Lo que se fue con el Servicio Militar Obligatorio

 
Juan Ramón Lozano Rojo
Alférez de Complemento de Artillería
XXVIII Promoción de la IPS (1970)
 
   El Servicio Militar Obligatorio fue suspendido[1] en España el 31 de diciembre de 2001 por el gobierno de “centro reformista” (¿) de José Mª Aznar (RD 247/2001, 9 de marzo, por el que se adelanta la suspensión de la prestación del servicio militar)..
 
   El entonces ministro de Defensa del gobierno Aznar, don Federico Trillo Figueroa, oficial del Cuerpo Jurídico de la Armada, remató la decisión del gobierno con aquella frase que pronunció en el Congreso de los Diputados y ha quedado para la historia: “Se acabó la puta mili”
 
   Desde entonces mucho se ha hablado sobre lo que se perdió con esta decisión, frente a las pretendidas ventajas de supresión, que podríamos resumir en:
 
   -Evitar a los jóvenes de sexo masculino (las mujeres, quizás por aquello de la “justicia democrática asimétrica”, estaban exentas) una pretendida pérdida de tiempo.
 
   -Mejorar la formación militar de las FFAA, puesto que las nuevas tecnologías requieren una mayor especialización, incompatible con una duración de la presencia en filas inferior a un año.
 
   -Hacer frente al caos que suponía una objeción de conciencia creciente, para la que el Gobierno era incapaz de arbitrar servicios alternativos, y suponía, en la práctica, un agravio comparativo con los que sí se incorporaban a filas para cumplir con sus obligaciones cívicas.
 
   -Demostrar que un gobierno de centro-derecha era más “progre” que los “progres” (este es un aspecto no revelado, pero al que el autor concede mucha credibilidad, habida cuenta del complejo permanente que agarrota a los partidos democráticos de derechas desde la muerte del Caudillo).
 
   Frente a estas ventajas, lo que se da por evidente que se perdió es:
 
   La conciencia de Nación para todos los jóvenes, y la posibilidad de convivir con personas de distintas procedencias geográficas, culturales y sociales, apagando prejuicios tribales
 
   El sentimiento de compañerismo o, mejor, de camaradería[2]. Sentimiento tan fuerte, que muchos han mantenido el contacto con sus camaradas a lo largo de su vida.
 
   La posibilidad de acceder a la alfabetización, o al certificado escolar, por parte de aquellos jóvenes que, por diversas circunstancias, no habían podido acceder a ello  con anterioridad. Estudios sociológicos demuestran que la contribución del SMO solamente a la alfabetización en España fue, entre 1963 y 2000 (período del que hay datos tabulables) de una reducción de un 5% anual a la tasa de analfabetismo de nuestra patria.
 
   De todas formas, esta posibilidad ha quedado enmascarada por el gobierno de extrema izquierda de Rodríguez, al dar el certificado sin méritos a casi todo el mundo[3]. Claro que con esta práctica de inflacionar todo lo inflacionable, se consigue el “gran mérito” de devaluar dichos certificados, hasta convertirlos en papel mojado, prácticamente sin ningún valor…
 
   Los cursos de formación profesional que se impartían mediante el PPE, y que dotó a millones de españoles de una capacitación para acceder a empleos cualificados muy demandados por la sociedad (soldadores, electricistas, mecánicos,….; y también el conseguir el permios de conducir para ejercer como conductor profesional de camiones, autobuses, etc).
 
   La posibilidad de aprender un oficio o profesión no universitario, mediante los programas de formación profesional del Ejército, a través de su organismo PPE, que supusieron una oportunidad de mejora laboral para millones de jóvenes durante los años en que estuvo vigente (salieron especialistas en soldadura, mecánica, electricidad, etc; amén de los que consiguieron gratis el permios de conducir par ejercerlo como profesión en la conducción de camiones o autobuses).
 
   -El alcanzar una cierta madurez, debido a que muchos no habían salido de las casas de sus padres hasta entonces, y se veían, por primera vez en sus vidas, en la necesidad de resolver todas sus necesidades sin recurrir a los padres u otros parientes.
 
   La cultura del mérito (incluso con sus injusticias) hacía calar en nuestra personalidad la necesidad de esforzarse para alcanzar las metas fijadas.
 
   Pero a lo anterior, debemos añadir dos aspectos más, uno menos estudiado y citado, y el otro, prácticamente sin desvelar y, por tanto, mucho menos estudiar.
 
   -El primero corresponde al proceso de logro de la madurez, del que ya hemos hablado, pero en un aspecto diferente. El servicio militar hacía madurar a las personas, al someterlas a una disciplina nada caprichosa (aunque muchas veces no se explicara el porqué de la misma), en una edad que es clave para alcanzar la condición de adulto en cualquier persona. Esta disciplina ayudaba a que cada joven adquiriera un gran sentido de la responsabilidad.
 
   El autor recuerda cómo en los años 60, en que el SMO existía en prácticamente en todos los países de Europa (excepto en el Reino Unido), los jóvenes británicos demostraban un comportamiento más errático e inmaduro que los del resto de los países. Evidentemente, alguna correlación habría entre esta actitud y la ausencia de obligatoriedad en el paso por las filas.
 
