cualquier caso, el orden social del viejo mundo estará acabado”. No se equivocaba el gran economista británico, veinte años después la Wehrmacht invadía Polonia, mientras la URSS, el principal aliado de Alemania, lo hacía también diecisiete días después por la frontera oriental polaca. Inglaterra y Francia le declaraban la guerra a Alemania dando así comienzo a lo que todos conocemos como la IIGM.

España, recién salida de su propia guerra y, a medida que la guerra en Europa crecía y se universalizaba, fue la novia por todos cortejada. La novia que, gracias a las habilidades diplomáticas del Generalísimo Franco, fue jugando con todos los naipes y con todas las barajas que el desarrollo y las distintas etapas del conflicto fueron arrojando sobre el tapete español, fundamentalmente, que era el que más le interesaba a Franco más allá de alianzas, lealtades y compromisos internacionales de carácter ideológico, económico, militar y estratégico. La neutralidad de Franco en el conflicto es uno de los aspectos del Régimen que la propaganda de izquierdas más ha tergiversado, situando a Franco como un miembro más del Eje Berlín-Roma-Tokio. Sí, esa izquierda que fue la principal aliada de Alemania hasta que la Wehrmacht invadió la URSS en junio de 1941, es la que, en uno de sus clásicos ejercicios de cinismo, acusa a Franco de haberse arrojado en brazos de Adolfo Hitler.

Franco mantuvo un dificilísimo equilibrio en el conflicto haciendo concesiones, claro, a ambos bandos y negándoles a los dos lo fundamental de sus requerimientos, por supuesto. Franco nunca quiso entrar en las IIGM, y no lo hizo; y mucho menos aún después de la entrada abierta y beligerante de los Estados Unidos en la guerra en diciembre de 1941. Fue entonces cuando Franco escribió su clarividente reflexión: “Esta guerra está planteada entre los invencibles (los alemanes) y los inagotables (los norteamericanos). Y la acabarán ganando los inagotables”. Y así fue. Y gracias a la neutralidad, que no equidistancia, que Francisco Franco supo mantener, incluso contra la voluntad y la opinión de muchos miembros de su Gobierno y de una inmensa mayoría de españoles, España se libró del horror de la IIGM.


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