La Venta del Batán

Honorio Feito

En abril, aguas mil y en mayo… aquí ha cambiado hasta el refranero, que elaborado con la sabiduría popular, tendrá que modificarse para ponerse al día. O sea, tendrá que entrar en esto de los recortes, los ajustes y demás piezas de nuestros días.

Contemplo una foto tomada a finales de los años sesenta. Es una foto-testimonio, no una foto artística, y además no de muy buena calidad. En blanco y negro, por supuesto, porque entonces era lo que había, salvo excepciones. La foto corresponde a la Venta del Batán, y muestra, en primer plano, cinco de los seis toros bravos expuestos en su corral correspondiente, descansar antes de ser embarcados para llevarlos a la plaza de toros de Las Ventas, en Madrid.

Recuerdo aquellos días, breve temporada, en los que la Venta del Batán era el escenario preferido de muchos madrileños que acudían al lugar a observar al ganado bravo que iba a ser lidiado en el coso de Las Ventas. Era la oportunidad de los madrileños para ver de cerca una especie de sucedáneo del campo andaluz o salmantino, eran los corrales que exhibían, por dos o tres días todo lo más, al ganado bravo. Se abría el 14 de mayo, víspera del gran día, y permanecía hasta que sólo quedaban ya dos corridas, o tres como mucho. En apenas dos semanas (la Feria, antes, no era tan larga), la Venta del Batán era la cita obligada de aficionados y menos aficionados, matadores, componentes de las cuadrillas, ganaderos, periodistas taurinos y no taurinos, maletillas y demás interesados en este espectáculo que es el toro bravo.

Al acercarse a la entrada del recinto, una tapia blanca y sobre ella la figura de un toro bravo, que resaltaba toda la esplendidez de su raza. Al entrar al recinto, el visitante tenía dos opciones: a la izquierda o a la derecha, porque nada más entrar no se veía nada debido a que los corrales estaban recogidos por una tapia alta que hacía de refugio. Lo correcto era ir a la izquierda y bordear los corrales. En uno, toros negros, iguales, corrida bien presentada que dirían los críticos, y el cartel anunciador del hierro que representaban: Atanasio Fernández; en el siguiente, toros cárdenos, grandes, de los que gustan en Madrid, con cabezas espectaculares… y el aficionado observaba con la meticulosidad de un veterinario, y sacaba el programa de la Feria y comprobaba la terna que tendría que lidiar con el lote, y el cartel anunciador decía Pablo Romero, y un poco más allá estaban los Pérez Tabernero que el aficionado sabía que pastaban en las dehesas de Salamanca… a esta altura del recorrido estaba la cafetería y el restaurante, montado sobre una terraza, con una vista espectacular de todo el recinto. Cada noche, mesas reservadas por ganaderos, matadores y empresarios… y algún que otro maletilla que había conseguido entrar y se acercaba a las figuras buscando, más que un bocadillo, una oportunidad en alguna tienta cercana. Al final del recorrido, el edificio singular, con aspecto de patio andaluz, que albergaba un patio en el que estaban representadas todas las ganaderías de bravo, con sus correspondientes carteles para que el visitante pudiera apreciar la antigüedad, el hierro y demás detalles.

Alguna vez ocurría un accidente. Una pelea causaba heridas a uno de los toros, y el mayoral de la ganadería hablaba para la prensa y contaba historias de venganzas, de esas que gustan al aficionado, de esas que ayudan a hacer epopeyas.

Me acerqué, hace algunos años, con mi familia a la Venta del Batán. Era un 15 de mayo, día de San Isidro, y me encontré, casi golpeando como una bofetada, el abandono y el descuido de un recinto precioso entregado a maleantes, prostitutas y drogadictos. Llamé al Ayuntamiento y me dijeron que no había exposición de reses bravas por la epidemia de lengua azul que afectaba al ganado. Fue después del famoso affaire de las vacas locas… no he vuelto porque, en los tiempos actuales, si los responsables decidieran volver a abrir estos corrales estanco para uso y disfrute de los madrileños, tendrían que buscar la manera de llegar al lugar porque, desde hace tiempo, la Casa de Campo ya no es de los madrileños, es sólo de una parte de los madrileños y esto de los toros es un invento franquista, claro.


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