   -El segundo tiene que ver también con el proceso a la madurez, pero desde el punto de vista de cada individuo en relación a cómo ve a los demás. Es decir, desde un punto de vista iniciático.
 
   Quizás sea éste el aspecto más difícil de explicar. Desde que existe el ser humano, vemos cómo las diferentes culturas han ido creando ritos (que muchos llaman iniciáticos) por los que pasaban cada individuo en momentos diferentes de su desarrollo personal. Los niños, primero, y después los jóvenes, tomaban estos  ritos como hitos y retos a superar, y también como referencias, en su proceso de realización como personas.
 
   Podríamos decir que los humanos, aunque somos animales y estamos dotados de un aparato locomotor, necesitamos raíces o referencias sobre las que apoyarnos. Pues bien, nuestra sociedad postmoderna ha eliminado todas esas referencias en las personas. Se empezó con los ritos religiosos (1ª comunión, confirmación), que eran comunes –por nuestra cultura- a la inmensa mayoría de la población. Se siguió con los ritos educativos (certificado escolar, pruebas de reválida en el Bachiller), y se ha rematado con los ritos cívicos (el SMO).
 
   Y por eso vemos a nuestros jóvenes como zombis porque, al faltarles las raíces, viven en un desconcierto permanente y en una ausencia de ilusión.
 
   Y ahora no podemos quejarnos, porque hemos cosechado lo que, insensatamente, nuestros “representantes” (¿) decidieron.
 
   Tenemos lo que nos merecemos.
 
 
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Notas complementarias
 
   Con objeto de reflexionar aún más sobre el tema, incluyo dos textos:
 
   -Comentarios sobre la “MILI” que hace Rafael García Serrano en su “Diccionario para un macuto”:
 
   MILI.
 
   Toga viril; frontera del tiempo, medida del tiempo –antes de la mili, después de la mili, durante la mili—; fresco pozo de nostalgia; manantial de amistad. Todo esto va dicho en esas dos sílabas que abrevian cuarteleramente la solemnidad del sustantivo milicia. Hacer la milicia parece demasiado campanudo y comprometedor; hacer la mili, en cambio, es otra cosa.
 
   Cuando los rojos aludían a alguno de sus jefes u oficiales que pertenecían al Ejército anterior al 18 de julio, solían decir: «Ese es de la vieja mili».
 
   Visto desde la mili, el mundo de los paisanos es como el extranjero. El paisano es de otra raza, y cuando el paisano entra en la mili, parece como si cambiase de alma y de piel, pero cuando torna a su condición anterior, hay algo del alma militar que no se le quita del todo. La mili es al paisano lo que las aguas bautismales al neófito. Se entiende muy bien lo que el teniente del Farnesio, de “La soledad de Alcuneza”, le dijo a un comisario político que se empeñó en demostrarle que el verdadero Ejército era el rojo, el del pueblo. Lo que le dijo fue esto:
 
         –“Hombre, yo ya sabía que los rojillos dicen enormidades de nosotros, pero nunca pude imaginar que nos llegaran a llamar paisanos”.·        
 
   El siguiente artículo, encontrado en un blog de internet (los subrayados están en el original, pero los suscribo totalmente):
 
El fin del servicio militar, por Bernabé Sarabia, (Sábado, 21 de julio de 2001. Fuente: http://www.ojosdepapel.com/Article.aspx?article=1425)
 
   El servicio militar obligatorio acaba de desaparecer en España sin pena ni gloria. En España, como en gran parte de los países europeos, no hubo un verdadero ejército nacional hasta entrado el siglo XIX. El modelo de ejército mercenario que sirve por dinero va a suponer un nuevo sistema de organización social.
 
   El servicio militar obligatorio acaba de desaparecer en España sin pena ni gloria. Nadie ha levantado la voz ni a favor ni en contra. Lo que comenzó cuando los ejércitos y flotas de las naciones europeas de los siglos XVII y XVIII, dieron a escoger criminales condenados por la justicia entre servir al rey o ir a prisión, alcanzó su máxima expresión en la perfección bélica de los ejércitos que combatieron en la Segunda Guerra Mundial.
 
   En España, como en gran parte de los países europeos, no hubo un verdadero ejército nacional hasta entrado el siglo XIX. Dicho ejército, encuadrado por oficiales profesionales, tuvo su vértice en el modelo prusiano. Carl von Clausewitz fue capaz en torno a 1860 de poner en marcha un conjunto de innovaciones técnicas y de reflexiones teóricas que acabaron desembocando en el uso organizado del fusil, de la ametralladora y de las grandes masas de soldados. Junto a ello, percibió la importancia estratégica del transporte y de las comunicaciones. La guerra franco-alemana de 1870-1871 demostró la superioridad militar prusiana y España, entre otros países, decidió imitar el modelo prusiano. A partir de 1870 los estados de la Europa imperial y Japón introdujeron la conscripción obligatoria, y el concepto de “nación en armas” tomó la forma que ahora acaba de morir en silencio.
 
