¡No podemos continuar bajo un poder totalitario!, por Pío Moa

Pío Moa 
 
 
Imaginen que en el seno de la policía (que son unas fuerzas armadas), se formara una asociación o sindicato especial con el nombe de Cristianopol, dedicado a luchar contra el odio al cristianismo y a la Iglesia y contra las agresiones que sufren, etc. ¿Sería permitido? ¿Tendría algún sentido, excepto como manifestación de descomposición de la policía y del estado de derecho? Pues bien, se ha montado una pandilla de policías y guardias civiles que se firman como LGTBIpol dedicada, dicen a combatir “el odio”  y a asegurar que la gente “viva en paz con sus sentimientos”, con consignas como “stop” homofobia, y similares. Es decir, la policía al servicio de un determinado colectivo y contra la libertad de expresión y de conciencia de la gente.  Solo puede interpretarse como un avance más en la destrucción de la democracia y del estado de derecho, como lo es la impunidad del quebrantamiento de la ley por los separatistas –por tanto también por el gobierno—la ley de memoria histórica, la recompensa a los asesinatos de la ETA, etc.   
 
En un país donde la ley y la Constitución significaran algo, la dicha asociación policial sería inmediatamente prohibida y encausados o despedidos del cuerpo sus promotores. Por el contrario, veo en tuíter que policía nacional y guardia civil, es decir, los jefecillos que representan publicitariamente a dichos cuerpos, felicitan efusivamente a la pandilla mencionada. Y el gobierno del PP, por supuesto, estará de acuerdo., si es que no viene de él la idea, como las medidas represivas y totalitarias de Cifuentes.  Insensiblemente estamos volviendo a los privilegios (leyes privadas) por los cuales determinados colectivos tienen derechos especiales y para imponerlos pueden utilizar a su favor a la policía, teóricamente al servicio de todos y pagada por todos. Y el colmo del totalitarismo es que pretenden hacer delito el sentimiento del odio o la expresión del mismo.
 
Como expuse en otro artículo, pocos colectivos más cargados de odio, contra la familia, la Iglesia, el cristianismo en general, que ese colectivo LGTBI, que usurpa fraudulentamente la representación de los homosexuales, entre otras cosas. Discrepar de él significa sufrir un alud de insultos, descalificaciones, obscenidades (una obscenidad extrema es uno de sus rasgos), amenazas  y deseos de muerte, etc. ¿Cómo es posible? ¿Hacia dónde dirigen la sociedad la mezcla de perturbados totalitarios y pervertidos que se han encaramado al poder? He dicho muchas veces que no tengo inconveniente en que esa gente exponga sus llamémosles ideas, siempre que no intenten imponérnoslas a los demás –empezando por los niños–, costeándolas además con dinero público –como, por cierto, hace ahora la ETA en sus terminales políticas– e impidiéndonos expresarnos a quienes no compartimos sus evidentes sandeces.   
 
Señoras y señores: esto no puede continuar. La sociedad no puede disolverse en una cloaca, y eso depende de ustedes. Ha de haber una reacción. Y enérgica.
 
 
 

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