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Fco. Javier Montero Casado de Amezúa
España descubrió el nuevo mundo y lo hizo en nombre de los Reyes Católicos y a mayor gloria de Dios. Ahora todo parece indicar, sobre todo por lo que respecta a España, que un Gobierno que se presta a servir como títere de grupos de presión supranacionales, está descubriendo un mundo nuevo.
Se trata de algo con raíces culturales muy profundas y que por tanto dista mucho de ser una mera frivolidad como aparentemente pudiera parecer. Hay que empezar por considerar seriamente que esta nueva normalidad es el final de trayecto cultural que se inició con Descartes, es decir, el racionalismo que lleva al positivismo, al materialismo y al desguace de la cultura clásica.
Al principio se trataba únicamente de aplastar a la Infame como sentenciara Voltaire dirigiendo todo su odio contra la Iglesia católica. Pero precisamente ahora se está viendo que no cabe acabar con la civilización cristiana sin acabar también con la cultura clásica. Así las cosas, el mundo nuevo no es otra cosa que sacar las últimas consecuencias del principio según el cual no existe el mundo sino que solamente existen nuestras categorías mentales.
Este nuevo mundo se manifiesta ya de muy diversos modos pero siempre reluce en él el principio del humanismo ateo radicalmente incompatible con el espíritu del bien y decididamente partidario del espíritu del mal. Este mundo nuevo es ante todo un mundo de color femenino, sencillamente porque el mundo clásico-cristiano es un mundo que se asienta en la razón y no en el sentimiento. Late aquí la huella del Génesis y la raíz antropológica del pasaje en el que Dios al crear al hombre y para garantizar la unidad de la especie, hace a la mujer, en palabras de Adán, carne de mi carne y hueso de mis huesos, unidad que no implica solamente la de la especie sino la unidad en la diversidad varón-mujer, algo que resulta incomprensible para el mundo nuevo que desintegra la unidad familiar para ponerla al servicio del placer, negando la diferencia sexual en favor de una realidad abstracta como es el género, también categoría mental.
Este mundo nuevo es pues el mundo de lo irracional frente a la racionalidad clásica. Es el mundo del instinto frente al mundo de la ascesis y el esfuerzo. Es el mundo del placer sin relación alguna con la vida. Es el mundo de la arbitrariedad como signo del constante afán de plegar la realidad al deseo. Es un mundo de color femenino, porque irrumpe tras un engaño del que son víctimas sobre todo las mujeres pensando que en adelante todos seremos completamente libres y dueños de la vida. Es un mundo que desencuaderna todas las vinculaciones de la existencia para hacerlas depender de una voluntad arbitraria. Es un mundo nuevo que desconoce los trascendentales y que los quiere invertidos de modo que en lugar de la verdad, la bondad y la belleza, corre tras la mentira, la maldad y la fealdad.
Que nuestra sociedad no está preparada para este nuevo descubrimiento que no duda en propagar la enfermedad y en fomentar la ignorancia, se demuestra en el modo como le hace frente. Las herramientas que estamos utilizando se derivan de lo que pomposamente llamamos el Estado de Derecho, noción ya hace tiempo completamente formal y superficial, así preparada precisamente para que en su momento pudiera ser derribada como castillo de naipes.
Hacer frente a este mundo nuevo con las reglas de la ley como engarce de la libertad y la racionalidad es como verter agua en un colador. Y Pablo Casado, con más de un millón y medio de parados se entretiene ahora en hacer malabarismos con la ley y la democracia retrotrayéndose a la España de 1936 e ignorando que después de 40 años de Constitución sin división de poderes la administración española sigue subsistiendo gracias a muchísimas de las leyes de la entonces democracia orgánica.
Por eso, con las solas armas de un Estado de Derecho hueco, la civilización Occidental no resistirá los ataques de la nueva normalidad que además se llevará por delante a la mismísima Iglesia jerárquica, Iglesia que por lo demás está abocada a ser de nuevo una realidad de minorías –como sentenció ya hace tiempo Benedicto XVI- y cuya tarea volverá a ser la de vivificar las hoy desvencijadas comunidades humanas.