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Francisco Torres García
Leo
al cronista oficial de Murcia, señor Botías, explicarnos en La Verdad lo
de las medallas del Ayuntamiento y la Diputación que le concedieron a Franco en
1945. Esas que los podemitas murcianos reclaman al alcalde Ballesta del PP que
retire a Su Excelencia el Generalísimo. Lo que estimo este hará encantado de la
vida, aunque supongo que a estas alturas a don Francisco le importará un
pimiento.
¡Lo mismo piensa que hasta que unos comunistas reciclados le quiten una medalla
es un honor y no un agravio!
Se
luce el cronista para salvar los muebles en el relato (es curioso que nos ilustre
e ironicé con lo publicado por Línea -diario falangista entonces-,
pero se olvide de mostrarnos lo que decía La Verdad, que supongo no
se quedaría atrás en el incienso y el peloteo) con su crónica de la visita del
Caudillo a Murcia (Preston y Viñas también escriben Caudillo así, en mayúsculas
y sin comillas).
Me
llama la atención en el artículo ese lenguaje con el que intenta disimular una
realidad palmaria que se escurre a borbotones entre sus líneas: la popularidad
de Franco (lógicamente entre los suyos que eran muchos, muchísimos, y algunos
hasta con apellidos de los que hoy andan por Murcia en política y hasta en
periodismo).
Y aunque el señor Botías busque como disimularlo, lo cierto es que Franco fue
recibido por una multitud entusiasta que sí que llegaba al Malecón. Y de ello
quedan muchas fotos y hasta algunos testigos.
El
problema es que eso es lo que molesta a no pocos, la multitud; porque ya
se sabe que Franco era un señor que lo hacía todo el solito.
Busca
el señor Botias la chanza irónica con eso de la unanimidad en la concesión,
como si alguien obligara a la entrega de medallas (hasta el Barça que era más
que un club le impuso tres a don Francisco). Era simplemente lo normal. No en
vano eran todos los gestores de la Diputación y los concejales franquistas
(podía el cronista haber hecho el listado como curiosidad en los apellidos), y
al cargo no obligaba ni don Francisco.
Y,
la multitud, no era exageración de la época, como nos insinúa el señor Botías.
No hubo cordones de seguridad que como señala controlara el entusiasmo
-siempre me río cuando veo esos cordones y comparamos con la actualidad- y,
ciertamente, sí hhubo estrujamiento al Caudillo como demuestran las fotos.
Era
así en Murcia y en muchas partes.
El
problema con Franco de casi todos los escribanos, escribientes, tertulianos e
historiadores, es que se les hace cuesta arriba reconocer que eran muchos,
muchos, los españoles -también los murcianos- que estuvieron con Franco o le
apoyaron.
Claro que lo mismo con la LMH le pegan fuego a las fotos y se destruyen las
cintas de película para borrar la historia, porque lo de la autocensura hace
tiempo que me parece una realidad; aunque me gustaría estar equivocado.
por