Miseria del antifranquismo o cómo los muertos matan hoy a los vivos (I)

 
 
Pío Moa
Blog
 
 
 
   El martes, presenté Los mitos del franquismo en el Casino de Madrid. Unos 150 asistentes a pesar del calor disuasorio de la tarde. Adolfo Prego ponderó las dificultades que encuentra el libre debate y la defensa de la verdad hoy en España, e Ymelda Navajo señaló que ya van más de 10.000 ejemplares del libro vendido (en dos meses), lo cual, para los tiempos que corren, es un éxito importante. Sin embargo, enfrentados al alud de materiales contrarios no deja de ser una gota de agua en el mar, a no ser que la gente se movilice más y, como decía Julián Marías, dejen de acompañar el imperio de la mentira con una pasividad y falta de reacción muy perjudiciales.  El libro va  dedicado “a cuantos respeten la verdad y sientan la necesidad de defenderla”. Los grandes medios no se dignaron asistir,  más preocupados por las bragas de la Pantoja o las aventuras de Belén Esteban o por repetir sin tregua los tópicos sobre Grecia y “Europa”, no se dignaron asistir. Expondré ahora mi propia presentación en tres entregas:    
 
   En Los mitos del franquismo señalo que si lo que digo en el libro es cierto, la mayoría de las cosas que se han escrito sobre el franquismo en los últimos cuarenta años o más son falsas. Esto plantea a muchos un problema de entrada, que a veces se expone con tono escéptico “Es su versión contra otras” o “no existe la verdad absoluta”, como me insistía una tertuliana televisiva en una ocasión, y cosas por el estilo. Por supuesto, nadie tiene la verdad absoluta, pero existen aproximaciones razonables y razonadas a ella, lo mismo que existen alejamientos fácilmente demostrables, sobre todo cuando la historiografía se convierte en propaganda política.  
 
   Otros insisten en que el gremio de los historiadores  está de modo unánime contra mis tesis. Esto es falso en dos sentidos: he citado en ocasiones a un número no desdeñable de historiadores que me apoyan explícitamente, desde Stanley Payne a Seco Serrano o Cuenca Toribio, pasando por bastantes más. Y hay otros muchos que, estando de acuerdo conmigo, según testimonios personales, o reproduciendo de forma alusiva mis tesis, no se atreven a citarme porque en el ambiente historiográfico universitario  se ha creado a este respecto un ambiente muy poco ejemplar, de  presión casi mafiosa. Y es falso en un segundo sentido: Stanley Payne decía  en un artículo al respecto: El asunto principal no es que Moa sea correcto en todos los temas que aborda. Eso no puede predicarse de ningún historiador y, por lo que a mí respecta, discrepo de varias de sus tesis. Lo fundamental es más bien que su obra es crítica, innovadora e introduce un chorro de aire fresco en una zona vital de la historiografía contemporánea española, anquilosada desde hace mucho tiempo en angostas monografías formulistas, vetustos estereotipos y una corrección política determinante desde hace mucho tiempo. Quienes discrepen de Moa necesitan enfrentarse a su obra seriamente y demostrar su desacuerdo en términos de una investigación histórica y un análisis serio que retome los temas cruciales en vez de dedicarse a eliminar su obra por medio de censura de silencio o de diatribas denunciatorias más propias de la Italia fascista o la Unión Soviética que de la España democrática”.  Es decir, que estarán en desacuerdo conmigo, pero, salvo contadísimas excepciones,  no se atreven a explicitarlo ni a debatir, adoptando una pose pueril de desdén. Que el libre debate haya sido sustituido por el silenciamiento, revela que el ambiente  intelectual en España es ciertamente insano, lo cual tiene también su reflejo en las políticas actuales.   
 
   Pero vamos a los hechos concretos. Entre las muchas versiones sobre el franquismo, ¿podemos distinguir de entrada entre las más veraces y las contrarias? Creo que no es difícil distinguirlos, si atendemos a los datos generales. Por ejemplo, la imagen más divulgada del franquismo hoy presenta a aquel régimen como dirigido por ineptos, siendo el más incapaz de todos el propio Franco, de cuyas habilidades militares y políticas hacen mofa muchas historias e historietas.  Franco sería un ignorante inepto, aunque suele concedérsele cierta astucia aldeana o astucia gallega. Esta es la imagen hoy predominante. Para entender lo que vale esa imagen solo tenemos que acudir a los hechos, y estos son que el franquismo derrotó durante cuarenta años a todos sus enemigos internos y externos, militares y políticos. Es una evidencia general. Por consiguiente, si Franco y los suyos eran ineptos, debemos concluir que sus adversarios lo eran más todavía. Sin embargo se trataba de enemigos muy peligrosos, capaces de sostener una guerra civil durante casi tres años, de volver a la carga con el maquis, y respaldados por grandes potencia,  nada menos que la URSS, apoyada en esto por las potencias anglosajonas, Francia y otras, muy hostiles al franquismo durante largo tiempo. Así pues, la verdad indudable es que el franquismo demostró más bien una habilidad muy fuera de lo común para sostenerse frente a enemigos muy serios, y la imagen hoy en boga es, más que una falsedad, una estupidez.    
 
