Honorio Feito
Decidí dejar de escribir cuando la canícula de julio, insoportable e insufrible, me aplanó casi definitivamente. Me fui a Asturias para refrescarme y, aunque mi propósito era pergeñar alguna que otra pantalla de mi tableta, la verdad es que el tiempo ha corrido con suficiencia. Luego inicié un periodo de reflexión acerca de lo que había sido mi curso anterior, mis colaboraciones, mis compromisos, con la duda de cómo plantearme esta nueva etapa, pero sin determinar si continuar o romper. Creo que aún estoy en esa duda. Mi amigo García Tuñón me pidió, en pleno agosto, un artículo sobre el tema catalán, que le envié ya desde Madrid, y Armando Robles un imposible…
Sólo la locura, que transcriben los medios, me ha motivado para ponerme ante mi ordenador y de nuevo tratar de escribir un artículo; escribir es una manera de lamentar… Se trata de la niña I., y la forma en que, por llevar un escudo de España en el cuaderno de Lengua Española, se ha ganado la animadversión de sus compañeros con sólo siete años de edad. He mantenido siempre que los niños son crueles; especialistas en subrayar los defectos físicos, y psíquicos, del compañero débil y poco solidarios en las tareas de protección de los más desvalidos. Esa crueldad, en parte adquirida de sus progenitores, es la que deberían reconducir las escuelas. Por eso siempre he mantenido que la educación es una responsabilidad de la familia y de la escuela. Por eso me he negado a aceptar ese principio que tanto parecen esgrimir muchos profesores de que en la casa se educa y en la escuela se enseña. La enseñanza más auténtica es la que hace a la persona ser persona, con independencia de los conocimientos adquiridos.
La pensa contiene una información sonrojante para los mayores, y especialmente importante para los pequeños. A esa niña llamada I., la han llamado en un colegio de Sabadell “españolita de mierda”, y le han restregado eso de que “tus padres son una mierda porque son españoles”, o “como te pille hablando castellano, te tiro por la ventana”.
A tenor del ambiente que se vive en España, con esto de la supuesta independencia de Cataluña gracias al lunático Arturo Mas, y al no menos lunático Oriol Junqueras, pero, ojo, a tenor del ambiente que se ha creado en España gracias también al Rey y al gobierno que preside Mariano Rajoy Brey, además de otras instituciones del Estado, y los partidos de la oposición, creo que lo que está pasando aquí solo se puede calificar de locura colectiva, aunque hay quien opina lo contrario. Una espiral de locura que genera odio. Un odio capaz de atormentar a una niña de 7 años cuyo “pecado” ha sido el de poner una bandera catalana en su libro de catalán, y un escudo español en el de castellano.
Alguna vez me ha parecido que lo que estamos viviendo no es más que un programa que comenzó hace más de setenta años, que fue interrumpido por la Guerra Civil de 1936-1939, y que la Transición ha sido el periodo de adaptación para su progresiva carrera hasta alcanzar su objetivo. Es probable que, para muchos españoles, no sea posible la independencia de Cataluña, o de Vascongadas, o de Baleares o alguna que otra región española. Pero viendo la actuación de los diferentes gobiernos, desde que se iniciara esa tan cacareada Transición, nadie se puede explicar cómo y por qué el Estado español ha ido cediendo terreno a los mandarines autonómicos que, lejos de aportar soluciones a los españoles en general, lo único que han creado son problemas. Y viendo a los responsables del Partido Popular, desde el Gobierno de la Nación, apelar a los líderes extranjeros para fortalecer el derecho a la unidad de España hasta parece que no existe otro argumento, ni otro recurso, que las declaraciones de éstos, suficientemente aireadas por los informativos y la prensa en general.
Parece irracional que una sociedad que se conmovió ante la imagen del cadáver yaciente de un niño sirio que huía de la tragedia, no vea la tragedia que se está generando en su propio país a niños y niñas como I., que están siendo maltratadas, vejadas, humilladas, calumniadas y agredidas verbalmente por defender lo suyo y lo nuestro. De momento, verbalmente. Parece irracional que no exista un mínimo de cordura y de sentido común entre los educadores, entre las personas en definitiva y, por lo que se ve, ni una institución y ni una ley que acabe con esta locura, sin que ello tenga que ser valorado por Cameron, Merkel u Obama.