La provocación de la izquierda y el despertar de España, por Miguel Menéndez Piñar

 

 

Miguel Menéndez Piñar

 

No ha sido el pueblo español, hay que reconocerlo, un pueblo de tensión permanente ni de vigilia constante ante las acechanzas de sus enemigos. Más bien lo contrario, quizá por su propio carácter, confiado y desbordante de bonhomía, resuelto a emprender grandes hazañas y a realizar sueños imposibles, con la mirada puesta en el horizonte sin percatarse de lo que podría estar sucediendo en la inmediatez, a su alrededor. Y sólo cuando el enemigo, externo o interno, es capaz de desafiar la esencia de España, de poner en peligro su propia identidad y misión histórica, es cuando el pueblo español despierta del letargo y como un milagro se pone en pie para combatir, siempre de modo heroico, contra quien haya osado amenazar a España.

La infiltración de los enemigos de España en el régimen de Francisco Franco, con planes devastadores para nuestra Patria, desembocó – previo asesinato del Almirante Carrero Blanco- en la conocida como Ley de Reforma Política, que no fue otra cosa que la autodestrucción de la obra de Franco y con ella la aniquilación de la grandeza y la unidad de España. Aprovecho, porque nunca está de más, para recordar con cariño y admiración a los cincuenta nueve Procuradores en Cortes que se negaron a conservar las naves malvendiendo su honra a los enemigos de España, en una liturgia de traición acompañada de cantos de sirena.  

No es cierto que existan dos Españas porque es evidente, sin necesidad de recorrer nuestra historia, que en los últimos cuarenta años se ha impuesto la anti España contra la España de siempre. Es el régimen actual, el de las libertades, los derechos y las promesas, el que se ha servido de la derecha para anestesiar y adormilar al pueblo español y a la izquierda para ir devorando sus conquistas, su historia y su grandeza. Las dos caras de un mismo proceso revolucionario y destructivo que está llegando a su fin y del que hoy ya sufrimos sus últimas consecuencias.

Ese proceso revolucionario revestido de consenso, tolerancia, respeto y democracia fue diseñado y puesto en marcha para, como dijo Alfonso Guerra, conseguir “que a España no la reconociese ni la madre que la parió”. Ese tipo de democracia liberal consistente en imponer a todo un pueblo una manera de pensar e incluso una manera de ser. El pensamiento absolutamente contrario a la esencia de España a cuyo servicio fue dispuesta una maquinaria de adoctrinamiento constante capaz de convertir la verdad en mentira y de acrisolar la mentira como un dogma en la (anti) España moderna. Así las cosas, la España que bautizó al indio, liberó al esclavo o iluminó Trento, la España que frenó al comunismo y regó nuestro solar patrio con la sangre martirial de miles de los nuestros, la España reconstruida después de nuestra cruzada de liberación, armonizada en sus clases, pacificada entre sus gentes y unida en la diversidad de sus regiones, se precipitó, de la noche a la mañana, hacia el abismo del suicidio. España ya no quería seguir siendo España y el proceso revolucionario nos posicionó como pioneros en leyes aberrantes contra natura y enfrentó nuestros pueblos y regiones sin que ni siquiera la otrora voz autorizada de la Jerarquía Católica opusiera resistencia o nuestro ejército cumpliera con la esencia de su misión.

En el capítulo último del proceso revolucionario la izquierda ha asaltado el poder. Pero no lo ha hecho para dignificar los puestos de trabajo de miles de españoles en situación precaria, ni para abanderar la recuperación de las conquistas sociales perdidas. Ni siquiera por compasión por aquellos tres millones y medio de españoles sin empleo o los ocho millones que viven bajo el umbral de la pobreza. Tampoco para denunciar la explotación capitalista de la que ellos forman parte, al haberse repartido los fondos públicos mediante un sistema de corrupción sin precedentes y formar parte de los consejos de administración de las grandes compañías multinacionales. La izquierda ha perdido todo discurso social porque fue Francisco Franco quién se lo arrebató y ejecutó, como nadie antes lo había hecho, construyendo un Estado Nacional y Social desde las ruinas (véase el libro Franco Socialista del historiador Francisco Torres). Ahí están los datos y las estadísticas.

La izquierda, por tanto, abandonando al obrero y cualquier reivindicación justa como reacción al capitalismo y al liberalismo, ha encontrado sus nuevas banderas: feminismo, para fomentar la lucha entre sexos como sustitución a la lucha de clases y así acabar con la familia; más aborto, con el pretexto de ampliar derechos a las mujeres aunque ello suponga asesinar a los más inocentes; memoria histórica, para ocultar la propia plagada de crímenes, ruinas y corrupción y demonizar, por el contrario, nuestro glorioso pasado; aplicación del laicismo en su máxima expresión, aniquilando nuestra identidad, nuestras costumbres y tradiciones, sustituyendo la fe por el ateísmo militante; homosexualismo y su propaganda, enalteciéndolo como dogma incuestionable de la nueva civilización; nueva concepción del estado y la nación, no ya como mera distribución administrativa sino como desarrollo pleno de las nacionalidades históricas consagradas en la nefasta Constitución de 1978 y socavando nuestra soberanía en la globalización a la que nos han sumado entusiasmados. Es el programa del inquilino de la Moncloa y sus socios de gobierno, declarados enemigos de España, cuya careta ha desaparecido para asestar el golpe mortal y definitivo contra nuestra Patria.

Bienvenidos los tiempos difíciles porque ellos traerán la depuración de los cobardes siendo los valientes los que harán resonar los clarines para que España entera se ponga en pie, como ya hizo en épocas pasadas. Encontramos la esperanza de que pueda ser así en la ya eterna promesa de Pedro Sánchez de profanar los restos de Francisco Franco que ha encontrado la radical e íntegra oposición de la familia del Caudillo y el rechazo masivo de miles de españoles. Nunca fue tan visitado el Valle de los Caídos como ahora. Nunca la Fundación Nacional Francisco Franco tuvo tanta relevancia social y mediática, manteniendo intactas las defensas ante el ataque constante del gobierno. La provocación de la izquierda es el despertador eficaz para que esta España dormida se revuelva contra su propio letargo y reivindique el espíritu de nuestros héroes para reconquistar, por enésima vez, la unidad, la grandeza y la libertad de nuestra Patria.

Se abre el periodo de cuatro años de provocación con el gobierno de Pedro Sánchez. Es época de elegir trinchera, organizarse y volver a jurar defender a España allá donde sea necesario. Hay que mirar el lado positivo porque este último capítulo del proceso revolucionario no va a ser liderado por la derecha del Partido Popular, dedicado a anestesiar y no provocar. La derecha no revuelve, adormece. No inquieta, aniquila, mientras desvían la atención hablando de rentabilidades y porcentajes, como loas de incienso al capital, eje de sus políticas y acciones.

Es preferible el ataque directo y declarado. Ya lo tenemos. Ahora España debe demostrar que sólo está dormida y no muerta.

 

 

 


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