Francisco Torres
Es curioso, pero en alguna ocasión me han preguntado ¿qué hubiera sido de José Antonio de no llegar a ser José Antonio? Dejemos a un lado el hecho evidente de que se hubiera convertido en un jurista excepcional. Si buceamos en su mundo interior, a pocos se les podría hurtar la posibilidad de que hubiera desarrollado una fecunda carrera literaria.
Yo creo, tras años de convivencia intelectual con la obra de José Antonio, que la renuncia a su vocación literaria, provocada por su dedicación a la política, es la que le llevó a cultivar esa corte literaria que posteriormente edificó su mito. Esa pasión late en sus discursos, en sus poderosas metáforas, en el singular estilo que quiso infundir a sus aventuras periodísticas. Sin tener presente esa pasión resulta muy complejo entender realmente a ese José Antonio que siempre tenía en su arsenal dialéctico una frase de hermosa construcción poética.
Se ha hablado mucho de su relación con Federico García Lorca, de su admiración por el poeta granadino y hasta de la influencia de su poesía en el adorno poético joseantoniano tal y como han subrayado buenos amigos míos, a pesar de mis puntuales desacuerdos, García de Tuñón y López Pascual. Lorca quizás fuera para José Antonio un modelo de lo que le hubiera gustado ser, poeta, dramaturgo, director y actor. Ello le atraía de su personalidad y por ello estimo que deseaba conocerle, charlar con él. Ahora un estudio, que espero poder leer en breve, confirma que tuvieron encuentros directos que debieron durar muy poco ya que se retrasan hasta febrero o marzo de 1936 y a mediados de mes José Antonio entraba en prisión para no salir jamás.
Es de sobra conocida la pasión literaria de José Antonio. Nos quedan un pequeño número de poemas a los que normalmente se ha prestado poca atención. Y resulta interesante que en la melancolía de la cárcel volviera a pergeñar algunos interesantes versos. Ahora sabemos, y así lo resalto en la tercera edición de “El último José Antonio“, que preparó al menos tres novelas: la primera, muy conocida, titulada “El navegante solitario”, que empezó siendo una insulsa comedia de enredo muy propia de la época, muy al gusto británico, que fue rehaciendo desde finales de los años veinte y sobre cuya reorientación final es imposible desligar la influencia de la princesa Bibesco – he anotado que esta es la base de la relación sobre la que tanto se ha escrito-; dos novelas de ensayo, una titulada “Moisés”, trasunto de cómo se autocontempla al final, como ese profeta que tras alumbrar el camino no verá la tierra prometida, y otra sin título de la que solo se conserva la propuesta de tema.
No es desconocida su pasión teatral, su presencia en los estrenos de la época, su querencia a Casona, los Machado y Lorca entre otros. Sus primeras armas literarias fueron las que dieron vida a un poema teatral, “La campaña de Huesca” que dirigió con doce años en una función para familiares y amigos. Nieves Sáenz de Heredia, Raimundo Fernández Cuesta y Pilar Primo de Rivera han dejado constancia de las funciones teatrales que José Antonio dirigía e interpretaba para su entorno. En una de aquellas conoció a Pilar, su gran amor, la muchacha a la que un padre obcecado por su usura de títulos prohibió su relación con el heredero de un marquesado de nuevo cuño. Y José Antonio y Pilar se escapaban al vecino Museo del Prado para poder verse.
Sabíamos que José Antonio había actuado en funciones pero ignorábamos los detalles. Ricardo Fernández Coll, rastreando las noticias de sociedad de la época en la prensa, ha podido identificar las obras que llevaron al fundador de la Falange a los escenarios entre 1926 y 1927. El listado es largo y variado: “La segunda dama duende”, adaptación de Ventura de la Vega con José Antonio en el papel del Conde de Orgaz; “El Carnaval” de Schumann; “Música en la caja de música” en el papel de Don Juan ; “Placita de Venecia”; “Nosotros” de Eduardo Cobián; “La Patria Chica” de los hermanos Quintero… Representaciones de tipo benéfico a las que incluso llegaron a acudir los Reyes. En ellas José Antonio hizo de actor y figurante, dato que avala esa pasión teatral que se escapa entre las líneas de una densa biografía.