Memoria Democrática y Brigadas Internacionales. Por Francisco Núñez Roldán

Por Francisco Núñez Roldán.

El Demócrata.

Venís desde muy lejos, mas esa lejanía ¿qué es para vuestra sangre, que canta sin fronteras?. Tal comienza un poema que Alberti dedicó a las Brigadas Internacionales en nuestra Guerra Civil. No es fácil que los redactores de la reciente ley de Memoria Democrática pierdan su sesudo tiempo en leer dichos versos, aunque en su artículo 33 la benefactora norma sí que recuerda a los brigadistas y les concede la nacionalidad española, sin tener que renunciar a la suya. Generoso y tardío gesto, contando que el más joven de dichos voluntarios tendría hoy unos… 105 años. Pero la excelsitud del legislador amplía la posible concesión de nacionalidad a sus descendientes, en la idea de que sin duda mantendrán similar compromiso y empatía con la idea de “democracia y libertad”, es decir, con el Frente Popular que agavilló a dichos luchadores. También se concede nuestra nacionalidad a los nietos de exiliados políticos, sin inquirir en ideologías o tendencias. Un detalle.

Es sabido que la Internacional Comunista —por consejo de su entonces presidente, el búlgaro Grigori Dimitrov, y el empuje de la Unión Soviética— fue la ideóloga, impulsora y fundamental banderín de enganche de aquellas brigadas. Posteriormente, el currículum de muchos de aquellos voluntarios tras la guerra nuestra y la mundial ofrece una línea consecuente con las premisas que les movieron a venir a la lucha en España. El historiador vascofrancés Arnaud Imatz se ha molestado en hurgar en las trayectorias de unos pocos: así, por ejemplo, Wihelm Zaisse, llamado aquí “general Gómez”, comandante en la XIII Brigada, llegó más tarde a ministro de la Seguridad del Estado (la STASI) en la República Democrática Alemana desde 1957 hasta el fin del régimen en 1989. Recuerde el lector que los Vopos (Volkspolizei, policía popular) y la Stasi eran quienes detenían y disparaban a los ingratos paisanos que pretendían escaquearse del país. Otro brigadista, Friedrich Dickel, fue ministro del interior de esa misma y paternal república hasta la caída del muro. Por su parte, Karl-Heinz Hoffmann, aquí comisario político de la XI Brigada Internacional, llegó a ministro de Defensa de la misma y liberal comunidad. En Polonia, los veteranos del batallón Dabrowski se cubrieron de gloria a su vuelta: Karol Swierczewski, alias “general Walter”, fue ministro de defensa del régimen comunista polaco, mientras que Gregorz Korczynski llegó a ministro de Seguridad y reprimió con delicadeza las huelgas de Poznán en 1956 (sólo 60 muertos y 600 heridos). Mendel Kossoj fue. por su parte. el jefe del espionaje militar de dicho país. El húngaro Erno Gerö, conocido aquí como “Pedro Rodríguez”, fue jefe de la NKVD en Cataluña, principal órgano encargado del asesinato de los dirigentes del POUM, entre ellos Andrés Nin. El también húngaro Laszlo Rajk, comisario político en la XIII Brigada, fue luego ministro del Interior cuando el levantamiento antisoviético de 1956, debido aquello sin duda a la incomprensión ciudadana de las ventajas políticas del sistema. (Esta vez, un poco más: unos 3.000 muertos, alrededor de 2.000 ejecutados posteriores y unos 21.000 detenidos). Su paisano Andras Tömpe fue a su vez el creador de la policía política húngara, al tiempo que otro brigadista, Ferenc Münnich, era el jefe de la policía en el Budapest comunista. Otro conspicuo brigadista, el albanés Mehemet Shehu, fue nada menos que presidente del Consejo de ministros de su país entre 1954 y 1981, mientras que, por ejemplo, Karlo Todorov Lukanov llegaba a ser ministro de Exteriores de la Bulgaria comunista… y así bastantes más, con los que no cansaremos al lector, pero todos consecuentes, de vuelta a su tierra, con las democráticas ideas que les habían enviado a España. Nada que objetar.

Quiere esto decir que nuestros exbrigadistas llevaron a cabo en sus autodenominadas democracias populares una muy liberal política, en buena medida dirigida bajo estrictas órdenes moscovitas. A ello sumaremos el brutal desenganche ideológico que se produjo por parte de su desagradecida ciudadanía en los años ochenta y noventa del pasado siglo, y la memoria democrática de verdad que se ha recuperado allí respecto a la época roja. Por tanto, es bien probable que muchos de los descendientes de aquellos brigadistas y no pocos de los de nuestros exiliados no estén completamente de acuerdo con las ideas y procedimientos de sus ancestros. Es conocido el rechazo del padre y la rebelión freudiana contra el patriarca; pero, cuestiones edípicas aparte, puede que los descendientes alemanes, húngaros, polacos, búlgaros, etc., de nuestros brigadistas y exiliados tengan algo que decir —tras haberla disfrutado— de la ideología que empujó a sus mayores a venir a España, y a lo mejor hasta abominan de aquellos impulsos pretéritos mientras paradójicamente van a gozar la pertenencia a un país que les ofrece —por ahora— todo menos aquella revolución bolchevique que sus ancestros defendieron aquí y materializaron allí.


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