Honorio Feito
La esquela de D. Luis Llanes Fernández-Capalleja, publicada el lunes 19 de mayo de 2014, titula “Medalla del Trabajo y productor ejemplar”. Tengo un recuerdo relativo de aquel lejano día, porque yo era un niño. Según la costumbre del Régimen, la entrega de aquella medallas se celebraba el 18 de julio, en La Granja de San Ildefonso, de manos del Caudillo. Para un joven de hoy día, puede resultar entre anecdótico y extraño, que el Jefe del Estado haga entrega de medallas que premian la entrega al trabajo a aquellos que se distinguen por una labor profesional sin tacha. Para las generaciones de jóvenes de hoy día muchas cosas pueden ser anecdóticas y extrañas, especialmente, si hablamos
D. Luis Llanes fue un trabajador ejemplar, sin duda. Representa y simboliza a aquellos jóvenes españoles a los que se les privó de una parte de su infancia y su juventud, porque comenzaron a trabajar poco después de haber cumplido los doce años. Fueron aquellos muchachos que tuvieron por única escuela y taller su puesto de trabajo; que comenzaron a escalar la pirámide desde la base. En el arte de la hostelería, además, la dedicación era absoluta porque su ejercicio era una devoción.
Listo, elegante, le recuerdo vestido de media etiqueta en el que fue el buque insignia de la casa Riesgo: la cafetería de la calle Virgen de los Peligros. Bajo la supervisión de don Emilio Jiménez Millas, primero, y más tarde, como máximo responsable de esta sección de la empresa. El local de Virgen de los Peligros había sido comprado por el fundador, don Honorio Riesgo García, en 1928 al adquirir para su propiedad el antiguo y ya cerrado café Fornos, sito en la calle de Alcalá esquina a la citada Virgen de los Peligros. Hacia finales de los cincuenta se había procedido a la reforma y Riesgo se quedó con la parte del local que tenía su entrada por ésta última calle, dejando el resto en propiedad del Banco Vitalicio. Allí estaban también las cocinas centrales de donde salía el avituallamiento para los servicios a domicilio, que hoy, los snobs llaman catering. Un poquito más allá, en la calle del Caballero de Gracia, un sótano albergaba el obrador de pastelería. En los años setenta del siglo pasado, se procedió a la segunda gran reforma, utilizando una parte del complejo sito en el Paseo Imperial, con entrada también por el Paseo de los Melancólicos, que don Honorio Riesgo había adquirido en 1908 para instalar una mondonguería y un laboratorio de secado de tripas, que entonces tenían mucho auge para la fabricación de los puntos de sutura, como los cueros para la marroquinería y otras industrias del complejo familiar. En esta segunda reforma, se utilizó parte de este espacio para la instalación de las modernas cocinas y el obrador de pastelería, junto al almacén central. Desde allí, D. Luis Llanes dirigió la empresa que fundara don Honorio Riesgo García y que continuó el único de sus herederos, don Santiago Riesgo Gallo.
El reconocimiento a su quehacer profesional era unánime. Fue también Popular de Diario Pueblo, que era un premio otorgado por aquel periódico de referencia dirigido entonces por el mítico y admirado D. Emilio Romero. Aquel premio, que se otorgaba anualmente, reunía a los españoles que destacaban en cada actividad, desde la política hasta el deporte, los asuntos sociales, laborales, médicos, religiosos, artísticos, taurinos, periodísticos etc.
Con ocasión de un artículo que reflejara el ambiente de los acontecimientos socio-culturales, escribí para El Alcázar un pequeño trabajo que titulamos: Historia de se servirá un vino español. Era un repaso del ambiente que llenaba los actos culturales o profesionales en las décadas de los años cuarenta, cincuenta, sesenta y setenta. Un homenaje a aquellos restauradores que, utilizando el ingenio y sus conocimientos, supieron acompañar el vino español con otros productos emblemáticos y españoles. La antesala de las famosas tapas. D. Luis Llanes me aportó muchos datos, pero Fernando Vizcaíno Casas y Antonio D. Olano me subrayaron la importancia de Llanes en ese desarrollo gastronómico-social a lo largo de aquel periodo. E
l fallecimiento de D. Luis Llanes Fernández-Capalleja, un amigo, me sorprendió en Pamplona. Mi memoria desencadenó una tormenta de imágenes, de muchos y bonitos recuerdos en la Venta del Batán, en el Jaral de la Mira, en cualquier castillo o palacete o chalet; en los campos de Santa Olalla, donde se acudía a servir la comida para las cacerías, o el las fiestas de Merás, cuando acudía invitado a la merienda de mi familia. Se ha ido un profesional, Medalla del Trabajo y productor ejemplar, pero se ha ido también un estilo irrepetible por la calidad y el esmero que siempre tuvo para servir una mesa, ahora cuando, entre crisis y formas de entender la comodidad, la gente prefiere comerse una hamburguesa con las manos.