¡Oh Sagrado banquete!

MEDITACIÓN PARA EL
JUEVES SANTO

Ángel David Martín Rubio

Desde mi campanario

Con la
celebración de la Misa en la tarde del Jueves Santo entramos en el solemne
Triduo Sacro de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.

El centro
de la liturgia de hoy lo constituye el recuerdo de la institución por
Jesucristo del Sacramento de la Eucaristía en el que se renueva el Sacrificio
de Cristo sobre la cruz y nos hace presente de una manera real y sustancial el
Cuerpo y Sangre de Cristo. Por esta razón, la Misa vespertina se llama Misa de
la Cena del Señor.

En la
segunda lectura, tomada de la primera carta de San Pablo a los corintios, se
nos narra la institución de la Eucaristía en la noche de la Última Cena (1 Cor
11, 23-26). Precisa el Evangelista san Juan que Jesús quiso que llegara a
todos los suyos, que vivirán hasta el fin de los tiempos, el mismo amor que
tenía a aquellos que entonces estaban en el mundo» (cfr. Mons. Straubinger in Jn
13, 1). «Y para dejarnos alguna prenda divina y admirable de este amor,
sabiendo que era llegada la hora de pasar de este mundo al Padre, a fin de no
ausentarse jamás de los suyos, realizó por un modo inexplicable lo que
sobrepuja todo el orden y condición de la naturaleza» (Catecismo Romano).

Jesús
instituye la Eucaristía habiendo celebrado con sus discípulos la cena del
Cordero pascual («para que a la figura sucediese la verdad, y a la sombra el
cuerpo»; ibid).

La primera lectura (Ex 12,
1-8. 11-14) nos recuerda las prescripciones que rodeaban la celebración de la
Cena Pascual con la que cada año los israelitas conmemoraban el banquete que
precedió al Éxodo, a la liberación que Dios hizo de su pueblo sacándole de
Egipto y conduciéndole a la Tierra Prometida. Cada palabra, cada imagen de la
Cena pascual encuentra su significado final en el sacrificio de Jesús,
anticipado en la Última Cena del Jueves Santo y renovado sobre los altares en
el santo sacrificio de la Misa

1. El animal inmolado será un
cordero. Nuestro Cordero es el mismo Jesús, el Cordero de Dios que carga con el
pecado del mundo.

2. El cordero pascual era
sacrificado y ofrecido a Dios: «Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y
el dintel de la casa donde lo comáis». También Jesús se deja inmolar mientras
entrega su Cuerpo y su Sangre por nosotros.

Y aunque es
cierto que tanto en la especie de pan como en la de vino, se contiene todo
Cristo; de manera que ambas está todo Cristo con su Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad, con mucha razón se instituyó el que se hagan separadamente dos
consagraciones, una del pan y otra del vino.

En primer
lugar, para que más vivamente se represente la pasión del Señor, en la cual la
Sangre se separó del Cuerpo, por cuyo motivo en la consagración hacemos mención
de haberse derramado la Sangre. Además de esto, como habíamos de usar de este
Sacramento para alimento del alma, fue instituido en calidad de comida y
bebida, el perfecto alimento del cuerpo (cfr. Catecismo Romano).

3. En efecto, en la Cena
pascual se prescribía: «Esa noche comeréis la carne, asada a fuego». El Cordero
pascual era ofrecido en sacrificio y tomado como alimento.

Nosotros
recibimos a Cristo sacramentado que se inmola y se nos da en comida. Pues
Cristo Señor nuestro instituyó la Eucaristía por dos causas.

Una, para
que fuese alimento celestial de nuestras almas, con el cual pudiésemos
conservar y mantener la vida espiritual. Otra, para que tuviese la Iglesia un
perpetuo sacrificio, mediante el cual se perdonasen nuestros pecados y Dios
pudiera ejercitar con nosotros su misericordia y clemencia. Estando para
ofrecerse a sí mismo a Dios Padre, en el ara de la Cruz nuestro Salvador, nos
dejó la prenda más rica de su inmensa caridad y amor hacia nosotros en este
Sacrificio visible «por el cual se renovase aquel sacrificio sangriento, que de
allí a poco había de ofrecerse una vez en la cruz, y hasta el fin del mundo se
celebrase su memoria cada día con suma utilidad por la Iglesia esparcida por
toda la redondez de la tierra» (Catecismo Romano).

En la Misa
de la Cena del Señor recordamos la institución del sacramento del Sacrificio de
Cristo. Al mismo tiempo agradecemos al Señor que nos dejara el sacerdocio
católico para perpetuar ese sacrificio hasta el fin del mundo. Que la Virgen
María nos alcance la gracia de recibir dignamente a su divino Hijo sacramentado

«¡Oh sagrado banquete!,

en el que se recibe al mismo Cristo,

se renueva la memoria de su pasión,

el alma se llena de gracia

y se nos da una prenda de la gloria futura».

(Santo Tomás de
Aquino).


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