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PUBLICADO EN EL CORREO DE ESPAÑA
Si no fuera por la mitificación sistemática de la II República que llevamos sufriendo más de 40 años, el conocimiento de la misma no tendría valor más que erudito. Pero esa mitificación persigue precisamente crear las condiciones para volver a ella, eliminando una monarquía de origen franquista –como la paz, la unidad nacional o la democracia–. Por eso es imprescindible que todo el mundo entienda lo que fue aquel régimen con sus políticas “incompetentes, de amigachos, tabernarias, de codicia y botín sin ninguna idea alta”, como lo calificó ¡el propio Azaña! Y he aquí el peligro. Una república no es por sí descartable, pero el precedente nos obliga a enfocar la cuestión con las ideas claras, máxime cuando vemos a unos republicanos actuales, idénticos a aquellos “trepadores intrépidos, sin saber, ni experiencia, ni fe ni prestigio, nada más que esa audacia tan semejante a la impudicia…”, como reconocía el republicano Lerroux. Ahora tenemos dos cosas: unos estafadores con mucho poder, que se proponen eliminar la monarquía, y unos monárquicos deseosos de olvidar su origen y sostenerse sin raíces, en el vacío.
La profanación de la tumba de Franco fue la primera gran agresión a la monarquía, una verdadera patada dirigida a la entrepierna de Felipe VI, de la que este y los suyos han fingido no enterarse. Alguno ya ha hablado hasta de liquidar físicamente al monarca, siendo ascendido en las filas de la “gobernanza”, sin que tampoco se dé casi nadie por enterado. ¡Cómo recuerdan a aquellos monárquicos dudosos de su propia legitimidad que en 1931 despreciaron a sus propios votantes y regalaron el poder a los “trepadores intrépidos”, contribuyendo a las tragedias posteriores!