   En la España pobre de la posguerra el servicio militar fue tan casposo como el conjunto social en el que operaba. La mili suponía someter a una rigurosa disciplina a unos jóvenes que carecían de motivación y de interés.
 
   La carrera armamentística desarrollada entre 1870 y 1914, principalmente entre los ejércitos alemán y francés, y entre las armadas británica y alemana, contribuyó sin duda al comienzo de la Primera Guerra Mundial. Con la segunda gran guerra, el poder aéreo y el del armamento blindado adquirieron la gigantesca relevancia que tienen en la actualidad.
 
   Las relaciones entre los militares y el resto de la sociedad nunca han sido fáciles. El carácter aristocratizante de buena parte de la oficialidad, y el gesto con frecuencia altivo de sus esposas, han levantado a lo largo del tiempo barreras a su alrededor. El monopolio del uso de la violencia, compartido en cierto modo con la policía, ha dado a los militares un grado de poder político difícil de justificar. En España, la intervención militar en la política ha sido una desdichada constante hasta fechas muy recientes.
 
   En ocasiones, al igual que el seminario, la mili sirvió para que los españolitos de la pobreza soltaran el pelo de la dehesa. Aunque ahora cueste reconocerlo, el paso por el ejército fue un factor positivo de socialización.
 
   En la España pobre de la posguerra el servicio militar fue tan casposo como el conjunto social en el que operaba. La mili suponía someter a una rigurosa disciplina a unos jóvenes que carecían de motivación y de interés. Para convertir en tropa útil a un grupo disperso y heterogéneo de jóvenes, la máquina militar debía organizar una comunidad masculina que además de separar a los muchachos de sus familias y de sus novias, los sometía a un rigor no exento de brutalidad.
 
   En ocasiones, al igual que el seminario, la mili sirvió para que los españolitos de la pobreza soltaran el pelo de la dehesa. Aunque ahora cueste reconocerlo, el paso por el ejército fue un factor positivo de socialización.
 
   En los años sesenta, la pasión antifranquista y su creencia en Marx y en Mao, hizo que durante años se creyera posible, por parte de la juventud antisistema, derrocar al Estado franquista a través de una insurgencia armada cuyo apoyo debía estar en quienes hacían y habían hecho el servicio militar.
 
   En las dos últimas décadas el sistema de conscripción ha entrado en crisis en muchos países occidentales. Por un lado, la maquinaria de guerra se ha hecho tan compleja que necesita soldados profesionales. Y, por otro, la resistencia a un servicio militar generalizado ha ido en aumento.
 
   Fueron años en los que el ejemplo primero de Mao Tse Tung y después de Fidel Castro y Che Guevara hizo creer a muchos jóvenes que saber montar y engrasar una ametralladora constituía un conocimiento útil para un futuro e inevitable levantamiento en armas.
 
   En las dos últimas décadas el sistema de conscripción ha entrado en crisis en muchos países occidentales. Por un lado, la maquinaria de guerra se ha hecho tan compleja que necesita soldados profesionales. Y, por otro, la resistencia a un servicio militar generalizado ha ido en aumento, en parte debido a un antimilitarismo creciente y, en parte también, debido al declive de la conciencia nacional de muchos países.
 
   El modelo de ejército mercenario que sirve por dinero va a suponer un sistema de organización social distinto del que ha funcionado hasta ahora. Se acabó el ejército revolucionario, el entusiasmo por una causa y la estricta disciplina del viejo ejército. Volvemos en España a un sistema utilizado ya en Egipto, Mesopotamia, Cartago, el Imperio Romano y la Legión Extranjera Francesa. Tal vez esta vuelta al pasado sea mejor o incluso, quizá, inevitable, pero lo cierto es que para empezar nos va a costar bastante cara. ¿Será mejor un futuro ejército profesional cosido a base de inmigrantes?
 
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[1] De hecho, abolido, puesto que con el actual sistema político “demorrágico”, que reduce la condición humana a la de simple “voto”, nadie volverá a reponerlo.
 
[2] Es curioso que ambos términos tengan un origen militar:
 
“Compañerismo”, desde tiempos de las legiones romanas, de “cum pannis”, o compartir el “paño” (o poncho; cada poncho era ¼ de la tienda de campaña, tanto en las legiones romanas, como en el ejército alemán en la 2ªGM; en España, en cambio, un poncho era 1/6 de la tienda).
 
“Camaradería”, desde nuestros famosos Tercios en el siglo XVI. Viene de “hacer la camarada”, que era crear el grupo de quienes compartían “cámara” o techo, y se juraban mutuo apoyo en toda circunstancia.
 
[3] (dicen que para evitar estigmatizar a los peores; se olvidan de los mejores, igual que en el caso de la delincuencia se olvidan de las víctimas, desde los tiempos de Concepción Arenal: “odia el delito y compadece al delincuente” (de las víctimas, ni rastro….)
 
 
Fuente: http://tradiciondigital.es/2013/01/05/lo-que-se-fue-con-el-servicio-militar-obligatorio/ 

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