   Pongamos otro ejemplo. Se insiste en que aquellos ignorantes e incapaces, enemigos de los trabajadores y con ideas atrasadas, solo podían haber mantenido al país en la miseria. Eso se oye mucho, y recuerdo un libro sobre la economía de Cataluña bajo el franquismo cuya portada ya lo decía todo: fotografiaba unas chabolas o algo así. Pero, nuevamente, si olvidamos los lemas propagandísticos y vamos a los hechos, la realidad difiere mucho. Cuando muere Franco, la renta per capita española llegaba al 80% de la media de los países ricos de Europa. Hoy está  bastantes puntos por debajo. Datos demostrativos como este son muy poco divulgados, y los antifranquistas prefieren remitirse a los años 40 y 50, cuando, según ellos, el país  pasaba hambre y miseria debido a su economía autárquica. Y también aquí la verdad es otra. Los países europeos se reconstruyeron con el Plan Marshall, mientras que España tuvo que hacerlo sola, con sus propias fuerzas, en medio de una hostilidad e intento de aislamiento internacionales. Un aislamiento criminal, por cierto, pues buscaba derribar al régimen provocando una gran hambruna en España. Pues bien, en esas circunstancias tan adversas se reconstruyó y reindustrializó considerablemente el país, lo que fue una gran hazaña. Como las estimaciones de los economistas sobre el desarrollo en esos años varían muy notablemente, daré un dato también muy ilustrativo: la esperanza de vida al nacer, que era de 50 años en la república, saltó a 62 en los mismos años 40, “lo años del hambre”, como gustan llamarles, exagerando mucho, los estudiosos antifranquistas. Fue un avance excepcional, que resume muchos otros. En suma, lo  cierto es que, con todos los errores parciales que se quiera,  existentes en todos los sistemas económicos, el balance general es que nunca España había crecido económicamente tanto, y no volvería a hacerlo. Durante más de una década, España se convirtió en el país de crecimiento más rápido del mundo después de Japón y Corea del Sur. Fue un crecimiento, además, con un estado pequeño, con prácticamente pleno empleo y  con deuda pública inapreciable. Compárese con lo que vino después.    
 
   Otro tópico incide en que se trató de una horrorosa dictadura totalitaria donde las libertades, las lenguas regionales,  etc., estaban brutalmente perseguidas, por lo que el pueblo estaría en rebeldía, sorda o abierta, contra él. Pero esta afirmación choca con un dato nunca mencionado, y es que el régimen no tuvo oposición democrática. Esa falta de oposición resulta extraña por cuanto España mantuvo siempre las fronteras abiertas, los países democráticos europeos podían presionar y presionaban políticamente, y hubo una emigración considerable a ellos durante los años 60, que podía haber fundamentado una mayor oposición de ese tipo. Pero con todo eso, la realidad es que en las cárceles nuna hubo demócratas, solo había presos comunistas, es decir, totalitarios, y terroristas. Y no muchos, si excluimos los años 40. Cuando las amnistía de la transición salen de la cárcel unos 300 presos políticos (muy pocos en un país de 36 millones de habitantes), y todos ellos prácticamente, adscritos a partidos totalitarios.     
 
   ¿Podemos hablar entonces de un régimen totalitario atacado por otros totalitarios? Tampoco es el caso, y me permitiré citar a un pensador polaco, Leszek Kolakowski,  antiguo stalinista, en una polémica de los años 70 con laboristas británicos muy antifranquistas: Te enorgulleces de no ir de vacaciones a España por razones políticas. Yo, un hombre carente de principios, he estado allí dos veces. Me sabe mal decirlo, pero aquel régimen, sin duda opresor y antidemocrático, ofrece a sus ciudadanos más libertad que cualquier país socialista (tal vez excepto Yugoslavia).  Los españoles tienen las fronteras abiertas (no importa por qué motivo, que en este caso son los treinta millones de turistas que cada año visitan el país), y ningún régimen totalitario puede funcionar con las fronteras abiertas. “Los españoles no tienen censura previa, allí la censura interviene después de la publicación del libro (se publicó un libro que a continuación fue confiscado, pero entretanto se habían vendido mil ejemplares; ya nos gustaría tener en Polonia tales limitaciones). En las librerías españolas pueden comprarse las obras de Marx, Trotski, Freud, Marcuse, etcétera. Igual que nosotros, los españoles no tienen elecciones ni partidos legales pero, a diferencia de nosotros, disfrutan de muchas organizaciones independientes del Estado y del partido gobernante. Y viven en un país soberano.  Kolakowski se quedaba corto. En España había sin duda mucha más libertad política que en la Yugoslavia de Tito, y, sobre todo, mucha más libertad personal, como ya observó Julián Marías. Si las fronteras estaban abiertas no se debía al turismo: lo estuvieron siempre, excepto los momentos en que Francia, que no Franco, cerró la suya, ocasionando graves perjuicios a España. Y el país era más soberano, seguramente, que ahora. Fue también muy indicativo el episodio Solzhenitsin, cuando vino a España y expuso las enormes diferencias entre un sistema autoritario como el español y otro totalitario como el ruso, para enfurecimiento de unos antifranquistas, en su mayoría no comunistas pero tan poco amigos de la verdad como simpatizantes del totalitarismo soviético, revelándose como menos liberales que el propio franquismo, una paradoja solo aparente.