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Carmelo López-Arias
Este sábado ha fallecido en su Sevilla natal, a los 90 años de edad, el escritor Aquilino Duque, uno de los grandes poetas españoles de su tiempo y novelista también de éxito. De hecho, con El mono azul ganó en 1975 el Premio Nacional de Literatura, tras haber sido el año antes con esa obra finalista del Premio Nadal.
Después de licenciarse en Derecho en 1953, amplió sus estudios jurídicos en Cambridge y Dallas. Luego trabajaría profesionalmente como funcionario de Naciones Unidas en Ginebra, Nueva York, Roma y Viena, residiendo de forma continuada en Europa entre 1961 y 1975. Fue profesor invitado en universidades de todo el mundo y autor de traducciones muy celebradas de Os Lusiadas de Luis de Camoens y de los Poemas de Roy Campbell.
Al mismo tiempo se iba forjando una trayectoria literaria crecientemente reconocida: Premio Ciudad de Sevilla de novela en 1960, Premio Leopoldo Panero de Poesía del Instituto de Cultura Hispánica en 1968, Premio Fastenrath de Poesía de la Real Academia Española en1972, ingreso en 1981 en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras…
Entre sus obras más famosas, además de El mono azul (una visión desgarradora e integradora de la Guerra Civil), figuran novelas como La luz de Estoril (1989), ácida visión del exilio juanista, y El piojo rojo (2014), sátira sobre la progresía; poemarios como La calle de la luna (1958) o Aire de Roma andaluza (1978); ensayos como El suicidio de la Modernidad (1984), demoledora crítica a la insustancialidad de la cultura contemporánea o Memoria, ficción y poesía (2018), una aproximación al intenso panorama literario durante el régimen de Franco; grandes apuntes memorialísticos como Mano en candela (2002), un auténtico prodigio de reconstrucción de momentos y ambientes de su vida; o incluso una obra pionera sobre el Coto de Doñana, ya clásica: El mito de Doñana (1977), que puso el foco sobre la realidad de ese enclave natural cuando aún no atraía la atención del gran público.
Un hombre de fe
Aquilino Duque fue un hombre de fe católica vivida y militante, devota y ortodoxa, y nunca complaciente ni con el adversario antirreligioso ni con la conformidad oficialista.
“El creyente acata los dogmas de la Verdad revelada. El científico sabe en cambio que en ciencia las verdades son todas provisionales y revisables”, comentaba hace unos años a ReL, tajante, con motivo de la publicación de su libro Una cruz y cinco lanzas. Se trataba de una recopilación de trabajos suyos sobre Marcelino Menéndez Pelayo, el gran investigador sobre la identidad católica de España y defensor de la tesis de que la unidad nacional era esencialmente religiosa. Tesis que Duque compartía: “Lo que don Marcelino dice del catolicismo y España hay muchos que lo dicen del cristianismo y Europa”.
Con motivo de su nonagésimo cumpleaños, el pasado día de Reyes, Javier Comas destacaba en ABC que “sus cuatro sonetos dedicados a la Macarena, la Esperanza de Triana, la Amargura y el Cachorro son parte fundamental del patrimonio literario de la Semana Santa de Sevilla”.
No eran solo esos versos expresión de sevillanismo, sino explosión de amor sincero a Jesucristo y a la Virgen María. Amante de la métrica popular más que de la cultista, Duque enviaba a sus amigos todos los años, al entrar el Adviento, un breve poema que siempre expresaba inocencia, frescura, alegría sincera y espontánea ante el misterio de la Sagrada Familia congregada en el portal de Belén. Esos poemas fueron reunidos en 2019 en un libro, Doce días de año en año, y en el día de su fallecimiento uno puede imaginarse a Aquilino Duque, confiado penitente, rezando alguno de ellos con la ilusión de un encuentro largamente ambicionado.