Medio siglo de ocultamientos y manipulaciones, por Jesús Láinz

 

Jesús Laínz
La Gaceta

 

Ya que se han cumplido cincuenta años del acontecimiento más actual, candente y urgente de la política nacional, aportemos nuestro humilde granito de arena para recordarlo como merece.

En 1919 el rey Alfonso XIII inauguró el monumento al Sagrado Corazón del Cerro de los Ángeles, centro geográfico de la Península Ibérica y lugar al que llegó Dios para la tournée que le organizó Jardiel Poncela. Cinco días después del 18 de julio de 1936 cinco jóvenes de Acción Católica fueron asesinados por intentar proteger el monumento de posibles ataques por parte de los revolucionarios. Poco después éstos organizaron la ceremonia, inmortalizada en fotografías, de fusilar la imagen de Jesucristo. Y el 7 de agosto, tras varios intentos frustrados de destrucción de la estatua, lo consiguieron mediante explosivos. Las autoridades rebautizaron el lugar como Cerro Rojo.

Concluida la guerra, se reconstruyó el monumento, que fue inaugurado en 1965. La placa conmemorativa rezaba así: «El primer viernes de agosto de 1936 fue profanado y volado este monumento. Francisco Franco, Caudillo de España, ordenó la construcción del nuevo, que inauguró el 25 de junio de 1965 renovando la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús». Sesenta años más tarde, en virtud de la Ley de Memoria Democrática, el obispo de Getafe ha retirado la placa.

¿Es mentira que el 7 de agosto de 1936 aquel monumento fue volado? ¿Es mentira que Franco ordenó su reconstrucción? ¿Es mentira que lo inauguró el 25 de junio de 1965? Si todo ello es verdad, ¿por qué se retira la placa ya que ni siquiera se tiene la excusa de que hiciera apología del franquismo? Evidentemente, para borrar recuerdos incómodos para los falsificadores orwellianos de la historia.

Pasemos a otro caso, el del egregio escultor valenciano Mariano Benlliure, autor de numerosas estatuas que adornan las calles de toda España, como las ecuestres de Alfonso XII y el general Martínez Campos en el Retiro, el magnífico monumento a los Cazadores de Alcántara frente a la Academia de Caballería de Valladolid o la estatua de Francisco de Goya junto al Prado, origen de la estatuilla de los premios que llevan su nombre. A pesar de ser el último gran maestro del realismo escultórico español, hoy está minusvalorado y prácticamente olvidado por haber trabajado durante el régimen franquista en temas religiosos.

Pero lo interesante de la cuestión es la razón por la que Benlliure dedicó los últimos años de su larga vida, hasta su fallecimiento en 1947, a la escultura religiosa. Porque no fue por una repentina iluminación mística, sino por la destrucción de miles de obras de arte a manos de los republicanos, muchas de las cuales los vencedores se empeñaron en recuperar. Mención especial merecen las siete esculturas que realizó para la cofradía de los Californios en Cartagena, una de las miles arrasadas por la furia anticatólica desde el triunfo fraudulento del Frente Popular en febrero de 1936 y especialmente a partir de julio.

Y aquí es donde viene la manipulación, porque en la información relativa al trabajo de Benlliure o al San Juanito de Miguel Ángel, única obra del genio italiano presente en suelo español, o a la Transfiguración de Berruguete, ambas en Úbeda; o a la estatua de Bernat Desclot por Manuel Fuxá que adornó el barcelonés Paseo de San Juan hasta enero de 1937; o a la iglesia de La Asunción de Fuendetodos, contenedora de las únicas pinturas de Goya en su pueblo natal, así como su propia casa; o al Cristo de la Buena Muerte de Pedro de Mena, obra maestra del barroco español destruida en Málaga en la primera oleada anticlerical de mayo de 1931; o al Retrato del Cardenal de Tavera del Greco, acuchillado y despedazado en 1936 y restaurado a duras penas en 1940; o a tantos miles de iglesias, bibliotecas y obras de arte destruidas por los republicanos, se oculta su autoría y se prefiere decir «en el contexto de la Guerra Civil». El culpable fue el contexto.

Es difícil encontrar otras expresiones que no sean «desapareció», «sufrió importante deterioro», «se destruyó», «se perdió» o «se quemó». Y de esta grosera pero sin duda eficaz manipulación no son sólo culpables la wikipedia y páginas similares, ya que la propia Iglesia católica la practica con alegría en sus documentos en papel y cibernáuticos. Portentoso fenómeno paranormal el de tantas joyas artísticas que se autodestruyeron, salieron corriendo o ardieron espontáneamente en la España republicana.

Da pereza mencionar alguno de estos casos puesto que son tantos miles que resultaría difícil elegir. Pero quizá merezca la pena resaltar uno de ellos por haber ocurrido en 1934, dos años antes de que la guerra hubiera podido servir como frágil atenuante. Se trata de la valiosísima biblioteca de la Universidad de Oviedo, quemada por los militantes del PSOE y la CNT en octubre de aquel explosivo año. En la página de la propia universidad ovetense se puede leer que «esta excelente Biblioteca resultó totalmente destruida por los sucesos revolucionarios que acontecieron en Asturias en octubre de 1934». «Destruida por los sucesos». Ni siquiera «durante», sino «por». Sucesos con voluntad propia. Nadie intervino. No hay culpables.

Por eso es subversivo recordar los autores, las organizaciones políticas que lo promovieron y las ideologías que lo provocaron. Ya se han encargado los amos del discurso de promulgar leyes que lo impiden.


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